Para Anna Heringer (Rosenheim, Alemania 1977) “la arquitectura es una herramienta para mejorar vidas”. Por ello imprime a todos sus proyectos un carácter humano y sostenible. Sus edificios cobran vida utilizando técnicas y materiales autóctonos logrando así “apoyar las economías locales y fomentar el equilibrio ecológico”. Una arquitectura profundamente arraigada al entorno, a los recursos naturales, la historia y la tradición de los lugares en los que los desarrolla. La fórmula es sencilla: materias primas de proximidad como pueden ser arcilla, tierra, barro, piedra, madera, paja o bambú y un diseño integrador con el modo de vida de los habitantes del lugar.
Comisariada por Luis Fernández-Galiano, la Fundación ICO propone un recorrido por la obra de esta arquitecta visionaria cuyo trabajo se ha expuesto en el MoMA de Nueva York, el V&A de Londres y la Cité de L’architecture et du Patrimoine de París, además de recibir numerosos galardones como el New European Bauhaus Prize 2021 y el Global Award for Sustainable Architecture, entre otros. La exposición Anna Heringer. La belleza de lo esencial se podrá visitar hasta el 8 de mayo.
El viaje que le cambió la vida
Con 19 años trabajó durante casi un año como voluntaria en la ONG Dipshikha en Rudrapur, una pequeña aldea de Bangladés. Allí nació su interés por el desarrollo sostenible y cooperativo que responda a las necesidades específicas de una comunidad. Una filosofía que desde entonces impregna toda su obra.
Algunos años más tarde regresaría para emprender su ópera prima, la construcción de la escuela rural METI, galardonada con el Premio Aga Khan de Arquitectura en 2007. Este celebrado trabajo es el perfecto ejemplo de equilibrio entre arquitectura, sociedad y entorno. La puesta en práctica de su forma de entender su oficio que conlleva involucrar a la población local en su realización; rescatar técnicas tradicionales, mejoradas con otras nuevas para incrementar la seguridad y eficiencia del edificio; y aprovechar al máximo los recursos ya existentes para evitar depender de externos, generando así un menor impacto medioambiental en el entorno construido.
Textiles solidarios
La escuela METI no es el único proyecto que Anna Heringer ha desarrollado en Rudrapur. La misma filosofía que aplica a sus edificios constituye el ADN de Dipdii Textiles, una iniciativa colectiva desarrollada junto a Veronika Lang y la ONG Dipshikha, con la que persigue cambiar el actual sistema de producción a bajo coste de la industria textil en Bangladés que nutre el insaciable mercado internacional.
“Igual que en arquitectura pensamos en materiales disponibles, pensamos en lo mismo para los tejidos”, explica. Basado en la tradición textil de la zona y orientado a mejorar la calidad de vida de la comunidad, las mujeres de la aldea elaboran a mano piezas únicas utilizando telas de saris reciclados en las que tejen coloridos y originales motivos inspirados en su entorno, entre ellos las plantas y alzados de sus edificios. Telas con mucha historia detrás convertidas en auténticas obras de arte que se pueden utilizar.
Humanidad, belleza y sostenibilidad
Alejada de la arquitectura industrial y deshumanizada, Heringer aboga por una construcción sostenible. Su trabajo busca apoyar las economías locales y fomentar el equilibrio ecológico. La arquitecta defiende que “sostenibilidad es sinónimo de belleza, y lo que define el valor estético y sostenible de un edificio es que se encuentre en armonía con su diseño, estructura, técnica y uso de materiales, así como en relación con su ubicación, con el entorno, con el usuario y con el contexto sociocultural”. Un fundamento sintetizado en su máxima “la forma sigue al amor” y que aplica en los proyectos que, hasta la fecha, ha realizado en África, Asia y también en Europa.
El Centro de Formación para la Sostenibilidad en Marruecos, un espacio enfocado a poner en valor las técnicas de construcción locales; la guardería para permacultura PORET en Zimbabue; los tres albergues de bambú en la ciudad china de Baoxi fruto de un proyecto para la Bienal Internacional de Longquam concebida para elogiar la belleza del bambú; el altar para la catedral de San Pedro en Worms (Alemania); el Espacio para el nacimiento y los sentidos en Austria, un espacio consagrado al parto desde una perspectiva holística y el Cortijo de Ecoturismo La Donaira en Ronda (España) llevan su firma.
El poder de cambiar el mundo
Anna Heringer se muestra convencida de que “no siempre se necesitan grandes recursos para provocar un cambio”, más bien todo lo contrario: “Se puede hacer muchísimo por muy poco”. Su voluntad, aunque parezca utópica, es cambiar el mundo a través de su trabajo. Una arquitectura estimulante, consecuente, que reflexiona sobre la responsabilidad individual en el bienestar y la supervivencia no solo del individuo, sino también del planeta.
“Es necesario un cambio drástico en la manera en que concebimos, distribuimos y construimos los hábitats humanos”, ratifica junto a otros arquitectos en el Manifiesto de Laufen. Una suerte de inteligencia colectiva y comprometida que frene la letal huella que el sector inmobiliario está dejando en la Tierra. Todo es posible, “las limitaciones están solo en nuestra mente”, afirma. “Estamos cambiando constantemente el mundo así que mejor que lo hagamos muy bien”.