El efecto revulsivo, contestatario está claramente explicado en los textos que cuelgan a la entrada de cada salita, redactados, con su acreditada agudeza intelectual, por Eloy Fernández Porta, co-comisario, junto a Carlos Pazos, de la exposición: Bad painting?, en la Fundación Vila Casas, en el Poble Nou. Hicimos una visita breve. Y si no fue más larga fue porque pensamos que si nos quedábamos más rato allí, si prestábamos más atención a lo que nos estaban diciendo a gritos aquellos óleos, verdadera aunque involuntaria de-construcción, o mejor dicho, corrosión, por vía de una comicidad generada por la torpeza, de convicciones, gustos y ensueños colectivos sobre el sentido de la vida que han sido reificados una y mil veces por los artistas del canon, por los artistas que a todos nos gustan, los que configuran la historia del arte, de manera que se han quedado como petrificados en el núcleo del alma, saldríamos de allí como quien dice en cueros.
Esta “mala pintura” –procedente de los subterráneos de reserva del MNAC y de la colección particular de Carlos Pazos—tiene el efecto de iluminar la buena pintura, y los valores que la sostienen, que son los nuestros, a una luz siniestra, como si se retirase un velo. Velo embellecedor y armonizador de rostro, cosas, mundo. Es lo que dice Fernández Porta en forma de pregunta: “¿Qué cánones o criterios del gusto se tambalean ante una obra mal compuesta?”
Un ejemplo: la idealización tradicional de la mujer, como ser “misterioso” y “bello”, la glorificación del desnudo femenino, que algunos, a la luz del feminismo, definen como “cosificación” –no digo que no estén en lo cierto—es triturada por las obras pompier reunidas aquí. Comparando mentalmente los Boticelli y los Tiziano con estas musas patosas se siente que unas y otras quedan recíprocamente infectadas.
Otro ejemplo: el ideal burgués de delicia, elegancia y lirismo reiterado en tantos “interiores” de hogar con la luz filtrada por los árboles del jardín colándose en el salón donde la esposa borda y el marido fuma pensativo el habano, queda aquí saboteado, mejor que lo hicieran las melancolías de, por ejemplo, un Caillebotte, por la torpeza imitativa de unos artífices sin talento. Ya no se puede ver con inocencia a Casas y Rusiñol.
Así pues, una exposición muy aventurada y didáctica, pero difícil de ver. Por suerte tenemos además algunas piezas de Pazos, que completan o llevan a su lógica final el discurso de Bad Painting?. Este artista pop (premio Nacional, con amplias retrospectivas en el MNAC, el Reina Sofía y en Santa Mónica) siempre ha encontrado en la pintura fallida y en los objetos más banales inspiración y herramientas para sus estupendas composiciones. Hemos visto a lo largo de los años algunas que ha hecho “interviniendo” en pinturas anónimas, pinturas “kitsch” laboriosas que representan, por ejemplo, a unos ciervos abrevándose en el arroyo de un bosque, o unos caballos blancos galopando a la orilla del mar, a la luz de la luna en una atmósfera de noche americana.
Exaltación feliz
Pinta, altera, adhiere otros signos, pervierte la obra y la hace decir cosas inesperadas. Estas intervenciones, desfiguraciones o violaciones, operadas siempre con el refinamiento que se da por supuesto en un gran artista como él, entendemos que las mueve no tanto la impaciencia como el afecto, un torcido afecto, por una nostalgia de “no poder creer en ello” (o sea por la imposibilidad de la ingenuidad pueril que ello implica y denota). Él las realza y dignifica, catalizando lo mejor que tenían y que ignoraban tener.
Con los objetos más banales y los artículos de comercio y consumo a los que no solemos prestar más que una atención distraída hace una operación parecida, componiendo conjuntos heterogéneos a los que dota de una insospechada armonía, de sugerencias asombrosas. Una mano de maniquí lacada en negro brota de una caracola, sosteniendo una especie de flor roja de papel, sobre una superficie con unas hojas muertas: en la exposición en Vila Casas vemos cinco o seis vitrinas con assemblages extraordinarios como éste que acompañan, realzan y dialogan con los óleos cojos e infunden en el espectador un sentido de enigma y una exaltación feliz igual a la que sentiría si al sacar del bolsillo unas monedas de dos céntimos las encontrase por arte de magia convertidas en monedas de oro macizo.
La exposición puede visitarse hasta el 4 de junio. Quienes no hayan ido nunca hasta can Framis, antigua fábrica y sede de la Fundación, después de ver Bad Painting?, tendrán además el gusto de descubrir un edificio brutalista magníficamente adaptado a las funciones actuales, y de paso podrá ver también, si gusta, la colección permanente, amplio panorama de pintura catalana de las últimas décadas reunido por el coleccionista.