Antoni Campañà i Bandranas (Arbúcies, 1906-Sant Cugat del Vallés, 1989) registró con su Leica la memoria de su tiempo. Un tiempo contradictorio y convulso marcado por episodios dramáticos que quiso olvidar. Su historia es la de la España y la Cataluña republicanas, la del retorno de Lluís Companys y la de la Guerra Civil, la de las iglesia quemadas y las miserias del hambre, la de los bombardeos, los ejércitos y los exiliados. Pero también es el relato de unas cajas, esas donde silenció miles de imágenes inéditas del conflicto civil y que permanecieron ocultas durante décadas hasta que en 2018 su familia las descubrió en su garaje, casi por casualidad.
Bajo el título La guerra infinita. Antoni Campañà, el Museo Nacional de Arte de Cataluña exhibe hasta el próximo 18 de julio más de 300 fotografías, muchas de ellas inéditas, en su mayoría procedentes de la colección de la familia y ahora en depósito en el museo. La muestra, comisariada por Plàcid García-Planas, Arnau González y Toni Monné, nos descubre, a lo largo de tres ámbitos expositivos, la heterogénea obra del fotógrafo catalán que lo sitúan, por derecho propio, en la lista de los grandes nombres de la fotografía española del siglo XX.
Fotógrafo pictorialista
Campañà fue un fotógrafo polifacético e inquieto. Ya desde muy pequeño, con apenas 10 años, tomó sus primeros retratos en el balneario de Sant Hilari Sacalm. Profundamente sensible, con una concepción artística de la fotografía, su trayectoria profesional se desarrolló en un tiempo de cambios y encrucijadas. Fue testigo de un mundo que desaparecía, el rural y agrario, y también del que estaba por llegar, el de la modernidad.
Durante su viaje de novios a Múnich en 1933, entró en contacto con las nuevas corrientes estéticas alemanas de la mano del fotógrafo polaco Willy Otto Zielke. La Nueva Objetividad, la Nueva Visión así como con el Constructivismo soviético, eran tendencias vigentes que él mismo adoptó creando un estilo propio muy personal, caracterizado por encuadres innovadores y líneas de composición en diagonal. “La fotografía fue, para él, más que una vocación de juventud. Se convirtió en un impulso pasional que lo obligaba a intentar inmortalizar, en una vorágine documental y experimental, todo aquello que creía poder convertir en un retrato de la belleza perseguida”, apuntan desde el museo.
Esta búsqueda de la estética en su trabajo le convirtió en un fotógrafo pictorialista de prestigio internacional. En una época en la que aún se cuestionaba la dimensión artística de la fotografía, aportó una mirada innovadora utilizando técnicas como la del bromóleo, un método de revelado que consiste en blanquear una copia de bromuro de plata y recuperar posteriormente la imagen con la ayuda de pinceles y pigmentos oleosos.
“No solo los pintores dicen mentiras”, escribió Campañà. Pero en realidad no es manipulación, esclarecen desde el museo, es proceso artístico. Crea imágenes que acercan la creatividad fotográfica a la pictórica.
Una caja de sorpresas
Republicano, catalanista y católico, la contienda le privó de esa búsqueda constante de la belleza a la vez que provocó en él numerosas contradicciones. Barricadas, milicianos, templos profanados, desfiles militares, muerte y penurias configuraban el obscuro rostro del mundo que ahora le tocaba vivir. Pese a todo siguió registrando cualquier acontecimiento, el clic ya no es solamente un acto instintivo, sino además una suerte de terapia que le ayudaría a convivir con el horror y lograr estabilidad.
“Campañà no esconde nada: fotografía las iglesias víctimas de la iconoclastia y también hace retratos de libertarios tan atractivos que los mismos anarquistas harán postales con ellas”. Precisamente la manipulación de sus imágenes por ambos bandos es otro de los dilemas personales que deberá afrontar y posiblemente uno de los motivos por los que ocultó todas esas imágenes.
Su mirada contenía todos los frentes y banderas de la compleja situación sin tomar partido, sin ningún sesgo ideológico. Su objetivo no entendía de filtros: Falangistas, comunistas, milicianos, soldados carlistas, fascistas italianos o el Ejército Popular de la República. Retrataba escenas insólitas como la exhibición de unas monjas momificadas en el convento de la Salesas de Barcelona, también paradójicas como la salida de soldados anarquistas hacia el Frente de Aragón por la Diagonal y la entrada por la misma avenida de las victoriosas tropas franquistas; el féretro de Durruti bajo la estatua de Colón o Franco bajo la misma estatua algunos años después. Idénticos escenarios, distintos protagonistas. Una metáfora visual de la vida misma.
Un caprichoso destino
Realizó más de 5.000 fotografías, solo, a lo largo del conflicto. La posguerra supuso un respiro pero además entrañó un punto de inflexión. “Los bromóleos artísticos quedaron atrás. Como si el anhelo de belleza hubiera dejado de tener sentido”. Ahora su trayectoria se encamina hacia la fotografía comercial, el deporte y hacia la emergente industria turística. Junto a Joan Andreu Puig será pionero en producir postales en color a gran escala.
Se iniciaba así una nueva etapa, un periodo de transición de la barbarie a la normalidad. Campañà nunca dejó de mirar pero prefirió silenciar esa experiencia traumática en unas cajas. El caprichoso destino las rescató ochenta años después del fondo de un garaje. Quizás había que cerrar un círculo y exorcizar demonios. El deber de la memoria olvidada.
La guerra infinita se enmarca en un programa expositivo del MNAC sobre la Guerra Civil que, bajo el lema Guerra Civil. Arte, conflicto y memoria, aunará diversas actividades educativas así como la exposición ¡Arte en peligro! Salvaguarda del patrimonio artístico catalán (1936-1939) y la instalación del artista Francesc Torres Vuelo interior, ambas previstas para el verano.