Qué bien si algunos tomasen ejemplo de la mexicana Teresa Margolles, que es una artista conceptual potente, desgarrada, sugestiva y veraz. Otros intentan caminar con sus zapatos pero tropiezan en seguida y caen. Bueno, por lo menos lo han intentado. En general respeto a los artistas, también cuando lo que hacen no me interesa demasiado, o incluso aunque no me interese nada. Los respeto, porque creo que han tomado en la vida un camino que puede ser difícil, puede ser ingrato y exige mucho coraje. Me saco el sombrero ante quienes se adentran en escenarios de incertidumbre y riesgo, a los que apuestan, en fin, a la carta más alta.
Pero ¡cuidado! Hay excepciones. Hay impostores que bajo el marchamo de “artista” se dedican a las performances espectaculares y superficiales y bajamente comerciales que son mera propaganda de sí mismos. Y tengo que reconocer que he de hacer esfuerzos para no celebrar los fiascos y tropezones del pseudoartista madrileño Santiago Sierra, del que estos días se hablaba como diseñador en la Paris Fashion Week del desfile “alternativo” de Balenciaga para el que produjo un “mud show” o sea “espectáculo embarrado” o “fangoso”, que consistía en convertir la pasarela en un foso de fango espeso y negro. Pisoteando ese fango pasaban las modelos de andares felinos manchándose y salpicando de barro al distinguido público de frívolos y frívolas que asisten a los desfiles de moda. El momento álgido en este ejercicio de cretinismo colectivo, el momento de más esférica y fosforescente subnormalidad, fue cuando desfiló el majadero de Kanye West vestido de pocero y dando ostentosos pisotones en el fango. ¡Si don Cristóbal Balenciaga levantase la cabeza volvería a la tumba de motu propio!
Colonialismo británico
En fin, otra hazaña iconoclasta, subversiva… y en realidad pueril, inocua y fastidiosa de Santiago Sierra (en adelante S.S.) Logró su objetivo, que era salir en la prensa, pero nadie le dio la importancia que en realidad no tenía.
La performance del año pasado tampoco le salió bien. S. S. pretendía exponer en el festival australiano Dark Mofo una bandera británica… embebida en sangre de ciudadanos aborígenes. Sería una denuncia o memorial de la crueldad del colonialismo británico, que fue realmente escandaloso. Para obtener esa sangre el festival, siguiendo instrucciones de S.S., contactó con las comunidades aborígenes y pidió a los alcaldes que le remitiesen donaciones de sangre de una persona (voluntaria, claro) de cada territorio colonizado por los británicos.
Las respuestas no fueron como S. S. esperaba, pues tanto políticos como intelectuales de esas comunidades se sublevaron: “Un artista colonizador que pretende producir arte con la sangre de la gente colonizada es algo abusivo, re-colonizador y traumatizante. La idea es asquerosa y terrible y no debe ser considerada”, juzgó la escritora aborigen Claire Coleman (El Español, 25-3-21). Ante la ola de protestas indígenas el director del festival anunció que “en respuesta a la comunidad” la obra se cancelaba, para gran decepción y estéril protesta del pugnaz pseudoartista.
Tal fiasco parece que ha afectado –espero que efectivamente frustre—a la genial idea de las banderas empapadas en sangre que S.S. se proponía prolongar, esta vez recabando sangre de los diferentes pueblos suramericanos, filipinos y africanos colonizados por España para empapar con ella una o varias banderas rojigualdas, y exponerlas, quizá en ARCO, o en otro desfile de algún otro costurero de postín. Línea de trabajo que parece que ha quedado en vía muerta. A no ser que S.S. acabe pidiéndole la sangre a Grifols, a cambio de poner su logo. No estaría mal.
Más que las uñas sucias
Es muy precisa y acertada la frase con la que la señora Coleman define a S.S.: “Un artista colonizador que intenta producir arte con la sangre de la gente colonizada.” Esa práctica vampírica es habitual en S.S.. Suele elegir a gente pobre, a menudo desesperada, a veces yonquis con el mono, y ofrecerles una suma insignificante de dinero o un chute de heroína a cambio de profanar su dignidad y elevar esa profanación a categoría de obra de arte, firmada S.S. Puede rapar al cero a dos heroinómanos a cambio de una dosis de droga, o tatuarle a media docena de prostitutas misérrimas una línea en la espalda a cambio de unos billetes, o en la angosta bodega de un barco puede tener encerrados durante horas a veinte inmigrantes sin papeles, apretados como sardinas en una lata. Y luego sostiene que esto que cualquier interpreta como una reificación del abuso, del atropello, es una denuncia de abusos, de atropellos previos.
Hay en estas prácticas un no reconocido sadismo de señorito que maltrata al servicio. S.S. da la impresión de llevar las uñas sucias, y no sólo las uñas.
Su obra quizá menos repulsiva, y más conocida aquí gracias a la pulsión censora del equipo directivo de la Feria de arte ARCO, fue una serie de retratos –con una disposición estética descaradamente plagiada de Boltanski, aunque no pudo plagiar su sutileza y ambigüedad— titulados Presos políticos de la España contemporánea, en los que figuraba la plana mayor del golpe de Estado catalanista del 2017 y no sé si algún etarra enchironado. De la “validez” de esta obra da fe el hecho de que la adquiriese un nuevo rico del fútbol y las carreras de camellos.
Pero ¿por qué pierdo tanto tiempo hablando de S.S. y sus fiascos, cuando había empezado celebrando la fuerza y autenticidad de Teresa Margolles? Mejor sería economizar tinta, pero la impostura del victimario que se presenta como justiciero vengador de sus víctimas es característica y significativa de nuestros tiempos y alguna vez habrá que teorizarla y denunciarla. Las prácticas publicistas y neocoloniales, travestidas de denuncia y de indomable rebeldía, son fariseísmos que mueven especialmente mi pluma. En fin, debelando a este impostor se me han alargado los párrafos, así que de Margolles hablaremos, Dios mediante, la próxima semana.