Me ha ocurrido con la película de Christopher Nolan lo que me suele pasar con las películas de tema histórico. Se me disparan las contradicciones entre mi condición de espectador y la de historiador. Nunca puedo ver una película histórica sin aparcar mi oficio.
Dunkerque es sin duda la película de este verano. Nolan es un excelente director con unas películas que te dejan impacto en la memoria desde su trilogía sobre Batman y El caballero oscuro a su Memento o Insomnia. Nolan nunca te deja indiferente y, desde luego, la película de Dunkerque con el apoyo musical y tecnológico del que hace gala mantiene al espectador en la angustia de principio a fin de cómo se pudo llegar al presunto milagro (así lo definen las primeras letras de su presentación) de la evacuación.
Como espectador sólo le reprocharía al director que los actores jóvenes protagonistas de la película son demasiado clónicos entre sí y desde luego con una estética personal que tiene que ver poco con la guerra real: afeitados impecablemente, bien peinados, sufridores un tanto artificiales de la guerra. Lo pasa peor que ellos el espectador envuelto en un clima de mayor tensión que los propios actores en sus peripecias. Hay algo de cómic artificioso en la representación del producto. La ansiedad la crean más los efectos escénicos extraordinarios que la propia interpretación de los actores, que son irrelevantes salvo Kenneth Branagh, como el comandante Bolton, responsable del muelle, y Mark Rylance, como el impecable y frígido señor Dawson. Pero mi critica va más dirigida hacia la realidad histórica abordada en la película, en función de la lectura reciente del libro de Joshua Levine: Dunkerque (Harper Collins, Madrid, 2017).
Un mito británico
Digamos de entrada que Dunkerque ha sido un mito británico fabricado para la gloria de la biografía de Churchill, que fue nombrado primer ministro sucediendo a Chamberlain sólo unos días antes de la peripecia del famoso retorno de soldados hacia Gran Bretaña. El suceso bélico marca el punto de partida del Gobierno de Churchill que se convertiría en el arquetipo de la resistencia al nazismo.
El hecho histórico que se narra es la Operación Dynamo de evacuación del 26 de mayo al 4 de junio de 1940 de 338.000 soldados que querían llegar (y pudieron hacerlo en su mayoría) a Gran Bretaña desde Dunkerque, ciudad del norte de Francia bajo el azote del fuego alemán. La evacuación de Dunkerque responde a una épica singular: no la del sitio defensivo de una ciudad (en la historia de España hay muchos ejemplos de ello) ni la de una victoria militar, ni la de una derrota, ni la de una invasión como el desembarco de Normandía de 1944, narrada cinematográficamente por Spielberg. Es la exaltación del retorno a casa, del retorno al hogar, de la huida de la guerra destructiva con Churchill de padre receptor.
En la película nada se explica de la estrategia alemana que pudo perfectamente evitar el retorno y que por razones muy debatidas (quizás porque Hitler creyó entonces que Inglaterra se rendiría como había hecho Bélgica) propició el éxito del retorno. En la película, el enemigo alemán esta simplemente representado por los aviones de Luftwaffe, conveniente y oportunamente fulminados. Nolan pasa de largo de los belgas que también estuvieron entre los embarcados y se acuerda ocasionalmente de los franceses (que fueron casi la mitad de los evacuados) sólo para, en el mejor momento de la película, confrontar la identidad nacional de los que querían marchar del infierno de Dunkerque. El discurso de Churchill del 4 de junio de 1940 por la radio, hablando del viejo y el nuevo mundo, le permite al director evocar el inmediato papel que los Estados Unidos iban a tener en el desarrollo de la guerra. Nolan parece tener claro que los salvadores frente al nazismo sólo fueron Inglaterra y los Estados Unidos.
Una derrota convertida en victoria
Dunkerque queda como un hito en la épica de la guerra cuando, en realidad, fue una derrota que se convirtió en victoria por la capacidad de supervivencia, en una situación límite, de los soldados y por la dejación alemana que ya he comentado. El desastre de la pérdida de infraestructura militar fue irrecuperable para Inglaterra y la ofensiva nazi siguió, entrando los alemanes en París el 14 de junio.
La solidaridad británica que demostraron los pequeños barcos que salieron de los puertos del sur de Inglaterra para recoger a los soldados fugitivos de la guerra está contada con una extraordinaria frialdad emocional que representa bien el imperturbable señor Dawson. Sólo en la mirada de Branagh se atisba un punto de emoción ante el éxito del retorno. Eso sí, pronto superado para ir a rescatar a los franceses. Porque había una sola cosa clara: nosotros primero.