Es una pena que el otoño tarde tanto en imponer su presencia, ya que la nueva miniserie británica que acaba de estrenar Calle 13 --Loch Ness, seis episodios-- es de las que requieren un clima más frío del actual y una mantita sobre las piernas. Sé lo que me digo: me tragué los dos primeros capítulos hace unas noches y eché de menos mi manta a cuadros, aunque el tiempo no acompañaba y, además, mi asistenta había echado la mantita en cuestión a la lavadora, con la excusa de que estaba a punto de echar a andar por su cuenta, y la tenía secándose en el balcón trasero de mi apartamento.
Creada y escrita por Stephen Brady, Loch Ness es uno de esos sólidos thrillers a los que nos tienen (bien) acostumbrados los británicos, aunque en esta ocasión no se trate de un producto de la BBC, sino de ITV. Ambientada en la población escocesa de Lochnafoy, junto al mítico lago Ness, la trama no se centra en el no menos mítico monstruo que solo ha sido visto por una larga lista de personas imaginativas y simples majaretas, sino en un monstruo bastante más humano, alguien que se ha cargado a un profesor de piano de la localidad (al que, ya puestos, ha extraído por la nariz un fragmento de su cerebro) y que ha colocado un corazón humano sobre los huesos de un falso monstruo fabricado por unos adolescentes en una playa a modo de gamberrada. El corazón, que no pertenece al profesor de piano, es de origen desconocido: nos hemos de conformar con unos inquietantes planos de un cadáver en el fondo del lago, con un vistoso agujero en el pecho, que aparecen de vez en cuando.
Absoluto respeto a las convenciones del género
Para resolver estos misterios tenemos a una sargento de la policía local --con una hija un pelín problemática que formaba parte del grupo de bromistas-- y a una superior suya enviada desde Edimburgo y a la que el jefe de la policía de Lochnafoy tiene cierta manía porque es muy estricta y, sobre todo, porque es inglesa. A su alrededor pulula una serie de personajes peculiares, cualquiera de los cuales puede ser el asesino.
Nos encontramos, pues, ante un misterio clásico escrito y rodado con absoluto respeto a todas las convenciones del género. De momento, la cosa se sigue con cierto interés, aunque no puede decirse que el ritmo sea precisamente trepidante. Esa morosidad ya le fue afeada a Loch Ness a su paso por la televisión británica, pero aún no resulta lo suficientemente cargante como para abandonar el visionado tras los dos capítulos de estreno, a no ser que a uno se le amontone la faena y tenga cosas más urgentes que ver. Puede que la mejor manera de tragarse Loch Ness sea a lo bestia, esperando a que se emitan los seis episodios y se disponga de un fin de semana por delante para verlos uno tras otro. De este modo, además, las posibilidades de que haga un poco de frío y se haga necesaria la mantita, a cuadros o lisa, se incrementan de manera exponencial.