Ya hemos comentado en más de una ocasión la habilidad de los británicos para las miniseries. Toca hacerlo una vez más al exhumar hoy El secreto de Crickley Hall, una producción de la BBC de 2012 que el espectador avisado puede encontrar en el archivo de Movistar. Son tres episodios, basados en una novela de James Herbert, y, aunque yo me los haya tragado en pleno verano, lo suyo es dedicarles una tarde invernal, desparramado sobre el sofá y convenientemente cubierto por una mantita a cuadros.
El secreto de Crickley Hall es una historia de fantasmas. Y para disfrutarla convenientemente hay que aplicarle eso que los anglosajones definen como suspension of disbelief; o sea, pasar mucho de la verosimilitud de la premisa. ¿A qué individuo cuyo hijo de cinco años acaba de desaparecer en un parque de juegos mientras la autora de sus días se quedaba sopas en un banco se le ocurre trasladar lo que queda de su familia a un caserón siniestro que antaño fue un asilo para huérfanos, una buena parte de los cuales falleció durante una inundación tremenda a principios de los años cuarenta? Pues al que aparece en esta historia. Hombre, le diría uno, lo de sacar de Londres a la familia cuando se acerca el primer aniversario de la extraña desaparición del vástago no es, en principio, una mala idea, ¿pero no crees que habría sido mejor trasladarse a Benidorm?
Un agradable entretenimiento
Urge, pues, dejar de lado este punto discutible de la trama y centrarse en la historia, que oscila entre dos épocas: la actual y el año 1943, cuando tuvo lugar la inundación de marras en una institución regida con mano de hierro por un psicópata y su hermana. Los niños y sus torturadores la diñaron, pero sus fantasmas siguen presentes en la casa y se hacen notar. ¿Por qué no salen pitando los protagonistas, que bastante desgracia tienen con la pérdida de un crío? Se impone de nuevo la suspension of disbelief: resulta que la madre se comunica mentalmente con el niño desaparecido y aspira a que éste le informe de dónde se encuentra (que, como de costumbre, es un lugar oscuro e impreciso). Curiosamente, lo increíble de la propuesta es lo que la hace interesante, siendo la relación entre los vivos y los fantasmas lo mejor de la trama. Entre los primeros hay un señor mayor llamado Percy --el gran David Warner, figura fundamental del free cinema británico de los sesenta-- que ejerce de nexo entre ambos colectivos.
Pese a lo absurdo del planteamiento --o, precisamente, gracias a ello--, El misterio de Crickley Hall se revela como un agradable entretenimiento rodado con la eficacia habitual de la BBC. Puede que no pase a los anales de la ficción audiovisual fantástica, pero, si funciona a treinta grados, imaginen lo bien que les sentará en pleno invierno, bajo la preceptiva mantita a cuadros.