Ricardo García Vilanova (Barcelona, 1971) obtuvo un World Press Photo por una imagen de la revolución de Tishreen en Irak que ningún medio quiso reproducir. Fotógrafo freelance durante más de dos décadas, ha retratado zonas de conflicto y crisis humanitarias en Afganistán, Libia, Siria y Haití. Sus instantáneas se han publicado en Life, Newsweek, Time, The New York Times, The Washington Post y The Wall Street Journal --que presentó su candidatura al Pulitzer en 2010--, entre muchos otros.
La pandemia le pilló en Siria y, una vez de vuelta en España, sufrió el apagón informativo para retratar a las víctimas del Covid-19. “Haber enseñado los muertos hubiese evitado las actitudes negacionistas que vemos hoy”, señala. Para hablar sobre ello, el futuro del oficio, o la cobertura de las protestas por Pablo Hasél, atiende a Crónica Global por teléfono desde Bagdad.
--Pregunta: ¿Qué le parece que se ponga el foco sobre contenedores en llamas durante una protesta en Barcelona y la polémica que esto ha suscitado?
--Respuesta: Creo que hay que buscar un equilibrio. La información y el contexto de esa información. Eso ha pasado; existe, y no se puede dejar de documentar, pero además de esa imagen se deberían buscar otras, o acompañarla de un texto que vaya más allá, si no la información podría ser tildada de tendenciosa.
--¿Cuál es la responsabilidad del que tira la foto?
--Necesitas un conocimiento de terreno, histórico, de lo que está sucediendo. Al margen de eso, el fotógrafo tira la fotografía, pero el responsable final es el medio que la publica o el que contextualiza la información con esa imagen. El fotógrafo no habrá tomado solo imágenes del contenedor en llamas, sino también otras que muestran toda la evolución de la manifestación o de los altercados.
--¿Qué le ha llegado de Barcelona?
--Algunas imágenes parecen preconcebidas. No por el fotógrafo, sino por los que forman parte de la imagen. Parecen posados, que son conscientes de la presencia del fotógrafo y posan. Y ahí entra nuestra responsabilidad y, sobre todo, la de los medios, para transmitir un mensaje de lo que está sucediendo.
--¿Cómo se ve desde fuera?
--Para mí, la diferencia radica en que aquí [Bagdag] durante las protestas matan directamente a la gente con AK-47, pistolas o proyectiles lacrimógenos directamente a la cabeza. El parámetro para mí es totalmente diferente. Por ejemplo, en las manifestaciones de las Primaveras Árabes, cuando estaba en Bengasi (Libia) o Siria en 2011, era fuego real. Francotiradores que disparaban a la gente y la mataban. La única vez que estuve en una manifestación en Barcelona fue hace 20 años, y no puedo juzgarlo, la relación que yo tengo con el entorno de trabajo es totalmente diferente.
--Volvemos a lo de siempre: el criterio de proximidad y el ‘valor’ de los muertos.
--Es indudable. No se valoran igual los muertos de nuestro territorio que los de fuera. Hay muertos de primera y de segunda. En los atentados de Barcelona yo estaba cubriendo [la guerra contra el] ISIS, y me llamó Ramón Lobo para una columna de opinión que escribía por la polémica tras la publicación de fotos de víctimas en el atentado de las Ramblas, y le dije que no entendía la hipocresía que existe en el mundo occidental, sobre todo, cuando hay un niño que se llama [Aylan] Kurdi y no tenemos ningún rubor en publicarlo. Luego, cuando hay víctimas que son nuestras, y que ni tan si quiera se identifican --no se veían caras--, se monta un movimiento de indignación colectiva diciendo que atenta contra su honor. Es ridículo, o actuamos de una forma o de otra, pero no podemos tener esa doble moral.
--Ha vuelto a pasar con la pandemia.
--La primera ola me pilló en Siria, conseguí salir de milagro, y cuando llegué a Barcelona me encontré con esto y, como no podía salir, me dediqué a ello, pero había un apagón informativo en el que no te dejaban cubrir este tipo de víctimas. Lo que consiguieron fue infantilizar a la población. Dar un mensaje ridículo de la crisis más grande que ha asolado a España desde el 36 con la Guerra Civil, o desde la Segunda Guerra Mundial a nivel global y parecía que no hubiese víctimas. No digo que no tuviera que haber fotos de gente aplaudiendo, pero si hasta aquel momento ya había 44.000 muertos [por Covid-19], no tenía sentido no mostrar a ninguna víctima, también por la responsabilidad con la memoria histórica que tenemos los periodistas. Es absurdo, es como si no tuviéramos imágenes de la Guerra Civil que mostraran ese conflicto… esa memoria histórica nunca hubiera existido.
--La proliferación de informadores, cámara o móvil en mano, ¿cómo afecta a la profesión y a la propia información?
--Bueno, es que cuando yo estoy trabajando estoy solo, pero es lo que pensé cuando vi imágenes [de los altercados en Barcelona] con más fotógrafos que manifestantes. Pensé ‘¿cómo sería trabajar así?’. Al final las imágenes se desvirtúan si tienes allí a 30 o 40 compañeros… no entiendo el sentido de esa imagen.
--¿Cómo decide enfocar su trabajo a zonas de conflicto?
--Me interesaba mucho la historia y la fotografía. La conjunción de los dos elementos me hacen llegar este tipo de trabajo. Primero conflictos de baja intensidad, y poco a poco, a donde estoy ahora.
--¿Y el día a día?
--Normalmente estoy solo, porque son situaciones de conflicto, de guerra, y no hay más compañeros a mi alrededor, por la dificultad de acceder a la zona o porque, normalmente, ya no sale a cuenta este trabajo. Yo ya no vivo de la fotografía, sino básicamente de la televisión, que es lo que me permite hacer fotos.
--¿Desde cuándo?
--Hubo un punto de inflexión en 2011. Este año me dieron un World Press Photo por una de Irak y ni ti san quiera conseguí publicarla. Es un contrasentido. Además, la hice cuando estaba trabajando para una cadena de televisión. Si no es inviable, como freelance, trabajar en zonas de conflicto --por los costes que supone-- y al final solo están los grandes medios. El resultado es una polarización de la información.
--¿Por qué ya no es viable?
--Por una conjunción de elementos. Las redes, la implementación del periodismo cívico o social. Que lo defiendo, pero deberían existir unos estándares, también la digitalización de la herramienta --fotografía digital--, el coste de los seguros que hay que pagar, que poca gente quiera pagar por información de calidad; todo este tipo de cosas hacen que al final sea insostenible como trabajo. Ahora en Bagdad estoy trabajando para France24, sí que es cierto que aprovecharé la logística y el acceso para hacer trabajo en Irak y saltar a Siria.
--Han cambiado los medios, aunque la violencia sigue copando portadas.
--Es inevitable, tenemos fascinación por la violencia. Eso forma parte de la naturaleza humana, en la guerra esas leyes por las que nos regimos --Código Penal-- se diluyen, por eso hay las conductas que hay cuando no existe este tipo de castigo.
--La forma de abordar los sucesos ha cambiado, pero ese estándar, el de evitar las imágenes más crudas, no se aplica cuando se pierde el criterio de proximidad.
--Creo que hay una ocultación de la muerte en nuestra sociedad. Un tabú, algo que se trata de esconder, minimizar y no mostrar. Algo que cada vez sucede más, igual que en la primera ola de la pandemia. No me pueden hablar de respeto y empatía, porque al final lo que haces es quitar el valor a la sociedad de estar informada. Si tú no quieres verlo es tan fácil como apretar un botón o no comprar un periódico, pero la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge el derecho a la información, y eso debería existir.
--¿Enseñar muertos no vende periódicos?
--Yo lo comprendo. No estoy diciendo que todo tengan que ser fotos de muerte, pero tendría que haber existido un equilibrio que nunca se dio. De la misma forma que había fotos de gente aplaudiendo, se tenía que haber mostrado la otra parte, porque eso hubiera evitado que, ahora mismo, hubiese actitudes negacionistas.
--¿Cuál es la diferencia entre cubrir una protesta ‘corriente’ y trabajar en un zona conflicto?
--No creo que tenga trascendencia trabajar en zona de conflicto. Los protocolos son de sentido común y luego hay un factor determinante, que es la suerte, por mucha experiencia que tengas. En estos contextos impera el caos. Todo es aleatorio y no hay una secuencia lógica que puedas predecir, aunque sí intuir. No sé, por ejemplo, si estás en medio de una zona de combate y levantas la cabeza, lo fácil es que te la vuele un francotirador. Cosas que aprendes con la experiencia. Lo verdaderamente difícil es llegar [al lugar] y poder moverte.
--¿Suerte?
--En 2011, [en Misrata, Libia] cuando cae un mortero y mata a dos periodistas [el británico Tim Hetherington y el norteamericano Chris Hondros]. A uno le secciona la femoral con tan mala suerte de que nadie le puede hacer un torniquete, y al otro, que llevaba casco y chaleco, un trozo de metralla que rebota le entra justo por el hueco que quedaba entre la cabeza y el casco. Allí había 20 personas más, pero no les pasó nada. Eso es suerte, a eso me refiero. Tú estás ahí, y no puedes predecirlo. Para hacer las fotos tienes que exponerte.
--¿Y por qué exponerse?
--A mí me gustan la fotografía y la historia y, desgraciadamente, los conflictos son los que la cambian.
--¿Se ve haciendo otra cosa?
--Soy demasiado mayor para cambiar ahora [ríe], pero hay dos factores determinantes. Uno es el físico, no es lo mismo tener 20 que 48 años. Y el segundo es el trabajo: cada vez es más inviable conseguir hacer este tipo de historias. Ahora mismo estoy aquí por France24, si no no podría permitirme esa inversión en fotografías que sé que después nadie va a comprar. Es algo más personal que luego puedes formalizar en un libro o exposición. Y en el caso de que las vendieras sabes que nadie va a pagar ni una parte de lo que cuesta la cobertura. Estuve en Siria hace un par de semanas, y no he vendido ni una. Entré en Idlib, y esas imágenes solo las tiene The New York Times y yo, pero no le ha interesado a nadie.
--Uno de esos libros es 'The Libyan Crossroad. Un pasaje mortal a Europa (2011-2020)'.
--Solo lo he conseguido publicar a través de un espónsor. Y a partir de aquí, como proyecto económico no es rentable porque es un trabajo de 10 años. No voy a ganar nada, pero es más por dejar un documento explicativo de que Libia se ha convertido en la puerta de entrada de Europa.