La exposición de Peter Doig, Reflections of the Century, ocupa una sala del segundo piso del Museo de Orsay, a la altura ya de los techos abovedados y las claraboyas. En dos salas adyacentes, iluminadas por la luz natural de los ventanales que se abren al Sena, el pintor exhibe las piezas tempranas del arte moderno que ha escogido “con humilde curiosidad”. Las raíces de Doig en el final del XIX no se le ocultan a nadie. Por eso, uno entra en la muestra preguntándose qué aporta el arte de aquel periodo a su trabajo. Me dio la sensación, casi instantánea, de que basta establecer el diálogo para que salte la respuesta: le proporciona libertad. La misma que disfrutaron los artistas entonces, justo después de independizarse de la academia y antes de someterse al yugo de los ismos. 

¿Por qué no? Si el espíritu de los tiempos lo permite, a nadie le amarga un dulce. Y vaya si lo permite. El éxito en estas mismas fechas de Henry Tylor en el Whitney y de Dana Schutz en París y en la galería neoyorkina David Zwirner no es flor de un día. Cuenta con una larga serie de precedentes, como la retrospectiva de Alice Neel en el Met en 2021. No es la primera vez que veo al público recuperar la expresividad en los museos, relajando la cara de póquer a que les obliga, sobre todo, la intimidación conceptual. Se acercan, por ejemplo, a Soca Boat para descifrar el rostro de los músicos. Escrutan las olas, que parecen armonizadas con sus sones, para saber si pueden o no poner en riesgo la fragilidad de una lancha con aires de embarcación migrante. No cabe duda de las ganas de conectar, entablar una charla y compartir ideas inefables mediante la imagen.   

Peter Doig, Bather (Night Wave), 2019. Pinault Collection c© Peter Doig. All Rights Reserved, DACS/ ADAGP, Paris 2023

La voluntad recíproca de comunicarse no implica que a Peter Doig le gusten las soluciones fáciles. Se trata de uno de los creadores plásticos más influyentes de nuestra época en un gran momento de su carrera y no hay nada de obvio en su trabajo. La resistencia al camino trillado no se aprecia solo en los once cuadros monumentales pintados en Trinidad entre el 2000 y el 2023, sino también en sus elecciones. El Orsay atesora una colección luminosa, pero Doig no se ha dejado tentar por los iconos. Salvo, tal vez, El caballo blanco, de Gauguin, que de todas maneras es misterioso y hondo además de bello. 

Hay en el británico bastante más que libertad positiva. La libertad da para mucho y puede ser tan jovial como incómoda. Hannah Arendt la define como el milagro diario de salvarnos lo mismo de las ataduras tribales que de la utopía. Algo de eso se detecta en la persistencia, durante veinte años, del tono ambarino que le emparenta con Gauguin y con uno de sus temas favoritos: el instinto de la humanidad por forzar su presencia en un universo indiferente. Es el color del terreno de juego en el cricket selvático de Paragon, de la canoa con estrella del rock a la deriva de 100 Years Ago y el jersey del crimen en el paraíso de Two Trees. Después de siglo y pico, seguimos entre una nostalgia de la naturaleza acentuada por las exigencias de la tribu y una precaria promesa de civilización amenazada por las utopías. 

Peter Doig, 100 Years Ago, 2000. Private Collection © Peter Doig. All Rights Reserved, DACS/ ADAGP, Paris 2023

En ocasiones el pintor elige para acompañarle figuras incómodas de maestros que sabían ser joviales. Elige el retrato de Berthe Morisot recluida por Manet detrás de un abanico. Elige una joven del siempre sensual Renoir cubierta por un velo negro. Elige la mujer de Monet, Camille, en su lecho de muerte, y los actores cotilleando de Derain. En Music Shop, donde la sombra de su amigo músico fallecido en 2018, Winston Bailey, explora sus nuevos límites, reaparece la misma ambivalencia del arte, a la vez satisfactorio por sí mismo e insuficiente para saldar cuentas con la vida.

El autorretrato de Doig, uno de los más memorables del nuevo milenio, le representa imitando al hombre ebrio de su obra Stug, agarrado a un árbol que aquí tiene que imaginarse. Según donde miremos, se inclina hacia atrás o hacia delante; invita o rechaza al observador; se encuentra en el cuadro original, apilado al fondo, o en el que tenemos frente a nosotros; se puede sentir tentado por el juego de ráquetbol que vemos en una esquina o por una de las sesiones de cine que organiza en horario nocturno, como delata la luz artificial. Demasiadas opciones para que la libertad sea solo placer o para que no lo sea en absoluto. 

Peter Doig, Night Studio (STUDIOFILM & RACQUET CLUB), 2015. Private Collection © Peter Doig. All Rights Reserved, DACS/ ADAGP, Paris 2023

Varios de los cuadros se activan por la presencia de lo ominoso en el edén de Puerto España. Los personajes de Night Bathers parecen a punto de ser expulsados de la playa por sus escalas incongruentes. Los de Spearfishing son navegantes enmascarados a quienes la calma chicha retiene en un lugar que no les corresponde.     El peligro no hace sino aumentar la agudeza de las observaciones. Aunque las escenas exceden lo narrativo, tampoco rechazan su existencia en el tiempo. Courbet, en la sala contigua, anima una ordinaria estampa de caza con recursos mínimos. Jean-Léon Gérôme genera, con una pelea de gallos, una anticipación casi cinematográfica en lo que parece una portada de revista de moda. Igual que ellos, Doig insufla una segunda vida a lo cotidiano. 

En Untitled (Ping Pong) se inventa una novela de misterio con solo ocultarnos a quién se enfrenta el protagonista. Si es que juega con alguien. En Two Trees, alude a la violencia de las bandas. También a las historias migratorias de la isla, incluida la propia. Vivió allí de niño y regresó de adulto a instalarse con su familia. El jugador de hockey, deporte al que se aficionó en su adolescencia canadiense, hace de alter ego. Los tres personajes, el suyo y dos jóvenes locales, muestran complicidad, crueldad, arrepentimiento, vulnerabilidad, en tantas combinaciones posibles que marea pensarlo. La luz de la luna les forma un halo en la cabeza y un mar trémulo marca la línea del horizonte a una altura que les amenaza con la inmersión. Como en la Guerra de Rousseau que se muestra a pocos metros, unos troncos retorcidos dan testimonio de que algo terrible acaba de pasar.

Peter Doig, Spearfishing, 2013. Private Collection © Peter Doig. All Rights Reserved, DACS/ ADAGP, Paris 2023

En las composiciones de Doig los cuerpos se funden así con el paisaje. Por eso se entiende la decisión de exponer también Cristo en el limbo, de Cézanne, donde todo lo visible vibra en frecuencias interconectadas, en lugar de algo del género que ha inspirado su Bather. El pintor revitaliza la herencia del pasado con referencias a noticias, fotografías y portadas de discos, que añaden la extrañeza de las asociaciones inesperadas (al borde del sueño), y la crudeza de la proximidad. Así, habla de las vicisitudes locales y globales, de la migración y de la violencia al revés de como lo hace cualquier comunicador profesional: huyendo de los titulares. Es decir, de la rutina. La libertad de las formas es en su caso un reflejo del interés por la vida. 

No se me ocurrió mientras estaba en el museo, pero después me ha dado por pensar que el espíritu de los tiempos en la belle époque comparte mucho con el de nuestros días. Ambos son producto de una prosperidad sin precedentes amenazada por las malas ideas que flotan en el aire. Igual que entonces, si supiésemos con exactitud cuáles son las malas ideas se terminaría el problema, pero eso, por supuesto, es imposible, aunque todo el mundo tenga su opinión. El talento de Peter Doig consiste en captar el presente trascendiendo las opiniones (incluso las suyas): atrapa la realidad como un insecto del Cretácico en una gota de ámbar. Su color.