En el video de presentación Cristina García Rodero destaca el perfil humanista del que fuera su mentor; Chema Madoz rememora cómo le conoció y lo recuerda como “a un actor italiano de los años 50”. Todos aquellos que le conocieron coinciden en que era una persona entrañable, curiosa, trabajadora, afable, cercana, discreta, muy culta y generosa. "Hacía poesía con la imágenes”, detalla su hija Carmen. También descubrimos que fue un fotógrafo precoz. En el año 1935, con tan solo 14 años, ya paseaba con su cámara, una Kodak Baby Brownie que le había regalado su padre, por el viejo Madrid. O que los domingos por la mañana los dedicaba a visitar el cercano museo del Prado, algo excepcional para su edad. Esa temprana sensibilidad por las artes, junto a su amor por la fotografía, cuando ésta no era considerada una disciplina artística, le convirtieron en figura esencial en la evolución y el devenir de este género en España. Todo eso fue Vielba.“Tengo un especial gusto en aquello que late en mí, me enamora y en un momento dado, muchas veces fugitivo, me invita, me convida a captarlo y dejarlo en imagen fija…”, decía.
Su obra se asienta en el sutil sincretismo entre lo documental y lo artístico, renovando así el arte de la imagen de mediados del siglo XX que se hallaba anclada en el academicismo estético de salón. Supo capturar magistralmente escenas cotidianas, dotándolas de gran contenido poético e invitando al espectador a la reflexión. “Fue su intuición la que le llevó a comprender, muy tempranamente, que la verdadera dimensión de la fotografía no era ser un medio de comunicación, sino una estimulante y creativa herramienta de expresión plástica”, subraya la experta en arte Mónica Carabias Álvaro.
Ahora, casi 30 años después de su desaparición, esta antología recupera su extraordinario legado sorprendentemente desconocido entre el gran público. Cerca de 120 copias en blanco y negro, algunas de ellas inéditas, en una muestra que abarca toda su trayectoria.
El pedagogo de la Escuela de Madrid
Al igual que su coetáneo Robert Doisneau lo fue de París, él fue una suerte de cronista no solo de Madrid, una ciudad que amaba profundamente, sino de toda una época. “Fue el gran teórico, el que forjó la llamada Escuela de Madrid, sin quererlo, sin pretenderlo, y el que dio paso a una nueva fotografía para las nuevas generaciones”, apunta Antonio Tabernero, comisario de la muestra.
Compaginaba su labor como docente en la Academia Militar de Ingenieros Aeronáuticos con su empeño en la difusión y reivindicación de la disciplina fotográfica, históricamente maltratada en nuestro país. Esa era su forma de vivir: fotografía y pedagogía.
La Real Sociedad Fotográfica, una institución que presidió durante casi tres décadas --desde 1964 hasta su fallecimiento en 1992--, constituía en aquel periodo el único lugar de encuentro para los fotógrafos. Un espacio, la Real, así la llamaba, en el que compartió muchas horas de charlas y debates junto a Ramón Masats, Francisco Ontañón, Gabriel Cualladó, Francisco Gómez, Juan Dolcet, Rafael Romero, Fernando Gordillo o Leonardo Cantero, porque decía: “Hay que aprender siempre cosas nuevas”. Con algunos de ellos formarían la denominada Escuela de Madrid. Un movimiento en total consonancia con los nuevos criterios fotográficos internacionales con el que impulsarían una necesaria reforma.
Madrid, Santander y seis días en París
Para Tabernero, “su obra tiene mucho del realismo poético francés”. Una percepción que se advierte a lo largo de su trayectoria. En los retratos familiares y autorretratos, en las fotografías callejeras de Madrid o Santander, la ciudad en la que veraneaba. Fue precisamente allí donde realizó una de sus instantáneas más famosas, Veraneo, de la que solamente hizo dos tomas. Una buena y otra extraordinaria. Y es que, como confiesa Carmen Vielba, su padre “disparaba poco y miraba mucho”. Sus negativos apenas “ocupan un par de cajas de cartón, tres si incluyo las diapositivas de color. Muchas son tomas únicas”. Su mirada certera y serena se aprecia en las bellas imágenes que capturó durante los seis días que en 1962 pasó en París, como la célebre imagen de unos niños de espaldas asomados a un ventanal del museo del Louvre o el maravilloso retrato de un hombre en Le Tertre. También en las que muestra gente paseando o niños jugando en las calles; en las de figuras ilustres como César Manrique, del que era gran amigo, o las de personajes anónimos.
La exposición, enmarcada en la sección oficial de PhotoEspaña 2021, nos recuerda la relevancia de su generosa herencia. “La historia de la fotografía española no es la que es sin la figura de Vielba”, concluye Mónica Carabias.