El jueves arrancó en Movistar la tercera temporada de Line of duty (traducción en el título de esta columna), una de las mejores series policiales británicas que uno haya disfrutado últimamente. Creada por un señor que responde al exótico nombre de Jed Mercurio, Line of duty se centra en las andanzas del AC12, el departamento de Asuntos Internos de la policía londinense, cuyos miembros, como suele pasar en todos los cuerpos policiales del mundo, están muy mal vistos por sus compañeros, que los consideran unos chivatos, unos acusicas y unos burócratas. Nuestros héroes se encargan de poner en su sitio a lo más cutre y corrupto del cuerpo, pero si la serie se quedara simplemente en eso no pasaría de ser un producto bienintencionado más en defensa de la honradez humana.
Line of duty no solo cuenta con guiones de hierro en los que todo encaja, sino también con una realización ágil y contundente y un montaje a capón que resulta perfecto para la historia que se nos está explicando
Lo bueno de Line of duty es que el corrupto de turno nunca lo es porque sí, sino que acostumbra a ser el personaje más complejo y trabajado de toda la trama, que se resuelve siempre en una extensión muy razonable que no va más allá de los cinco o seis episodios por temporada. En ese sentido, el malo de la tercera temporada es ejemplar, a tenor de lo visto en su primer episodio, donde se nos presenta como un sujeto atormentado por algún horror del pasado aún por determinar, de sexualidad imprecisa y que usa su cargo de jefe de un equipo de asalto para buscar satisfacción a su trauma matando, manipulando pruebas y alterando escenas del crimen. Esta serie no funcionaría con un malo convencional, se convertiría en otro cop show sin especial interés.
Protagonizada por actores no conocidos en España --si exceptuamos a Adrian Dunbar, cuya prodigiosa nariz ha sido vista en abundantes largometrajes británicos--, Line of duty no solo cuenta con guiones de hierro en los que todo encaja, sino también con una realización ágil y contundente y un montaje a capón que resulta perfecto para la historia que se nos está explicando. La extraña química entre los dos polis de Asuntos Internos, muy parecida a la que se establecía entre los agentes Mulder y Scully de Expediente X, contribuye a la solidez de la propuesta y nos ayuda a entrar en cada nuevo caso en una compañía que ya nos resulta familiar (aunque, insisto, el genuino protagonista de cada temporada es el fascinante corrupto de turno).
Las dos primeras temporadas figuran en el archivo de Movistar, así que acabo este artículo para que puedan propulsarse a verlas.