La Bélgica desunida pero alegre que se infla a cerveza y mejillones con patatas fritas, la nación que nos dio a Eddy Merckx, Hergé y Plastic Bertrand (su único hit, Ça plane pour moi, sigue pareciéndome una obra maestra), oculta otra mucho más siniestra, la que produce serial killers y maníacos atroces y que nada tiene que envidiar a la brumosa Inglaterra.
Uno de esos perturbados mentales es el protagonista de Enemigo público, serie que no está nada mal y que engancha de manera notable. El tipo se apellida Beranger y está entre rejas desde que lo detuvieron por asesinar de forma brutal a cinco niños. Le conocemos cuando ha cumplido gran parte de su condena y el Estado le premia con la libertad, aunque bajo la atenta vigilancia de los monjes de un monasterio que se ofrece a albergarlo. El tipo da miedo con solo verlo, pero insiste en que quiere iniciar el noviciado y acabar convertido en un monje más. A su favor, relativamente, solo está un sacerdote joven que parece elegirlo como objeto de estudio en su análisis del mal.
Bien escrita, bien rodada y bien interpretada, 'Enemigo público' es un estupendo serial criminal de perfil bajo
Lamentablemente para Beranger, una niña del pueblo desaparece y es asesinada por alguien que traza en el cadáver el mismo signo abstruso que él dejaba en sus víctimas. Se inicia así una investigación encabezada por una policía venida de Bruselas que no es una persona atormentada, sino lo siguiente: su pasado, que se nos va revelando por fascículos, resulta tan interesante como la del asesino aspirante al noviciado. El entorno rural, digno de una película de Chabrol, incluye empresarios sin muchos escrúpulos, delincuentes sexuales supuestamente redimidos, progenitores asustados y vecinos que hubiesen agradecido enormemente al Estado que enviase a Beranger al Congo, aunque ya no sea belga.
Envuelto en una grisalla permanente y eternamente amenazado de lluvia, el pueblo en que se halla el monasterio es un decorado gótico de primera magnitud, perfecto para la trama más siniestra posible. Bien escrita, bien rodada y bien interpretada (por actores absolutamente desconocidos en España), Enemigo público es un estupendo serial criminal de perfil bajo, sin escenas espectaculares ni concesiones al Grand Guignol, que atrapa a quien se siente a gusto en ambientes gélidos y siniestros a condición de disfrutarlos desde el sofá de su casa. Una serie confortable, concepto que no está reñido con la inquietud que provoca.