¿He leído, o sólo he soñado, que se va a rodar una miniserie televisiva sobre los Panero? En principio parece una idea delirante y llena de escollos, aunque pensándolo bien tiene cierta lógica, porque esa familia de poetas se ha constituido en mito cultural --en historia de la literatura-- no tanto por la obra literaria, todo lo meritoria que se quiera, de uno u otro de sus miembros, sino de forma parecida a como se construye una serie de televisión: a partir de una idea nuclear, obra de una o dos personas, la autoría es colectiva; da casi igual quién sea el director responsable de cada episodio y quién es, en el numeroso equipo de guionistas, el que se encarga de poner por escrito las peripecias del siguiente, siempre y cuando la trama circule por los raíles previamente tendidos por la biblia y los personajes principales sigan siendo los mismos.
Acaban de añadirse nuevos episodios a la saga de la extinguida familia: Javier Huerta Calvo ha editado Abolido esplendor, libro de ensayos sobre la poesía de Juan Luis Panero, y Javier Mendoza sus recuerdos sobre Michi Panero, bajo el título El desconcierto, y simultáneamente algunos cuentos que Michi escribió siendo muy joven, Funerales egipcios.
Lo importante no es la obra de uno u otro individuo, forjada con versos bien escandidos, sino el mito coral forjado a partir de gestos elegantes y palabras beodas, impúdicas, que no para de adquirir nuevas resonancias, nuevas capas, de asentarse y crecer
Contra la opinión de algunos que lamentan que "la leyenda oculta la obra", lo más valioso de los Panero es la leyenda, el mito de una familia en ruina, una poesía apolínea y religiosa (Panero padre) que desemboca en la locura y en el silencio, una decadencia autodestructiva o narcisismo de la extinción; leyenda formulada por primera vez en la película El desencanto y reforzada con cada nueva aportación, en cualquier formato, sea la canción de Nacho Vegas El hombre que casi conoció a Michi Panero o los testimonios de Luis Antonio de Villena en Lúcidos bordes del abismo o ahora el de Javier Huerta, por sólo mencionar algunos.
Así pues, lo de menos es si, como sostiene (con criterio más que respetable) Luis Alberto de Cuenca, de todos los poetas de la saga familiar el mejor era el denostado padre; o si yo me abstengo de leer los cuentos juveniles que Michi no publicó en vida ni de volver a El desencanto, visión abrasadora en su día, experiencia inolvidable (y seguramente irrepetible). Lo importante no es la obra de uno u otro individuo, forjada con versos bien escandidos, sino el mito coral forjado a partir de gestos elegantes y palabras beodas, impúdicas, que no para de adquirir nuevas resonancias, nuevas capas, de asentarse y crecer. Es un fenómeno asombroso y que se ve poco en España: una idea que se asienta y que va tomando cuerpo. El primer mérito es de los Panero, desde luego, que fueron los que más sufrieron para levantarlo, pero los demás también hemos contribuido a él, de una forma u otra.