De un libro mediocre puede salir una excelente película. Y si no, que se lo pregunten a Orson Welles y a Alfred Hitchcock (aunque habrá que recurrir a la ouija, dado que ambos llevan años criando malvas). Alan Ball, el hombre que escribió American beauty y alumbró la excelente serie de HBO A dos metros bajo tierra, consiguió convertir unos libros para adolescentes sin mucho interés (ni los libros ni los adolescentes) en True blood, una reflexión sobre el vampirismo contemporáneo en el estado de Luisiana que, por lo menos durante las primeras tres o cuatro temporadas, constituyó una propuesta tan entretenida como original y perversa. Se echa de menos al señor Ball en la nueva aproximación a la obra de Charlaine Harris que acaba de estrenar el canal Syfy, Midnight, Texas, cuya adaptadora y show runner, Monica Owusu-Breen, no puede decirse que se haya lucido especialmente.
Midnight, Texas se centra en las desventuras paranormales de Manfred Bernardo, un vidente de Dallas que se ve obligado a poner tierra de por medio ante una amenaza que, de momento, no se nos ha concretado muy bien, y partir hacia predios más acogedores. Su difunta abuela, que se le aparece con regularidad, le aconseja que se instale en un pueblo llamado Midnight (o sea, Medianoche) porque allí se alojan todo tipo de criaturas, digamos, especiales: un tipo con alas, un vampiro, una especie de hippy muy atractiva que también tiene poderes especiales... Y para allá se va nuestro hombre, aunque enseguida se produce un asesinato en el pueblo y las cosas empiezan a complicarse.
Suicidio intelectual
Basándome en los dos episodios que he visto, creo que no llegaré al tercero. No hay en Midnight, Texas nada de lo que hacía atractiva True blood. Los actores dejan mucho que desear --empezando por el protagonista, François Arnaud--, la dirección es plana, la ambientación resulta absurdamente realista si tenemos en cuenta el material paranormal que se nos ofrece, el ritmo oscila entre lo moroso y lo directamente aburrido (confieso que me quedé sopas los últimos diez minutos del segundo episodio) y, básicamente, uno se queda con la impresión de que le están explicando una sarta de memeces que no pueden importarle menos.
Convertir un texto mediocre en un producto audiovisual de fuste es algo que, evidentemente, no está al alcance de la señora Owusu-Breen. En el viaje de Luisiana a Texas, el perverso encanto a extraer de las noveluchas de Charlaine Harris se ha quedado por el camino. Con la cantidad de series interesante que hay en antena, engancharse a Midnight, Texas sería una pérdida de tiempo rayana en el suicidio intelectual. Quedan ustedes advertidos.