Dice el refrán (y a menudo acierta) que nadie es profeta en su tierra. Con la última obra del dibujante de comics norteamericano Charles Burns (Washington, D.C., 1955), Laberintos, la cosa queda meridianamente clara. Los dos primeros álbumes de su nueva saga se han publicado recientemente en Francia, Italia y Holanda. El primero acaba de salir en España por cortesía de Random House, que le sopló a Burns a La Cúpula, casa madre de la desaparecida revista El Víbora, que fue quien lo dio a conocer entre nosotros hace ya un montón de años con las aventuras desquiciadas de El Borbah, una especie de luchador mexicano a lo Santo el Enmascarado de Plata que, si no es el súper héroe más extraño de todos los tiempos, poco le falta. En Estados Unidos, Pantheon Books publicó su trilogía anterior (compuesta por X´d out, The hive y Sugar skull), pero, a día de hoy, sigue sin editar Laberintos y sin dar explicaciones al respecto. Mala señal.

Charles Burns nunca ha sido un dibujante súper ventas, pero sí un autor de culto con una base de fans reducida, pero fiel, repartida por el mundo. Y es uno de los creadores más interesantes y originales de esa generación de renovadores del comic americano para adultos que cuenta con compadres tan insignes como Daniel Clowes o Peter Bagge. No es, desde luego, para todos los públicos. De hecho, su obra consiste en una serie de pesadillas dibujadas que lo emparentan con cineastas como David Lynch o David Cronenberg. La influencia de éste queda especialmente clara en la que es hasta ahora la obra más ambiciosa del señor Burns, Black hole (Agujero negro), en la que trabajó entre 1993 y 2004, publicándose en forma de libro en 2005 por la misma editorial norteamericana que ahora pasa de él como de la peste. Black hole transcurre en Seattle (donde Burns pasó la adolescencia) a mediados de los años 70 y se desarrolla en un (atormentado) entorno juvenil en el que está haciendo estragos una extraña enfermedad de transmisión sexual que solo afecta a los adolescentes.

Triste, fascinante, pero fascinante

Como una versión perversa de las aventuras de Archie y su pandilla, Agujero negro relata las desventuras de unos jóvenes extraños que no saben lo que les pasa, pero se esfuerzan en hacer como que lo ignoran. Los más enfermos (y desfigurados) se refugian en los bosques, los aún no contaminados tratan de seguir con unas vidas que no entienden y a las que hacen frente con drogas y alcohol, uno de los protagonistas tiene una raja en el cuello que se abre y se cierra y emite frases abstrusas, a una de las chicas le ha salido una especie de cola de perro al final de la espalda….Mientras lees Black hole, crees oír a lo lejos The mysteries of love, la canción de Julee Cruise que Angelo Badalamenti compuso para Blue velvet. Estás ante una historia de angustia adolescente tradicional sometida a un tratamiento de choque que la traslada a otra dimensión, onírica, de pesadilla, triste y deprimente, pero también fascinante.

La última obra del dibujante de comics norteamericano Charles Burns (Washington, D.C., 1955), Laberintos

Desde sus inicios en los años 80 en la revista de Art Spiegelman Raw, Burns ha ido evolucionando en su tratamiento de los temas tradicionales del tebeo americano (el romance juvenil, los súper héroes, los monstruos) y creando toda una estética del terror cotidiano que puede manifestarse en los entornos más familiares y aparentemente seguros. Sus personajes nunca están a salvo. Y las desventuras de la adolescencia se ven teñidas por unos elementos paranormales que las incrementan notablemente sin que los adultos parezcan percatarse de nada.

Tras la trilogía compuesta por X´ed out, The hive y Sugar skull (publicada en España por Random House), que era un oblicuo homenaje a las aventuras de Tintín, Burns vuelve con Laberintos a su campo de investigación favorito, la adolescencia, con sus amores difíciles y sus circunstancias adversas y sus inquietantes elementos paranormales. Tras haber leído las dos primeras entregas de la serie en francés (bajo el título de Dedales), y sin saber cuántas quedan, reconozco que, una vez más, no sé muy bien a donde me lleva el señor Burns, pero, como de costumbre, el trayecto vale mucho la pena. Gráficamente, la mezcla de ese estilo a lo línea clara con la esporádica crudeza de las imágenes funciona a la perfección. Narrativamente, aquí el autor se muestra más lineal que en su anterior trilogía, que alcanzaba a menudo la categoría de puzle muy difícil de montar. Con Laberintos, Charles Burns vuelve a demostrar que es una de las voces más originales de la actual historieta norteamericana, aunque sea en Europa donde, probablemente, más se le aprecia y mejor se le entiende. Y aunque Random House se ha tomado su tiempo para empezar a publicarla (los franceses de Cornelius fueron los primeros, en 2019), se agradece que por fin lo haya hecho, aunque solo sea por una cuestión de prestigio, ya que las ventas dudo mucho que vayan a ser como para tirar cohetes. Lo cual, por otro lado, es una triste realidad en el mercado español del comic independiente: se edita más que nunca y se vende también menos que nunca. Pero ése es el sino de los comics: nunca se mueren, pero nunca se consolidan. Paciencia.