No me pregunten de qué va la nueva temporada de Twin Peaks porque ni lo sé ni me importa: yo me limito a plantarme delante del televisor y a tragarme, sin hacer preguntas, todas las chaladuras y extravagancias que salen de la mente enferma de David Lynch. Llevo cuatro episodios y lo único que he logrado colegir es que todo gira en torno al atormentado agente especial Dale Cooper, que aparece siempre en secuencias oníricas o que se convierten en tales con su mera presencia. El pobre Cooper, por motivos no aclarados, cuenta hasta ahora con un par de doppelgangers. Uno de ellos es más malo que la tiña y se dedica a actividades criminales que, para variar, no quedan muy claras; el otro es un pringado que, tras pasar un rato de sano esparcimiento en la habitación de un motel con una prostituta negra, se encuentra fatal, vomita, pierde el sentido y es absorbido por el auténtico agente Cooper, que se cuela en el cuarto a través de un enchufe (¿¿¿???) y que aparenta hallarse en estado de catatonia: lo único que puede hacer es repetir las últimas palabras que le acaban de decir sin perder su expresión alelada.
Cuando me enteré de que Lynch volvía a la televisión, pensé que le obligarían a respetar ciertas normas de inteligibilidad, pero afortunadamente no ha sido así. La nueva temporada de Twin Peaks es tan abstrusa como las tres últimas películas de nuestro hombre
Tras un accidente en la carretera, el doppelganger malvado es detenido y entonces aparece el director del FBI (interpretado por el propio Lynch), que sigue hablando a gritos porque es sordo y el sonotone nunca le acaba de funcionar muy bien. El hombre detecta algo que chirría en su viejo amigo, como si fuera él, pero al mismo tiempo no acabara de serlo. Dudo que a partir del capítulo cinco las cosas se aclaren, pero tampoco lo espero: me conformo con la sensación hipnótica que me genera la propuesta y renuncio a entenderla.
Cuando me enteré de que Lynch volvía a la televisión, pensé que le obligarían a respetar ciertas normas de inteligibilidad, pero afortunadamente no ha sido así. La nueva temporada de Twin Peaks es tan abstrusa como las tres últimas películas de nuestro hombre, Carretera perdida, Mulholland Drive y la directamente incomprensible Inland Empire, tras la cual dio la impresión de que la industria de Hollywood no iba a permitir que se colocara nunca más detrás de una cámara. Pero parece que ser un autor de culto no solo implica sinsabores y frustraciones, ya que la cadena Showtime le ha dejado hacer lo que le diera la gana y el hombre no se ha cortado un pelo. El resultado es una cosa que puede resultar irritante para una gran parte del público, acostumbrado a que la ficción respete ciertas convenciones narrativas, pero que nos llena de gozo a los fans del señor Lynch. No sé si estamos ante una serie de televisión o ante una peculiar obra de arte contemporáneo, pero a mí me da lo mismo.