A la Asociación Mundial de Payasos le ha horrorizado el primer capítulo de la séptima y más que prometedoramente polémica temporada de American Horror Story.
La serie que comanda el brillante y prolífico Ryan Murphy –el tipo al que le gusta retorcer personajes, actores, tramas y estructuras narrativas– los ha convertido en: 1) una de las muchas fobias de Ally Mayfair-Richards (Sarah Paulson), la protagonista de la temporada, y 2) una banda callejera en la línea de la que lidera Alex en La naranja mecánica o que aterroriza en Funny Games, de Michael Haneke, y que, ya en el primer episodio, baja de una camioneta de helados en plena noche y asesina a una familia en su propia casa ante los ojos de Oz (el hijo de Ally) y su niñera (Billie Lourd, la no tan famosa hija de Carrie Fisher).
Pero que no tema Pam Moody, la presidenta de dicha asociación –a la que, por cierto, tampoco le ha gustado nada el nuevo It, por razones obvias–, los dardos que dispara la macabra ficción de Murphy no apuntan en su dirección, simplemente juegan con la idea de que no debes fiarte ni del más aparentemente ingenuo de los tipos con los que te cruces.
El triunfo de Trump
Aunque la alegoría –“Cada una de las temporadas de American Horror Story es una alegoría”, ha declarado el propio Murphy– podría extenderse al hecho de que el payaso es un adulto que se comporta como un niño, ¿y qué ocurre cuando ese niño decide hacer el mal, volverse irrespetuoso, convertir el mundo en su campo de juegos? Que si ha llegado demasiado lejos incluso podría tener seguidores. Cientos de ellos. Miles. Millones.
Y he aquí la cuestión, porque el título de esta temporada es Cult –Culto, el que se rinde a un líder– y se abre la noche del 8 de noviembre, la noche en la que Donald Trump, el tipo que se atrevió a decir que podía salir a la calle en cualquier momento y disparar y matar a cualquiera sin perder un solo voto, ganó las elecciones y se convirtió en el presidente 45 de Estados Unidos. Esa noche, Ally recupera todas sus fobias, y vive como el fin del mundo, el fin de un mundo, el que Hillary Clinton no haya accedido al trono, mientras que el díscolo Kai Anderson (Evan Peters) se prepara un batido de ganchitos para la celebrar la victoria del caos.
Manipulación de los individuos
Y lo que resulta aterrador, por una vez, no tiene nada que ver con lo sobrenatural –de hecho, si hacemos caso de lo que dice el propio Murphy, ésta es la primera temporada de American Horror sin fantasmas ni brujas ni vampiros, sin nada que no sea puramente real–, sino con lo manipulablemente absurdo que puede llegar a resultar el ser humano. Con la política y su condición de secta moderna, y lo poco que se diferencia de la religión –oh, ahí está el líder, oh, allá todos sus seguidores, dispuestos a quién sabe qué con tal de seguirle, porque él está en posesión de la única verdad, aquí, allí, en cualquier parte– y de cómo el desequilibrio puede pasar de enfermedad pasajera a mundo aparte.
Volvamos por un momento a La naranja mecánica, el clásico de Anthony Burgess que dio pie al clásico de Stanley Kubrick. Burgess lo escribió –en menos de tres semanas– después de que su mujer fuese salvajamente asaltada –la violaron, le robaron todo lo que tenía– en las calles de Londres por cuatro marines estadounidenses. Corría el año 1944 y Llewela, que así se llamaba, perdió al hijo que la pareja esperaba. Tiempo después, Burgess aseguró de su propia novela que trataba sobre “la libre voluntad y la moral” y sobre “la manipulación de los individuos por parte del sistema político”, una manipulación que conllevaba, en su opinión, “la corrupción del ser humano”. Bien, de todo eso va AHS: Cult, y el mundo de hoy. El nuestro también. Los payasos siguen a salvo.