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El cómic independiente norteamericano es rico en autores que difícilmente podrían ser calificados de personas normales. Pensemos en tipos tan peculiares y extravagantes como los estadounidenses Daniel Clowes o Charles Burns, creadores de mundos propios que nos gusta visitar, pero en los que jamás querríamos quedarnos a vivir. Pero comparados con el canadiense Chester Brown (Chateauguay, Montreal, 1960), Clowes y Burns me parecen dos adorables monaguillos, puede que un poco especiales, pero en el fondo inofensivos.

En sus cómics puede asomar de vez en cuando la sordidez de la existencia, pero no ocupa el centro del escenario ni gira a su alrededor la trama de la historia a narrar, como sí sucede con los relatos y novelas gráficas del señor Brown, que a mí me parecen excelentes, pero me cuesta recomendarlos, dado el mal cuerpo que suele dejarte su lectura, un mal cuerpo perfectamente compatible con la comprensión de los personajes que los protagonizan y que, muchas veces, son meros alter ego del artista o, directamente, Chester Brown en persona, como sucede en la que para mí es su mejor obra, Paying for it (Pagando por ello, 2011), una apología de la prostitución llevada al cine en el 2024 por una exnovia del señor Brown, Sook-Yin Lee (Vancouver, 1966), actriz, cantante y figura multimedia que formó pareja sentimental con el dibujante entre 1992 y 1996.

De hecho, Sook-Yin Lee fue la última novia que tuvo Brown antes de consagrarse en exclusiva a pagar por sexo (y, a poder ser, un poco de cariño). Pagando por ello es una novela gráfica de una sordidez absoluta, pero también una historia de una inocencia inaudita que requiere ponerse en la mente de su autor (aunque solo sea por un rato) para entender su peculiar punto de vista.

'Pagando por ello' de Chester Brown

Lo cierto es que todos los puntos de vista del señor Brown son muy peculiares, tanto en lo que respecta al amor y el sexo como en lo relativo a la religión o la política. No es del todo descartable que estemos ante un tipo más o menos perturbado mentalmente, aunque relativamente funcional (su madre, esquizofrénica, murió en 1976 tras caer por las escaleras del hospital en el que estaba internada).

En su adolescencia, Chester Brown aspiraba a dibujar historias de superhéroes, pero sus contactos con Marvel y DC no fueron precisamente un éxito. Así pues, el hombre optó por dar rienda suelta a su insania publicando entre 1983 y 1985 siete números de la revista Yummy Fur, en los que dio a conocer a Ed, the happy clown (Ed, el payaso feliz), personaje delirante que habitaba un mundo de pesadilla en el que podían pasarle cosas como ser acosado por caníbales o ver cómo la punta de su pene adoptaba el físico de Ronald Reagan.

En su chaladura, eso sí, Ed, el payaso feliz, esquivaba la sordidez de obras posteriores como The playboy (El playboy, 1992, edición española en 2008) o I never liked you (Nunca me has gustado, 1994, publicada entre nosotros en 2007). Ambas son autobiográficas. La primera narra la obsesión del joven Chester con los desplegables de la revista Playboy, que le fascinaban, lo excitaban y lo hacían sentir culpable, todo a la vez (Hugh Hefner llegó a escribirle una carta en la que se interesaba y preocupaba por su psique); la segunda se basa en los recuerdos de infancia del pequeño Chester, cuando nadie lo apreciaba en el colegio y podría haber ganado todos los concursos de impopularidad preadolescente. El playboy y Nunca me has gustado transmiten un mal rollo descomunal: o abandonas su lectura al principio o llegas hasta el final, aunque consciente de que igual no te estás haciendo ningún bien.

'The Playboy' de Chester Brown

Es lo mismo que ocurre con Pagando por ello y su continuación, Mary wept at Jesus´ feet (María lloró a los pies de Jesús, 2016), una colección de historias bíblicas emparentables con la prostitución, tema que a nuestro hombre le motiva, convencido como está de que en ella ha encontrado algo parecido al auténtico amor (se convirtió en uno de sus principales propagandistas durante su breve paso por la política canadiense, cuando militó en el Libertarian Party, o Partido Libertario).

Su acercamiento a la política a través del cómic tuvo lugar con su biografía del líder mestizo del siglo XIX (y francohablante: Brown no habla francés, pese a haber nacido en el Quebec) Louis Riel (Louis Riel: A comic strip biography, 2003). Y no sé cómo calificar su Underwater, una historia que le llevó años y que acabó abandonando sin llegar a una conclusión (tiene momentos espléndidos, pero, en general, no se sabe dónde pretende ir a parar).

Los cómics de Chester Brown, como puede deducirse de lo escrito hasta ahora, no son para todo el mundo. Y tampoco constituyen una experiencia lectora especialmente disfrutable. Llamarán la atención, eso sí, del lector que se sienta interpelado por personalidades extrañas, excéntricas, con un pie en la locura y otro en el lado más triste y doloroso de la experiencia humana.

No estamos hablando de arte inofensivo, ni mucho menos de entretenimiento: en los tebeos del señor Brown se sabe cómo se entra, pero no cómo se sale. Yo sobreviví y me asomé a una mente muy peculiar, pero a veces pienso que podría haberme ahorrado la experiencia.

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