Estreno mi suscripción a Netflix tragándome de un tirón los tres episodios de la cuarta temporada de Sherlock, largamente esperados y que acaban resultando un pelín decepcionantes. Sobre todo, si los comparamos con los de las tres temporadas anteriores, que eran sensacionales, aunque al principio, los fans de Holmes y Watson no acabábamos de ver con buenos ojos una adaptación en época actual de las aventuras de nuestros ídolos. El invento, que nunca ha funcionado en Elementary --entre otras cosas, por convertir al doctor Watson en una mujer oriental--, funcionó a la perfección en esta revisión del clásico a cargo de Mark Gatiss y Steven Moffat. La fidelidad al espíritu original de los relatos de Arthur Conan Doyle era perfectamente compatible con un ritmo vertiginoso, un sentido del humor a prueba de bomba y esa tendencia tan británica a tomarse las cosas en serio más en el fondo que en la forma, que a algún purista holmesiano se le podría antojar algo irreverente.
La elección de Benedict Cumberbatch y Martin Freeman para interpretar a Holmes y Watson fue todo un hallazgo, y durante nueve episodios todo transcurrió de la mejor manera posible para los admiradores de los inquilinos del 221B de Baker Street. Pero algo empezó a torcerse en el capítulo diez, La novia abominable, que trasladaba a Holmes y Watson a su localización original, el Londres victoriano, a base de mucha suspensión de la verosimilitud y un guion enrevesado, pero no muy satisfactorio. Lo mismo puede decirse de las tres entregas de la cuarta temporada de la serie: los guionistas se han puesto profundos, se han lanzado a indagar en la psique atormentada de Holmes y Watson, han complicado las tramas de manera gratuita y algo liosa, han convertido al buen doctor en viudo y les han encontrado una hermana psicótica a Sherlock y Mycroft (al fondo, el profesor Moriarty hace las veces de espantajo ocasional, cuando es un personaje que ha nacido para brillar con luz propia, aunque sea arrebatándosela a los demás).
Exceso de seriedad
La cuarta temporada de la serie se ve, pese a todo, con agrado: sigue estando muy bien hecha --aunque la dirección peca de cierta histeria-- y los actores están estupendos. Pero tanto amago psicoanalítico y tanto sufrimiento de los héroes --como si fuesen los Batman y Robin de Frank Miller-- incide negativamente en una propuesta que tenía el humor como baza fundamental. No sé si habrá quinta temporada, pero en caso afirmativo, les agradecería a los señores Gatiss y Moffat que no se pusieran tan trascendentes: con según qué figuras del imaginario colectivo, un exceso de seriedad puede ser contraproducente.