La obra de los artistas va indisolublemente unida a los acontecimientos de su propia existencia. Alice Neel no fue una excepción. Su experiencia vital marcó profundamente su trabajo convirtiéndola en su seña de identidad. No tuvo una vida fácil, de hecho, el drama y la adversidad fueron fieles compañeros de viaje y su intermitente vinculación con el Partido Comunista tampoco le allanaron el camino. Quizás por todo ello sus pinturas exhalan humanismo, honestidad y un sincero compromiso social. Explican Kelly Baum y Randall Griffey, expertos en Arte Moderno y Contemporáneo del Met de Nueva York y comisarios de la muestra, que ya al final de su carrera declaró en cierta ocasión: “¿Saben ustedes lo que de verdad soy? Soy una humanista anárquica”. Así se retrataba ella misma.
Con Alice Neel. Las personas primero, la primera retrospectiva que se le dedica en España, el Guggenheim de Bilbao rinde homenaje a la figura de esta extraordinaria creadora cuyo estilo único y alejado de las tendencias artísticas de su tiempo, entre ellas el imperante arte abstracto al que calificaba como “antihumanista”, la alejaron de un merecido reconocimiento que solo alcanzó al final de su fructífera carrera.
Azarosa vida sentimental
La pintora nació en la pequeña comunidad de Gladwyne, en el estado de Pensilvania, en enero de 1900. Hija de Georges Washington Neel y Alice Concross Hartley, una mujer convencional y muy severa, nunca apoyó ni vio con buenos ojos las aspiraciones artísticas de su hija. Pese a las reticencias maternas, con 21 años y gracias a sus ahorros, Alice se matriculó en la Escuela de Diseño para Mujeres de Filadelfia. En 1923, durante un curso de verano en Chester Springs, conoció a Carlos Enríquez, un artista cubano con el que se casaría dos años después. Su primera hija, Santillana, no tardó en llegar, la muerte tampoco, la pequeña murió de difteria sin haber cumplido siquiera un año. Poco después llegaría Isabella, la felicidad también fue efímera en esta ocasión. Enríquez regresó a La Habana llevándosela consigo y dejando a Alice emocionalmente destrozada. En un texto manuscrito conservado en sus archivos escribió: “Carlos se fue. Las noches fueron horribles al principio… Soñé que Isabella moría y la enterrábamos justo al lado de Santillana”.
Tras varias crisis nerviosas, ingresos hospitalarios e intentos de suicidio, Neel, que durante todo este tiempo no había dejado de pintar, recupera poco a poco la serenidad. En septiembre de 1931, durante una visita a unos amigos, conoció a Kenneth Doolittle, un marinero drogadicto con el que poco después se instalaría en Nueva York. Otra mala elección que no tardará en pasarle factura. Aunque en aquel periodo disfrutaba de cierta estabilidad económica gracias a su trabajo en la PWPA, una iniciativa pública del New Deal de Franklin D. Roosevelt en apoyo del arte, la ansiada tranquilidad se vio ensombrecida a finales cuando 1934 Doolittle, en un ataque de furia, le quemó más de trescientas acuarelas y dibujos además de destruir cerca de 50 óleos. Se refugió entonces en los brazos del acaudalado John Rothschild, que decidió incluso separarse de su mujer, pero Alice estaba enamorada del músico José Santiago Negrón con el que se trasladó a vivir al Spanish Harlem. Fueron tiempos de estrecheces económicas en las que además la pintora sufrió un aborto y el abandono de Negrón a los tres meses del nacimiento de su primer hijo. Tendría otro más, esta vez con el cineasta, fotógrafo y activista social Sam Brody con el que mantendrá una relación de amistad el resto de su vida.
La “coleccionista de almas"
La experta Kelly Baum explica que a lo largo de su trayectoria profesional “Neel siempre eligió temas que pocos artistas --y menos si eran mujeres-- se habían atrevido a representar anteriormente, y lo hizo con una franqueza y una irreverencia igualmente excepcionales en la historia del arte”.
La estadounidense abordó en sus pinturas diversas temáticas. El bodegón o el paisaje urbano se revelan en sus cuadros pero, sin duda, los “cuadros de personas”, como ella los calificaba, son una constante en su producción. A veces eran personajes anónimos, otras muchos amigos, sus familiares y parejas, intelectuales progresistas, directores de cine o personalidades de su círculo más cercano. Y aunque todos transmiten integridad y una evidente agudeza psicológica, sus retratos no buscan idealizar o solemnizar a las personas que posan para ella. Para Baum y Griffey, Neel, más bien “intentaba plasmar toda la complejidad de la experiencia humana”.
El desnudo y la sexualidad son también cuestiones recurrentes en su obra. Sin embargo, su manera de expresarlos está exenta de cualquier intención erótica. Una pátina que ella subvierte afrontando el tema como una parte intrínseca de la experiencia humana.
Especialmente impactantes y conmovedoras resultan las pinturas referentes a la maternidad. En ellas observamos gestantes de cuerpos dilatados o madres amamantado a sus hijos en unas representaciones igualmente radicales. Experiencias muy íntimas y cercanas que Neel plantea con absoluto conocimiento y franqueza, ya que vivió en sus propias carnes el sufrimiento así como la lucha emocional y física que conllevan. La misma lucidez que se percibe en su excepcional obra se observa en su modo de encararla. En cierta ocasión dijo lo siguiente: “Pinto para tratar de revelar toda la lucha, la tragedia y la alegría de la vida”. Preciso leitmotiv que impregna esta extraordinaria exposición integrada por cerca de un centenar de pinturas, acuarelas y dibujos de quien se consideraba una “coleccionista de almas”.