Hay series malas, muy malas, buenas y muy buenas. Intentaré enmendar esta perogrullada inicial añadiendo que las series que a mí se me antojan muy buenas son aquellas que, más allá del interés de la trama, consiguen que sientas algo por sus protagonistas a un nivel meramente humano. De todo el material más o menos reciente, Ray Donovan es la serie que más me conmueve y la que más empatía me genera hacia sus principales personajes, aunque se trate de una pandilla de piltrafas sociales con un sentido de la moral francamente discutible. Vamos a ver: Ray Donovan es un tipo al que llamas cuando eres rico y te acabas de cargar a alguien en el salón de tu casa. Él se encarga, como el señor Lobo de Pulp Fiction, de hacer desaparecer el cadáver y, si se tercia, pasar la fregona por tu domicilio. En principio, un tipo así resulta despreciable, pero en esta serie acabas cogiéndole cariño. A él y a su familia, incluyendo a su impresentable progenitor, un presidiario profesional cuya contribución al bienestar de sus seres queridos conduce irremisiblemente a la catástrofe.
Ray Donovan acaba de regresar a Movistar con su quinta temporada. Han pasado siete meses desde los acontecimientos registrados en la cuarta entrega y Ray es ahora un viudo melancólico que echa de menos a su esposa mientras intenta seguir con la vida que ha elegido (o con la que ha debido conformarse). Su padre, Mickey, sigue siendo un desastre. Y algo parecido puede decirse de sus hermanos. Pero uno se reincorpora a la serie con muchas ganas porque, aunque no se lo explique muy bien, siente algo por todos ellos: el solucionador fatalista, el patriarca bienintencionado pero patoso, el hermano boxeador que quiere casarse con una policía, el hermano simplón unido a una luchadora mexicana en plan Santo, el enmascarado de plata...
Regresar a una ciudad que te gusta
Esta quinta temporada cuenta, además, con la siempre estimulante presencia de Susan Sarandon, en el papel de una alta ejecutiva de unos estudios cinematográficos: como la acción transcurre en Los Ángeles, el cine y el crimen se mezclan con frecuencia en esta historia por capítulos. Liev Schreiber, en el papel de Ray, sigue demostrando que con este rol bajó Dios a verle, pues un tipo que hasta ahora se había distinguido por su inexpresividad ha encontrado petróleo en un personaje que se distingue por su contención y por su habilidad, como diría Pavese, para apretar los dientes y seguir adelante. Una vez más, Jon Voight, su padre en la ficción, se porta como si éste fuese el papel que llevaba toda la vida esperando, siendo uno de los pesos pesados de la producción. Los personajes que menos aportaban al resultado final, los hijos de Ray, se han desvanecido un tanto en los dos primeros episodios, aunque algo nos dice que la niña, como de costumbre, va a traer problemas.
Volver a Ray Donovan es como regresar a una ciudad que te gusta. Y el principal mérito de la creadora de la serie es conseguir que te importe lo que le pase o le deje de pasar a una gente a la que, en la vida real, no le darías ni los buenos días.