Se llamaba Lotte (Charlotte) Altmann. Fue la segunda esposa de Stefan Zweig tras su separación en 1937 de la primera, Friederike von Winternitz, que siempre se autopellidó Zweig y que llegó a escribir una biografía del escritor en 1948. Stefan Zweig, el austríaco arquetípicamente liberal, huido de su país en 1934 y nómada por Londres, Bath, Nueva York y varios países de América Latina, tuvo una extraordinaria proyección mediática en los años treinta, cuarenta y cincuenta por sus libros, auténticos bestsellers, especialmente sus biografías de María Antonieta, María Estuardo, Fouché, Balzac, Erasmo de Rotterdam...
El personaje de Zweig ha sido resucitado por el cine a través de la excelente película de María Schrader con una interpretación extraordinaria por parte de Josef Hader. La película refleja seis momentos de los últimos años de la vida de Zweig: la recepción triunfal, en agosto de 1936, del escritor en Río de Janeiro; el congreso de escritores de Buenos Aires de septiembre de 1936; la estancia en Bahía en enero de 1941; el encuentro en Nueva York por las mismas fechas con su primera mujer (en el cine, Barbara Sukowa); la vida en Petrópolis en noviembre de 1941 y el epílogo final con el suicidio en febrero de 1942. Mucho se ha escrito sobre las razones de la muerte de Zweig: su depresión personal ante el presunto futuro que le aguardaba a Europa en plena escalada nazi, su cansancio en su papel de mediador y enlace de intelectuales judíos prófugos, su desasosiego por la beligerancia contra Hitler que le pedían sus admiradores, su insatisfacción progresiva ante la América que lo halaga ostentosamente pero que no le aporta nada, su conciencia de los rendimientos decrecientes, en su capacidad de creación literaria... Se ha auscultado hasta el último párrafo de su carta-despedida: "Quiero saludar a todos mis amigos, les deseo que lleguen a ver la aurora del final de esta noche tan larga. Yo, demasiado impaciente, me adelanto a ustedes".
Sacrificio hasta la muerte por la gloria de sus maridos
Pero nadie se acuerda de Lotte, la mujer 25 años más joven que él que se suicidó a su lado. Ambos fueron encontrados por sus jardineros en su dormitorio, juntos en la cama. El cadáver de él, vestido hasta con corbata en el lecho, ella en camisón, abrazada tiernamente a él. Ella, supuestamente, fue la esposa fiel, admiradora incondicional que no pudo plantearse otra cosa que no fuera la muerte al lado de su hombre, el gran escritor Stefan Zweig. Nadie ha especulado siquiera si ella compartió plenamente la decisión de morir, nadie ha pensado que en las cartas que él dejó al morir ni la nombra, nadie ha podido ni siquiera sospechar que ella pudiera hacer otra cosa que obedecer. En los suicidios de pareja (recuerdo ahora los de Laura Marx, la hija de Carlos Marx, y Paul Lafargue en 1911 o los de Hitler y Eva Braun en 1945) sus intérpretes asumen con absoluta normalidad la muerte de ellas al lado de ellos. La coartada del amor lo explica todo. Lafargue como Zweig sólo habló de él en su testamento justificativo. Alegó que "me quito la vida antes que la implacable vejez (tenía 70 años) me arrebate uno detrás de otro los placeres y las alegrías de la existencia". Como Zweig, en el momento de la muerte sólo supo hablar de sí mismo. El escritor austríaco sólo convivió con Lotte cinco años, de 1938 a 1942. En la película, el personaje de Lotte es interpretado por Aenne Schwarz, una mujer alta, delgada y siempre pasiva en contraste con la primera mujer, la volcánica Friedericke.
Lotte, ¿la mujer enamorada y entregada hasta la absoluta disponibilidad de su vida? ¿Amor o manipulación? En la hora de la evocación del admirado Zweig querría, aquí y ahora, rescatar del olvido a aquella Lotte representación de las mujeres sacrificadas hasta la muerte en el altar de la gloria de sus maridos.