Hay un Mario Conde al que, lamentablemente, todos conocemos: el delincuente de guante blanco y cabello engominado que daba lecciones de moral en las tertulias de Intereconomía y que hasta llegó a fundar un partido político al que, afortunadamente, no votó nadie. Pero hay otro Mario Conde que, pese a ser un personaje de ficción, nos cae bastante mejor que el real: el protagonista de las novelas de Leonardo Padura que publica entre nosotros la editorial Tusquets y que ahora han sido llevadas a la televisión en una serie titulada Cuatro estaciones en La Habana que no está nada mal, aunque abuse un tanto de los tópicos habituales de la literatura policial: inspector beodo y desencantado, la inevitable femme fatale que le rompe el corazón, amigos atrabiliarios y más bien desafectos a la realidad circundante, en este caso los resultados de la revolución castrista...
Por lo que he visto hasta ahora de Cuatro estaciones en La Habana, he llegado a la conclusión de que la forma se impone al fondo. Las tramas son correctas, pero no especialmente excitantes, y la realización roza en ocasiones lo letárgico. Pero si llegas al final de cada episodio es porque la cochambrosa ciudad en la que todo sucede tiene una fuerza visual muy notable y constituye un decorado nuevo para el espectador de thrillers, acostumbrado a que éstos se desarrollen en Nueva York, Londres o, últimamente, alguna gélida ciudad nórdica. La Habana de esta serie transpira sudor, está llena de gente en camiseta, muestra edificios que se caen a pedazos y constituye, en suma, un catálogo de todas las miserias del comunismo que resulta visualmente fascinante.
Serie imperfecta, aunque cargada de buenos detalles, Cuatro estaciones en La Habana se apunta el tanto de incluir la capital de Cuba en el mapa de los decorados urbanos de la ficción policial
Añadamos la presencia como protagonista de Jorge Perugorría, un actor solvente al que te crees casi siempre y sin el que la serie perdería una baza fundamental. Aunque su personaje es a menudo un tópico andante, Perugorría consigue conferirle un interés que despierta la empatía del espectador, pese a que en ocasiones resulte sorprendente que un tipo tan blasé como Conde caiga rendido como un corderito a los pies de la lagartona de turno, a la que el espectador ha calado desde el primer momento.
Serie imperfecta, aunque cargada de buenos detalles, Cuatro estaciones en La Habana se apunta un tanto fundamental: incluir la capital de Cuba en el mapa de los decorados urbanos de la ficción policial. Puede que eso no baste para engancharse a la serie, pero es un paso en una muy buena dirección.