Twin Peaks, la serie que David Lynch y Mark Frost crearon a principios de los noventa, pagó cara su audacia, pues fue cancelada al cabo de dos temporadas por rara e incomprensible (en teoría, para el público, pero en la práctica, quienes no la entendían eran los ejecutivos de la Fox). Eso sí, sentó las bases para la actual edad dorada de la ficción televisiva --propiciada, en parte, por la progresiva idiotización de lo que Hollywood fabrica para la gran pantalla-- y, de hecho, constituyó el inicio de esa edad dorada. Este año volverá por la puerta grande con su tercera temporada, un cuarto de siglo después de haber sido cancelada, y mucha gente la espera con ansias (incluyendo, intuyo, a los sustitutos de quienes se la cepillaron en su momento).
Alguien vio a principios de los noventa que la televisión daba para bastante más que intrigas convencionales y autoconclusivas, que podía albergar sagas tan fascinantes como excéntricas y que merecía la pena innovar
Movistar está emitiendo las dos primeras temporadas de Twin Peaks y tiene metida la serie en su archivo para que la veamos cuando y como mejor nos plazca. Yo la voy revisando a ratos, cuando no hay nada más urgente que trasegar, y compruebo con cada episodio que la magia de la propuesta se mantiene viva: alguien vio a principios de los noventa que la televisión daba para bastante más que intrigas convencionales y autoconclusivas, que podía albergar sagas tan fascinantes como excéntricas y que merecía la pena innovar... aunque tus jefes te fundieran el invento en un par de años. Lynch y Frost palmaron en su momento, pero plantaron las semillas de una nueva forma de concebir la ficción televisiva. Demostraron que había que arriesgarse, desbrozando el camino para que después Chris Carter se sacara de la manga su Expediente X o Alan Ball A dos metros bajo tierra, cuya premisa --los dimes y diretes de una familia de sepultureros-- no parecía precisamente la más comercial del mundo.
Cuando David Lynch le colocó su serie a la Fox, ya tenía fama de tipo raro que fabricaba unas películas muy especiales, pero alguien confió en él y a mí me gustaría saber el nombre de ese héroe anónimo que, tal vez, pagó con el despido su audacia vanguardista. La industria del cine no parece tener espacio para el señor Lynch, que no rueda un largometraje desde Inland empire, hace más de una década, pero la televisión le permite seguir explicando la historia que dejó a medias hace un cuarto de siglo y que muchos nos morimos de ganas de seguir disfrutando.