Habla un español suavizado donde se adivinan algunas erres guturales del inglés, pero encofradas en una dicción casi perfecta y un vocabulario que ya quisiéramos ver en muchas tribunas públicas. Su mundo es la arquitectura, pero entendida con ojos de urbanista, a partir del efecto que produce en la sociedad donde se enclava. Nacida en Estados Unidos, tiene un esmerado currículo universitario y una brillante carrera de ejecutiva. Casi dos décadas como directora de los Premios Pritzker, en la actualidad trabaja para la Fundación Henrik F. Obel de Dinamarca, que desde 2019 concede galadones sobre arquitectura global. Ha vivido muchos años en Chicago, donde comenzó su carrera profesional y universitaria. Ahora dice haber encontrado su lugar en el mundo en el Sur de Europa y en España.
Desde España Chicago parece el paradigma del arte y la arquitectura, no sé cuánto hay de estereotipo.
Es una ciudad increíblemente acogedora, todo lo contrario de un lugar duro o difícil. Cuando llegué no conocía a nadie, no tenía referentes a los que agarrarme o que me ayudaran. Sin embargo, todo fue fácil. Siendo tan grande e impresionante es un lugar acogedor. Yo viví junto al lago y resultó una hermosa combinación de la ciudad escenario de la gran arquitectura contemporánea y la naturaleza. A pesar del clima. Solíamos decir que en Chicago solamente hay dos estaciones: el invierno y la construcción… porque cuando termina el frío toda la ciudad se pone en obras para reparar sus estragos.
Usted es de formación urbanista y ha sido y es comisaria de exposiciones sobre arquitectura. ¿El planeamiento urbanístico es una obra de arte?
(Piensa unos minutos) El urbanismo es creativo, o puede serlo, pero la diferencia es que una obra de arte es la expresión de un individuo que puede conectar con los demás. El urbanismo debe tener vocación de servicio aunque también pueda provocar sentimientos en las personas, emocionar incluso. Pero su misión es útil y, por tanto, bello y práctico para la sociedad. Debe hacer vibrar el espíritu de las personas, hacer mejor sus vidas. Yo creo que uno de los pecados de la arquitectura es el narcisismo (se detiene unos segundos) … en la vida en general, no solamente en la arquitectura.
No sé si existe una arquitectura para todos los gustos.
No, pero esa no es la cuestión. Se trata de una idea más amplia, de crear espacios que hagan posible la convivencia, donde la suma de los elementos sea buena, acogedora, mejor. Esa es la clave. Que responda a la ciudad que es y la que fue. El urbanismo nace para facilitar la convivencia. Esa es su esencia y ni es fácil ni es definitiva. Las ciudades son elementos vivos que cambian permanentemente. Las ciudades cambian porque las personas cambian. No existen soluciones definitivas ni obra terminada. Las ciudades no terminan nunca de transformarse.
Pues ahora estamos en crisis en todos los sentidos: sistema productivo, emergencia climática, tensión migratoria. ¿Qué ciudad estamos haciendo?
Mire, le voy a poner un ejemplo reciente que creo nos ha dado algunas lecciones: el Covid. Nos hemos enfrentado a un reto impensable en una sociedad occidental. Una amenaza que nunca creímos que tendríamos que enfrentar. Y las ciudades han respondido o, al menos, nos han señalado el camino correcto. Somos parte de un todo, qué duda cabe, pero cada uno tenemos un papel. La pandemia nos ha señalado cuál es. Hemos descubierto la responsabilidad de protegernos y proteger a los demás. Mi experiencia es que, aunqu haya discursos que son siempre nihilistas y catastrofistas, el comportamiento general ha demostrado la convivencia nos salva. Ha habido reacciones de solidaridad, respuestas ante la soledad y la fragilidad de mucha gente que necesitaba ayuda. Sin los resortes públicos y privados no habríamos sobrevivido. Vivir en comunidad es lo que nos ha salvado. Lo colectivo es fundamental para la supervivencia, pero cada uno de nosotros cumple un papel fundamental no sólo para hacer posible la vida cotidiana, sino incluso para la supervivencia.
¿La idea de la ciudad de los cuidados está relacionada con la incorporación de las mujeres a la arquitectura y el urbanismo?
Es un tema interesante y tiene que ver con la incorporación de lo privado a lo público. Históricamente las mujeres han desempeñado el papel de los cuidados, de los menores y de los mayores. Han sido el armazón de la vida cotidiana y, fíjese, esa también ha sido una lección del Covid. Hemos sido conscientes de la importancia de nuestros espacios interiores, del cimiento sobre el que se asienta de verdad nuestra vida. No quiero eludir la cuestión, pero sí quiero insistir en la lección que nos ha dado la organización de nuestras viviendas. Hemos descubierto que es un disparate que haya espacios monofuncionales, cocinas para cocinar, dormitorios para dormir. Necesitamos que cada uno de los espacios respondan no a una única necesidad, sino a todas las que podemos tener: compañía, soledad. Necesitamos relacionarlos con el exterior. Las viviendas siempre han estado a cargo de las mujeres, ha sido su territorio, aunque no necesariamente elegido.
En la arquitectura las mujeres se encuentran con techos de cristal como en otras profesiones tradicionalmente masculinas, supongo.
En el caso de la arquitectura, aunque es algo que está cambiando, las mujeres han tenido y tienen que pelear con auténticos techos de hormigón armado, aunque son cada vez más permeables. En materias como la sostenibilidad y el medio ambiente, hay cada vez más mujeres que aportan una mirada más allá de las respuestas habituales de la arquitectura, que hacen suya la necesidad de conciliación y la armonía entre el mundo del trabajo y el mundo familiar, con la calle, con el comercio. La discriminación con las mujeres forma parte de una situación estructural en muchos ámbitos, también en el académico. Hay resistencias: yo he estado en muchos jurados y le aseguro que en muchos casos se eligen hombres –porque en los jurados hay sobre todo hombres– por inercia, contactos o compromisos… Hay que romper esa situación. Aunque tal vez no es el mundo de la arquitectura el mas refractario sino todos esos ámbitos que lo rodean y que son indispensables: las empresas constructoras, las aseguradoras, los bancos. Ahí necesitamos un cambio cultural.
Parece que a las mujeres les cuesta más entrar en el canon.
Sí, y eso que es una profesión cada vez con más presencia femenina. Y va más allá de los nombres propios. El Premio Pritzker solamente lo han recibido seis mujeres y una sola en solitario, la iraní Zaha Hadid. Las mujeres han aportado algo esencial: la idea de que la arquitectura es un trabajo en equipo. Tanto los premios como la visibilidad de la arquitectura ha estado ligada a los grandes nombres propios. Eso ya es de otra época. Se ha acabado el tiempo de los arquitectos estrella. Cada vez somos mas conscientes de la arquitectura como un trabajo colectivo, no ya solo de equipos, sino de otras disciplinas. En el jurado de los Pritzker combatí la idea de que fueran una especie de Juegos Olímpicos. Se trata de abrir la mirada y elegir trabajos que cambien la vida y enseñen nuevos caminos. Que den respuestas útiles. Las mujeres han demostrado ser más permeables a esa idea.
Todos esos grandes nombres han sido habitualmente occidentales.
Eso también ha cambiado y va a cambiar aún más. Hay aportaciones fundamentales que tienen que ver con África y con Asia, pero tenemos que ver cómo lo abordamos. Debemos evitar la actitud neocolonial, neoimperialista, de incorporarlas sin respeto, como si fueran algo exótico. Debemos afrontarlas con humildad y aprender de estas ideas. He sido muchos años profesora de una escuela de negocios y les insistía en que los negocios pueden mejorar la arquitectura y la arquitectura puede mejorar los negocios. Yo vengo de Occidente, pero tengo que tener la mente abierta para aprender de muchas cosas interesantes que se están haciendo en África y en Asia.
¿La ciudad como civitas sigue siendo el modelo mediterráneo?
Sin ninguna duda. De hecho, es la hora de la ciudad mediterránea, la zonificación ha fracasado. Y no es sostenible. Ni en términos de preservación del Medio Ambiente ni de vida. No tiene futuro. No refleja ninguna de nuestras necesidades, ni afectivas ni sociales ni económicas. No tiene sentido vivir en áreas sin comunicación unas con otras: sin intercambio entre las actividades que son parte de nuestra vida: los colegios, los comercios, las plazas, los parques, el trabajo. La idea de la ciudad de los quince minutos (teoría urbana del profesor de la Sorbona Carlos Moreno, Premio Obel 2021) no se trata sólo de dejar de usar el coche, sino de hacer habitable tu espacio de vida. De reforzar la autonomía de los ciudadanos, romper dependencias: que los niños estén cerca de la escuela y de lugares de encuentro con otros niños, que los mayores no estén aislados ni desasistidos, que la conciliación sea realidad. Esa es la ciudad mediterránea. Tenemos ahí un ejemplo. Aunque los tiempos sean distintos, las necesidades básicas son las mismas. Tiene que ver con la calidad de vida y con la política: la ciudad es una respuesta democrática de convivencia. Es igualdad, solidaridad.
Tendrá una ciudad como modelo.
Me lo preguntan mucho, pero no suelo dar una única respuesta. No doy un solo nombre. No hay un único modelo, ni siquiera un tamaño o unas condiciones. Depende. Prefiero hablar de valores, que son algo universal frente a las circunstancias de cada cultura o de cada entorno. Es esencial que la ciudad sea segura, que nos sintamos seguros y no amenazados. Eso me puede ocurrir en Chicago o en Jaipur (India): no sentirme amenazada ni extraña. Es muy importante tener la sensación de integración. Una ciudad accesible, que no sea hostil, agresiva, difícil. Donde exista acceso a la cultura. La cultura es el hilo invisible que hace a las ciudades singulares. (Sonríe y baja la voz para hacer una confesión). Y la luz. En mi caso he de reconocer que la luz es muy importante para sentirme bien. Todos estos ingredientes son mi modelo de ciudad.
Entiendo que hablamos de cultura más allá de una agenda que no siempre es accesible para todos.
Que la cultura sea accesible para todos es un ingrediente fundamental. Pero sí, efectivamente, hablamos tambien de cultura de la convivencia. Que te salude el conductor del autobús como pasa en Chicago, que la calle sea abierta y cómoda como sucede en España (me pasa en Madrid, en Barcelona, en Sevilla) que te hablen en diferentes idiomas. Todo eso es también cultura. Cultura de ciudad.
Las ciudades más bellas son el oscuro objeto de deseo de todos. ¿El turismo es una amenaza o una oportunidad?
El turismo es una realidad. Y es sin duda una oportunidad desde muchos aspectos que está sometido a amenazas. Es una industria muy importante que, en principio, no es tóxica y favorece el intercambio entre culturas. Pero puede colapsar. La masificación es un problema que requiere soluciones. Hay que analizar holísticamente cada una de las situaciones, cada una de las ciudades y manejar mucha información. Por supuesto hay que regular y aplicar medidas que eviten el colapso y comprometan la habitabilidad de las ciudades. Hay que afrontar cada problema: por un lado, el patrimonio; por otro, la vivienda. ¿Qué ocurre con los centros históricos? ¿Por qué expulsan a los vecinos? Si es por el precio abusivo de la vivienda hay que tomar medidas, si es por el abuso de apartamentos turísticos, otras. Y cuidar un patrimonio que no puede resultar perjudicado. Y no hablo solo de monumentalidad y de entornos atractivos. Hablo también de calidad de vida. De modelos de vida.
¿Les hacen caso a los urbanistas?
(Sonríe) El urbanismo tiene respuestas para hoy y para el mañana. En este momento existen herramientas digitales que nos permiten anticiparnos a los problemas que van a venir. Las cosas están cambiando a tal velocidad que tenemos el peligro de llegar tarde, pero tengo confianza. En arquitectura y urbanismo solemos decir que hay soluciones difíciles para todo, complejas pero posibles. Me gusta de la manera de actuar de este mundo que es poco abstracto y que es también físico. Hay siempre soluciones creativas para minimizar los efectos negativos. Otra cosa es que los implicados (el mercado, las administraciones) quieran escuchar. (Vuelve a sonreír).
¿Alguien lo está haciendo bien?
No tengo un ejemplo claro. Hay medidas que funcionan, desde luego. La buena noticia es que hay muchas posibilidades para el intercambio de experiencias y que es fácil la comunicación. Si hay voluntad se puede aprender tambien de las experiencias fallidas. Parte de la razón por la que he dejado atrás una parte importante de mi vida como gestora es que quiero pararme a pensar y ayudar a otros a que reflexionen. La Fundación Obel promueve la investigación. Nos exponemos a una crisis climática sin precedentes que nos obliga a trabajar con soluciones que son inéditas y sobre las que hay que pensar mucho. No podemos permitirnos no anticiparnos a los problemas.
¿Existe algún edificio por el que recorrería el mundo para verlo?
(Larga pausa) Hay muchos, magníficos y diferentes. Pero hablando de soluciones sostenibles y habitables recomendaría la Universidad de Ingenieros de Lima que ha construido el Estudio Grafton. Es un equipo liderado por mujeres que han hecho proyectos maravillosos, sobre todo en Irlanda. Creo que por ese edificio merece la pena un viaje largo. Da respuesta a muchas preguntas: usa hormigón, que es un material eterno, aprovecha las vicisitudes del terreno que es escarpado y complicado, responde a los problemas del clima. Y es bellísimo porque responde a todo eso y es respetuoso y habitable. Lo recomiendo vivamente.