En diciembre de 1979 apareció el primer número de la revista mensual El Víbora, que gozó de una larga vida hasta su triste, pero inevitable, fallecimiento en enero del 2005. Su impulsor fue un trotamundos alternativo llamado José María Berenguer (Barcelona, 1944 – 2012), con el que nunca me acabé de llevar bien, aunque hicimos las paces en el último momento. El hombre se tomó demasiado en serio la polémica entre su Línea chunga y la Línea clara de Cairo y es posible que yo me excediera un poco en algunos artículos a la hora de tildarlo de hippy tronado y quimérico. En cualquier caso, la cosa acabó bien. Una tarde, en la FNAC, durante la presentación (creo) de un álbum de Max, se me acercó, me dijo que ya era hora de dejar de estar a la greña, pues, a fin de cuentas, ambos habíamos bogado en el mismo barco, y nos dimos un abrazo que me sentó muy bien. No lo volví a ver y murió poco después.
Pero a finales de los 70, al joven Berenguer le dio por crear una revista de comics underground (Star estaba a punto de diñarla) y recurrió, en busca de apoyo financiero, a su vecino de La Floresta Josep Toutain, del que ya se ha hablado en estas páginas. Filstrup (como lo rebautizó Carlos Giménez en Los profesionales) le echó una mano y El Víbora (que al principio se iba a llamar Goma 3, título peligrosamente parecido al explosivo utilizado habitualmente por la organización terrorista ETA) vio la luz en el momento adecuado, dando trabajo a un montón de dibujantes tan talentosos como caóticos (salvo honrosas excepciones) que encontraron en el amigo Berenguer a un editor comprensivo (hasta cierto punto) y que creía en las mismas cosas que ellos.
Grandes dibujantes
Como es bien sabido, los dibujantes de mi generación se distinguen por su tendencia al desfase, la vagancia, la drogadicción e, incluso, intentar cobrar dos veces la misma historia (cabe destacar la praxis del difunto Calonge, cuya especialidad era mostrarse insatisfecho con los resultados y romper las páginas…después de haberlas cobrado). Le cabe, pues, el honor al bueno de José María de haber logrado no disciplinarlos, que era imposible, pero sí conseguir que entregaran más o menos a tiempo. De hecho, solo llegaban en el momento adecuado el día de cobro, cuando había bofetadas por pillar la pasta porque corría la absurda creencia de que se iba a acabar el dinero. Como nadie tenía una cuenta bancaria, al principio se pagaba en efectivo. Y cuando Berenguer logró que le aceptaran los cheques, había carreras hacia el banco de la grey de ilustradores, no se fuese a acabar también el dinero. Anécdotas de este estilo las hay a cientos en El Víbora.
Mi favorita es la de cuando un trabajador del almacén, conocido como El Viejo, fue a comisaría a denunciar la sustracción de su velomotor y se lo quedaron porque lo andaban buscando por algún trapicheo de drogas. El Viejo llamó a Berenguer y al abogado de la empresa y aprovechó para pedirle a éste que le trajera una china de hachís. Aparecieron por comisaría Berenguer y el abogado, el leguleyo le pasó la piedra al Viejo mientras le daba la mano y a éste se le cayó al suelo, yendo a aterrizar a los pies de un madero. Conclusión: los tres para adentro y a llamar a otro abogado que los sacara.
Historias chuscas aparte, El Víbora publicó un montón de material interesante nacional y extranjero (Daniel Clowes, Peter Bagge o Charles Burns se dieron a conocer aquí en sus páginas). Y lo hizo durante un montón de años, hasta que la crisis de las revistas de comics acabó con el invento del señor Berenguer. Dibujantes como Max, Nazario, Martí, Gallardo, Pons, Calonge y un montón más tuvieron en El Víbora un insuperable cuartel general. Temáticamente -dada la insistencia de Berenguer en la Línea chunga-, la cosa fue derivando en una apología de la vida cutre y canalla, lo cual nos dio armas a los señoritos de Cairo para llegar a la conclusión de que la revista iba principalmente dirigida a soldados de reemplazo, drogadictos y presidiarios, comentario en el fondo injusto, pero que, en el momento, nos hacía mucha gracia (sobre todo porque Berenguer se pillaba unos rebotes del quince).
Pero el tiempo le dio la razón (comercial) a El Víbora. Cairo falleció en 1991 y El Víbora resistió catorce años más. Nació en el lugar adecuado y en el momento oportuno y fue fuente de anécdotas hilarantes de esas que se recuerdan toda la vida. Pasaremos revista a alguna de sus estrellas a continuación.