Vasily Kandinsky llegó a la pintura ya cumplidos los 30 años. Sin embargo, ese tardío cambio de rumbo profesional (había estudiado derecho y economía) no le impidió convertirse en uno de los principales renovadores de la pintura de comienzos del siglo XX. La evolución creativa del padre de la abstracción y teórico de la estética es manifiesta a lo largo de su prolífica carrera. Artista visionario, durante sus primeros años su iconografía responde a objetos y escenas ciertamente reconocibles. Con el paso del tiempo abandona paulatinamente los valores estéticos imperantes e inicia el viaje hacia la abstracción, en lo que él define como “el oculto poder de la paleta”. La eterna búsqueda de la espiritualidad en sus creaciones alimentaba su anhelo por desligar la pintura de sus vínculos con el mundo “natural”.
Esta visión rupturista de los cánones tradicionales no pasó desapercibida para Solomon R. Guggenheim, el industrial y filántropo estadounidense, fundador del icónico museo neoyorquino, que en 1929 comenzó a coleccionar sus cuadros. Gran parte de este extraordinario fondo, compuesto por 150 obras del artista procedente de la casa matriz de la Fundación, se podrá ver en la magnífica retrospectiva en Bilbao que abarca la total transformación artística del maestro de la abstracción en su búsqueda de lo esencial.
La relación de Nina Kandinsky con Vasily Kandisnky / ANTONIO GARCÍA VILLARÁN
La búsqueda de la espiritualidad
Para entender su trascendental trayectoria, la exposición nos propone un recorrido a lo largo de cuatro secciones geográficas vinculadas a las ciudades esenciales de la vida y obra del genial pintor. Sus primeros años en el Moscú de finales del XIX despertaron en él la pasión por el arte. Tras su paso como director por el taller de artes gráficas Kushnerev, en 1896 se instala en Múnich con el propósito de dedicarse plenamente al arte. En esta primera época aún está muy presente la estética popular, las imágenes devocionales y el folclore rusos.
La ciudad alemana vivía por aquel entonces una efervescencia creativa, un escenario propicio que estimulaba su inspiración. El propio Kandinsky lideró alguno de los grupos vanguardistas más influyentes como la Nueva asociación de artistas de Múnich (Neue Künstlervereinigung München) o el grupo artístico La falange (Phalanx), que constituyó en 1901, y con el que organizaría varias exposiciones. Su concepto artístico se plasma además en las páginas de diversos libros como en De lo espiritual en el arte (Über das Geistige in der Kunst).
En 1911 fundó junto a su gran amigo Franz Marc, una de las corrientes más representativas del expresionismo alemán, El jinete azul (Der Blaue Reiter). Sus componentes abogaban por “el potencial expresivo del color y de la resonancia simbólica, a menudo espiritual, de la forma”.
Maestro de la Bauhaus
En 1914, tras el estallido de la Gran Guerra, el artista ruso abandona Alemania y regresa a su Rusia natal. Un largo paréntesis que le sirvió para reafirmar su búsqueda de la espiritualidad en su vocabulario pictórico. En 1922 regresa nuevamente a Alemania y se incorpora en Dessau como profesor en la Bauhaus, la célebre escuela fundada en Weimar por el arquitecto Walter Gropius. Un ambiente idóneo para desarrollar su particular concepción del arte entendido como una herramienta transformadora del individuo y de la sociedad.
Allí continuó su exploración en torno a los colores y las formas. Los responsables del museo bilbaíno explican que para él “incluso las formas más abstractas conservaban contenido expresivo y emocional. Kandinsky consideraba que el triángulo simbolizaba acción y agresividad; el cuadrado paz y calma; y el círculo, el ámbito de lo cósmico y espiritual”. Su investigación estética se traslada incluso al que fuera su hogar durante su periodo docente en la mítica escuela. Él decoró el interior del pareado que compartió con Paul Klee, en el conjunto residencial conocido como las Casas de los Maestros (Meisterhäuser), diseñado por Gropius.
Este oasis creativo se vio de nuevo interrumpido por el auge del nazismo ya que en 1933, tras clausurar las autoridades la escuela, tuvo que abandonar una vez más Alemania.
París, la última parada
El barrio parisino de Neuilly-sur-Seine fue el escenario de los últimos 11 años del pintor. La inestabilidad política primero y la dramática situación social provocada por la Segunda Guerra Mundial no mermaron su productividad. Sin embargo, y debido a la escasez de productos, el artista tuvo que experimentar con nuevos e improvisados materiales, como arena mezclada con pigmentos, y en algunos casos utilizar soportes más reducidos.
A esta etapa en la capital francesa corresponden sus pinturas cuyas formas evidencian su interés por la ciencia, evocando microorganismos y formas embrionarias. También se concretó la inequívoca influencia del Surrealismo de artistas como Joan Miró y Jean Arp en sus lienzos.
Tachado como arte degenerado por el régimen nazi y silenciado durante décadas por las autoridades rusas, ahora lo podremos disfrutar en las salas del Guggenheim de Bilbao gracias a esta ambiciosa muestra que nos guía a través de su obra, su vida y también de la Historia.