Creo que ya les di la brasa con Braquo, la estupenda serie policial de Olivier Marchal, pero les prometo que esta vez será la última. Tengo una excusa inmejorable: la serie ha concluido con su cuarta temporada, el grupo de asalto se disgrega y al comandante Eddy Caplan lo mata a balazos un mafioso marsellés apellidado Mandeville. Ha sido con el último capítulo de la saga cuando uno se ha dado cuenta de que les había cogido cariño a esa pandilla de bestias y, sobre todo, a su jefe, un tipo de pocas palabras del que apenas sabíamos nada hasta llegar a la última temporada de la serie, que se ha distinguido, sobre todo, por desarrollar el factor humano de sus protagonistas.
Ha sido con el último capítulo de la saga cuando uno se ha dado cuenta de que les había cogido cariño a esa pandilla de bestias
Ha sido en la cuarta entrega de la serie cuando nos hemos enterado de que Caplan tenía un hermano en la cárcel, Nathan, tipo atormentado desde que un conductor borracho se llevó por delante a su mujer y su hijo y decidió vengarse de él con tan mala fortuna que acabó matando a tiros a una niña que viajaba en el coche del imprudente. Al salir de la cárcel, Nathan recupera a su hermano, que nunca le visitó entre rejas, y se enamora de la teniente Roxanne Delgado, mano derecha de Caplan (la izquierda es el robusto Morlighem), a la que deja embarazada. Hay esperanza para ellos, pero no para su hermano y jefe, que en un momento dado reconoce desear que le vuelen la cabeza de una vez porque “no tengo mujer, no tengo hijos, no tengo ilusión alguna”.
La metafísica asoma en Braquo al final de su última temporada, aunque ya la atisbamos en la segunda, cuando se cargan a Wachewski y el grupo encaja el primer golpe fuerte de su historia. Supongo que es lógico que así sea: las necesidades del género se imponían desde el principio en este retrato de polis con vidas complicadas y frecuentemente al límite, pero al final había que acabar abordando la psique de la pandilla para que la serie no fuese una más de tiros y muertos, sino lo que ha acabado siendo: una de las ficciones más interesantes de la televisión europea de los últimos años. Puede que al principio se notara mucho el modelo original, la serie norteamericana The Shield, pero con el paso del tiempo, los polis parisinos fueron adquiriendo vida propia en un entorno propio, ese inframundo típicamente francés que poco tiene que ver con su equivalente estadounidense. De todos ellos, quien más huella deja en el corazoncito del espectador es ese comandante Caplan, brillantemente interpretado por Jean-Hugues Anglade, cuya ética de samurái, aunque discutible, nos acaba resultando admirable. Descanse en paz.