El museo de Ciencias Naturales de La Plata, en Buenos Aires, Argentina, está devolviendo a las comunidades indias supervivientes los restos orgánicos, cerebros conservados en formol y esqueletos, no sé si también cráneos, de miembros de las tribus que fueron más o menos exterminadas o esclavizadas por el ejército argentino durante la llamada 'La conquista del desierto': campañas militares por las que se arrebató a los indígenas grandes territorios, entre 1878 y 1885. El pretexto, como suele pasar en estos casos, fue el de la provocación previa, los “malones” o incursiones sangrientas de los indios contra las poblaciones fronterizas. El motivo real era apoderarse de sus riquezas.
“Mi abuelo mató a tu abuelo. Lo siento mucho y ten, te devuelvo los huesos”. Esta clase de reparaciones tardías, y más simbólicas que otra cosa, tienen, sin embargo, algún mérito, algún sentido: el del reconocimiento de los hechos y la contrición por los abusos y crímenes cometidos por nuestros antepasados. (En este caso, más bien, los antepasados de los argentinos, pues el país se independizó de España en 1816, o sea varias décadas antes de 'La conquista del desierto': de aquel horror no puede ningún caudillo populista responsabilizarnos, ni exigirnos que pidamos perdón).
La reparación verdadera es imposible mientras no dominemos el arte de resucitar a los muertos. Esto de devolver los huesos es un detalle, una delicadeza póstuma, que también sirve para que la sociedad blanca se flagele, y también hasta cierto punto expíe el daño infligido.
Mandela y Mitterrand
A los barceloneses este asunto nos recuerda inevitablemente el caso del “Negro de Banyoles”, un varón bosquimano que yo alcancé todavía a ver disecado, entre cocodrilos y otras fieras, en el museo Darder de esa ciudad; gracias a los desvelos del médico Alphonse Arcelin, socialista español de origen haitiano residente en Cambrils, que supo movilizar fuerzas políticas nacionales e internacionales, “el Negro” fue retirado de la sala de exposición y devuelto a su patria. Lo cual se hizo en 1997, seis años después de que Arcelin iniciase sus denuncias y gestiones.
Tardó más en volver a casa Sara Baartman (1789-1815), alias 'La Venus Hotentote': una joven surafricana, dotada por la naturaleza con unas nalgas especialmente protuberantes (esteatopigia), que fue llevada con engañosas promesas a Londres, exhibida como una rareza biológica en la caseta de un circo junto con un bebé de rinoceronte, prostituida en París, alcoholizada y abandonada, y por fin allí muerta en la miseria y la soledad a los veinticinco años.
Al día siguiente de su fallecimiento, sus genitales --que también presentaban alguna rareza--, su cerebro y se esqueleto fueron expuestos en el Musée de l’Homme, donde permaneció 160 años; hasta que en 1994 el presidente Nelson Mandela reclamó a su homólogo francés, François Mitterrand que esos restos fueran retirados de la exhibición y devueltos a su tierra de origen, para que allí se les diera digna sepultura. Hubo muchas demoras y obstrucciones por motivos políticos y administrativos, pero al final, en 2002, Sara, o lo que de ella quedaba, volvió a casa.
El gigante extremeño
Me enteré del triste caso de Sara porque Junger en sus Radiaciones menciona una visita, durante la segunda guerra mundial, en 1943, cuando era miembro de las fuerzas alemanas de ocupación, al Musée de l’Homme. Allí los restos de la infeliz Sara Baartman le dan para algunas meditaciones.
Ya desde que volvió Colón de las Indias, y más en el contexto del colonialismo, menudean casos parecidos. En el museo Antropológico de Madrid, junto a Atocha, se visitan los restos del famoso Gigante extremeño, Agustín Luengo Capilla (1849-1875), que medía 2'35 metros: está el molde en yeso de su cuerpo, que parece brotar como un fantasma de la pared, y su esqueleto, junto a una de sus enormes botas de cuero. La vida de Luengo también fue un poco triste y breve. Pero no creo que en el no muy frecuentado museo de Atocha se encuentre peor que en un sepulcro, aquí recibe visitas de vez en cuando.
Herederos de estos desdichados son los cuerpos plastinados del demoníaco desollador Gunther von Hagens, cadáveres de presos chinos ejecutados y vendidos que se exhiben bajo pretexto pedagógico, ahora en el Ifema de Madrid y en Centro Comercial Arenas de Barcelona, sin que a nadie se le ocurra que este tráfico de cadáveres y de órganos y su obscena exposición constituye una vergüenza, y sin que las autoridades tomen cartas en el asunto.