Dicen que el primer contacto con los cómics de Daniel Gillespie Clowes (Chicago, 1961) fue tirando a traumático. Tenía cuatro años, vio la portada de la revista Strange Adventures, en la que podía verse a una familia muriendo de calor, y empezó a darse de cabezazos contra la pared. Mi primer contacto con su obra se pareció bastante, pero sin los cabezazos. Cuando me leí Like a velvet glove cast in iron (aquí titulada Como un guante de seda forjado en hierro) fue como si me volara la cabeza. Nada me había preparado para aquel magnífico delirio que el hombre había ido publicando por entregas en su revista Eightball (Bola ocho), fabricada en solitario entre 1989 y 2004. La sombra de David Lynch planeaba sobre el libro, pero más que una pesadilla incomprensible, lo que uno se encontraba en él era la descripción de una realidad paralela, alternativa, capaz de convivir con la que todos conocemos, pero mucho más inquietante y cargada de estímulos, no siempre positivos. Pensé que me hallaba ante un tipo muy raro y me enganché a sus cosas hasta el día de hoy.

Like a velvet glove cast in iron fue el primer paso serio de una carrera que, con el paso del tiempo, ha ido ofreciendo piezas señeras del cómic de autor. No es que las historias cortas de Clowes no funcionen (funcionan a la perfección, como comprenderá quien se acerque a su libro Caricature), sino que en las largas es donde mejor se le da transmitirnos su peculiar visión del mundo como un sitio sin duda interesante, pero en el que hay que andarse con sumo cuidado, pues lo extraño y lo raro puede encontrarse en los entornos más convencionales, en pueblos como el de Blue velvet, en diversos rincones de la Suburbia norteamericana (nada que ver con nuestros suburbios), a la vuelta de la esquina. Si Como un guante de seda forjado en hierro se movía permanentemente en un delirio a lo Lynch (o a lo John Franklin Bardin), su siguiente novela gráfica, Ghost world (1997) transcurría en un entorno y unas circunstancias aparentemente banales que escondían cosas muy preocupantes, las que les pasaban a dos chicas tirando a frikis en una innombrada ciudad de la América profunda. Con Ghost world pasamos de una fantasía delirante a una realidad paralela, en la que podían suceder las cosas más insólitas mientras en la que todos conocemos todo seguía igual.

Ghost world fue llevada al cine por Terry Zwigoff, autor de un magnífico documental sobre Robert Crumb, con una fidelidad admirable al original (más la presencia, siempre estimulante, de Steve Buscemi). No sería el último contacto del señor Clowes con la industria cinematográfica independiente, pues su libro Wilson, retrato de un sujeto imposible que se mueve entre la risa, el llanto y la rabia, fue adaptado en el 2017, siete años después de su aparición, con Woody Harrelson en el papel principal (Clowes estuvo nominado al Oscar al mejor guion adaptado, pero no se lo dieron). No pasó lo mismo con David Boring, extraña saga protagonizada por un tipo que va dando tumbos por la vida, construyendo una extraña epopeya personal que oscila entre lo poético, lo inquietante y lo ridículo.

Las dos obras más recientes de Daniel Clowes vuelven en cierta medida a Como un guante de seda forjado en hierro, aparcando el costumbrismo extravagante de Ghost world, Wilson o Mr. Wonderful (deliciosa historia sobre un hombre sediento de amor y sus dificultades para saciar esa sed) para plantear mundos confusos y extraños en los que resulta bastante fácil perderse, aunque uno se encuentre al final de la historia y se haga una idea aproximada de lo que el artista ha tratado de explicarle. Tanto Paciencia (2019) como Monica (2023) ofrecen un mensaje críptico y tirando a apocalíptico, metido en una estructura que busca voluntariamente la confusión o el estupor del lector. Es inútil describirlas (solo la vena costumbrista alternativa del señor Clowes se presta a un resumen de los resultados) y más vale entrar en ellas como aconsejaba Dylan Thomas internarse en la noche: sin demasiada tranquilidad.

En lo referente al dibujo, sería aventurado incluir a Clowes en la línea clara solo porque su dibujo es limpio, pulcro, elegante y realista. Estamos ante un norteamericano que creció leyendo cómics de terror y de súper héroes, y esas influencias resultan evidentes en su manera de dibujar (abundan las referencias a viejos estilos disfrutados en la infancia, a los que da una conveniente vuelta de tuerca para llegar a donde quiere llegar). Como ilustrador, Clowes ha realizado portadas para discos e ilustraciones para revistas como Time, Esquire o The New Yorker, pero puede que una de sus colaboraciones más peculiares sea la que ejerció a mediados de los 90 con Coca Cola, para la que creó el diseño y la imagen de un refresco dirigido a la Generación X, Ok Soda, que fue un completo fracaso: el contacto de su realidad paralela con la de toda la vida fue un choque del que no salió muy bien parado.

La obra completa de Daniel Clowes está a disposición del lector español a través de diferentes editoriales: La Cúpula primero, Mondadori después y Fulgencio Pimentel en la actualidad (pequeña empresa radicada en Logroño que publicó sus dos últimos álbumes antes que en Estados Unidos, donde nuestro hombre, pese a todo su prestigio y los premios acumulados, no deja de ser un sujeto marginal dentro de esa industria controlada por Marvel y DC). Para quienes no la conozcan todavía, aconsejo empezar por el principio, por ese deslumbrante Like a velvet glove cast in iron que me volvió tarumba a principios de los 90, casi tanto como al propio Clowes cuando vio la portada de Strange Adventures a la tierna edad de cuatro años. Pero el orden cronológico no es condición sine qua non para abordar la obra de este peculiar creador, así que les digo con envidia a los que aún no lo conozcan que empiecen por donde quieran: o les provocará un rechazo y una incomprensión instantáneas o caerán en sus redes, yendo de libro en libro hasta que no les quede ninguno por leer y hagan lo que hacemos sus fans más devotos: esperar los años que haga falta para cada una de sus nuevas creaciones.