Daniel Sirera, candidato del PP a la alcaldía de Barcelona, y la portavoz de ese partido en el Congreso, Sol Guzmán, han registrado en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley para que a la máxima brevedad se inaugure en Barcelona y concretamente en Montjuïc, una sede del museo del Prado.
Es una propuesta que algunos abanderamos hace algún tiempo, teniendo en mente el ejemplo de Bruselas, que era una ciudad de una vitalidad cultural y artística extraordinaria gracias, precisamente, a las tensiones nacionalistas y separatistas que atraviesan el país entero y que intentan también adueñarse de la capital. A Bruselas llegan (o llegaban: ignoro cómo está ahora el tema) los productos culturales francófonos, fuesen de la industria editorial, del teatro, el cine, la danza o la ópera, con puntualidad y muy a menudo con calidad de primicia. La fuerza de la cultura francesa se sumaba a la francófona autóctona, y daba a los valones una arrolladora superioridad cultural sobre los flamencos.
Pero los notables recursos económicos de éstos les permitía atraer a Bruselas, cobijándolas bajo el marchamo de sus instituciones, a compañías extranjeras de alto nivel, plantando así batalla en la guerra de imagen. De manera que gracias a la fuerte tensión nacional no resuelta entre valones y flamencos, los ciudadanos bruselenses vivían en un Xanadú cultural, disfrutando de una oferta variada y magnífica.
Entonces algunos pensamos que sería estupendo que la ciudad de Barcelona alcanzase también un estatus de Xanadú, de manera que predicamos la conveniencia no sólo de una subsede del Prado en Barcelona, sino también de una subsede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, levantando un museo y un anfiteatro de nueva planta donde más conviniese, y otras iniciativas parecidas para que la presencia del Estado en Cataluña, y el imaginario español, la lengua, las figuras de su legado cultural, no fuesen tan fácilmente arrinconadas, cuando no acosadas, por los poderes locales, tan afectos a la multa, al espionaje y al acoso contra todo eso que viene vinculado a una lengua “impropia”.
(Es paradigmático, dicho sea de paso, el ejemplo de la enfermera andaluza que después de cuidar a los enfermos e inválidos del hospital del Valle de Hebrón, durante largas horas y con abnegación sacrificada y admirable, es acosada por el Govern y linchada por la “intelectualidad” y la turba lazi –especialmente abyecto se ha manifestado Lluís Llach— por expresar en público, con despreocupada frescura, su opinión respecto a ciertas repugnantes imposiciones lingüísticas).
Museo en las Atarazanas
Estamos ahora en unos nuevos tiempos, en los que el Gobierno se ha asociado con sus enemigos y se complace en darles dádivas, cambiar las leyes a su gusto y conveniencia, indultar a los criminales y observar con indiferencia digna de Poncio Pilatos cómo se somete a juicio a los policías que les hicieron frente en condiciones muy difíciles y sin que hubiera que lamentar ni una víctima mortal…
Por consiguiente, una iniciativa disruptiva, por decirlo con un adjetivo de moda, como la que ahora propone el señor Sirera, tiene categoría de quimera o de brindis al sol. No sólo porque sería mal acogida por las autoridades locales y nacionales, sino porque es previsible que otras comunidades autónomas que también cuentan con ciudades nobles y populosas protestarían por el agravio comparativo que supondría un Prado en Barcelona y no en Valencia o en Sevilla.
Más discutible es la idea de Sirera de levantar también en Montjuïc un “Museo del Holocausto que "recuerde a las futuras generaciones lo que sucedió". Una idea equivocada que ya circuló años atrás por Madrid –estuvo a punto de instalarse en el paseo del Prado-- y fue sensatamente desechada. ¿Por qué es equivocada esa idea? Por dos motivos fundamentales. Uno: la comunidad cultural barcelonesa está en su totalidad (o casi) de acuerdo en que es más apremiante la necesidad de dotar de músculo económico a los numerosos museos ya existentes, muchos de los cuales sobreviven con finanzas muy apretadas, y dar apoyo a los colectivos creativos locales, que fundar nuevas instituciones, dotarlas de presupuesto, de personal, etcétera.
Dos: Un Museo del Holocausto lo hay, o podría o debería haberlo, o tendría sentido que lo hubiera, en aquellos países que fueron responsables o víctimas de la Shoa: Alemania, Polonia, las naciones Bálticas, Rusia, Ucrania, Rumanía, Hungría, Italia, Francia, Israel… Pero precisamente no en Portugal ni en España, pese a los discursos de Franco en los que hablaba de la “conspiración judeomasónica”.
Herramienta educativa
En Barcelona, siglos después de que las comunidades judías fueran expulsadas o asimiladas, un “museo del Holocausto” sólo serviría para que los vecinos se sintieran compasivos y buenos; y para atraer al “turismo negro” –esa modalidad de viajeros morbosos que visitan lugares de catástrofes, cárceles, campos de exterminio--; y finalmente, para enredar, a cuenta del interminable conflicto palestino. Me temo que esto último es lo que pretende el señor Sirera, a tenor de la frase con la que justifica su ocurrencia museística: "Todavía hoy hay que hacer pedagogía porque el antisemitismo continúa presente por parte de algunos dirigentes políticos".
Tácita –e injusta-- referencia a Podemos, partido que suele mostrarse más interpelado por las brutalidades que sufren los palestinos que por las que padecen los israelitas. Vincular las protestas por lo que sucede en Gaza con el Holocausto nazi no es correcto.
En vez del Prado y del Holocausto, puestos a museizar el mausoleo barcelonés, ¿no sería más acorde con ciertos episodios poco edificantes de nuestro pasado, más educativo, y más disruptivo, un buen Museo del Esclavismo? Sería mucho más original que el Holocausto y que el Prado; sería una formidable herramienta educativa; atraería también a Barcelona al mencionado “turismo negro”. Podría instalarse en las Atarazanas, quizá en algunas dependencias del museo Marítimo. Se podría ofrecer el cargo de director al historiador Josep M. Fradera, que es una verdadera eminencia en el tema, como queda demostrado en su formidable ensayo Antes del antiimperialismo (Anagrama), que acaba de publicarse.