La “intervención”, o destrucción del polideportivo de Getafe, obra del genial arquitecto manchego Miguel Fisac (1913-2006), cubierta y maltratada por una capa de pintura, que Peio H. Riaño denunció el pasado miércoles en El País, ha levantado un lógico zafarrancho de rabia impotente entre los colectivos más sensibilizados con la cultura y la protección del legado arquitectónico de la modernidad.
Se trataba de “animar” el edificio para un festival de “arte urbano”. Eso es comprensible. Hubiera sido tan fácil hacerlo bien. Hubiera sido fácil, con las tecnologías de que disponemos ahora, intervenir en el edificio de forma reversible, recubriendo la superficie con lonas, vinilos, plásticos, o quizá proyecciones lumínicas por la noche. Había mil formas indoloras. Pero la pintura acaba de forma irreversible con las texturas trabajadísimas de Fisac a partir de los encofrados. Tratar de limpiarlas con chorros de agua a presión, como sugieren algunos, es inútil, la última capa quedará dañada sin remedio. Y eso en caso de que se quisiera retirar la pintura, cosa a la que el ayuntamiento dice negarse, contumaz en el error.
Carlos Copertone --comisario de la exposición en la Graham Foundation de Chicago que aún puede visitarse y que ha llevado por primera vez a Estados Unidos la obra de Fisac--, escribe:
“Esta intervención, aunque podría parecer leve, es absolutamente contraria al espíritu de la obra de Fisac. El hormigón y la investigación sobre las texturas que se pueden conseguir con la maleabilidad de este material durante su proceso de fabricación es uno de los principales temas de investigación durante la mayor parte de su trayectoria. Y es lo que convierte a Miguel Fisac en uno de los creadores españoles contemporáneos más interesantes, por su singularidad y absoluta modernidad. La intervención de Getafe es un ataque directo a su obra, eliminando la expresividad intrínseca del material tras unas capas de pintura decorativa”.
Como algunas novelas de Agatha Christie, el crimen tiene varios culpables. Ha sido necesario el concurso de:
--La alcaldesa Sara Hernández (PSOE), con su concejal de Cultura, José Luis Domínguez Iglesias.
--El festival Cultura Inquieta, que la ha organizado.
--El colegio de arquitectos de Madrid, incapaz no ya de defender la obra póstuma de Fisac y frenar el desaguisado, y ello después de la destrucción de la icónica Pagoda (1999), sino de ni siquiera elevar una tímida protesta. Por cierto, dicho sea de paso y aunque las comparaciones sean odiosas: un atropello así no lo hubiera sufrido en silencio el Colegio de Arquitectos de Barcelona.
--El ejecutor es el colectivo Boamistura, que es el que con una alegría asombrosa ha cubierto de pintura la superficie del polideportivo, en nombre de la EMPATÍA, palabra que ahora la ultraja con grandes mayúsculas de colorines. Y que ante el zafarrancho que se ha armado ha tratado de descargar su responsabilidad hacia “órdenes superiores”. Cual sargento chusquero cuando lo denuncian por crímenes de guerra.
En la época de la alcaldesa Carmena, Boamistura ya nos había fastidiado con sus “intervenciones” chupiguays en las calles de Madrid, consistentes en pintar versos en el asfalto; versos casi siempre de poetas penosos y “progresistas”. Una ocurrencia que toma por subnormales a los peatones y que le hacía un flaco favor a los mismos poetas al convertirlos en cómplices de su intrusión.
En 1999, la emblemática Pagoda de Fisac fue destruida, en aras de la codicia especuladora y la ignorancia cateta. Han pasado los años y la lección no ha sido aprendida. Con el agravante de que ahora había ese vergonzoso antecedente.
Y otra diferencia más alarmante: vemos la destrucción sacrificial del polideportivo en un festival de “arte urbano” (grafitti, etc) como un signo de estos tiempos de desprecio por la cultura; tiempos en que las autoridades son de una ignorancia oceánica rayana en el analfabetismo y los “activistas” dan muestra de una iconoclastia verdaderamente imbécil, y en que cualquier elemento con algo de refinamiento o sutileza estorba, quizá ofende; como la obra de Fisac. Los vándalos de esta nueva edad media todo lo quieren a gritos, colorista, vulgar y complaciente con el mínimo común denominador. Todo, sea el faro de Ajo o los elegantes silos de Castilla o el polideportivo de Getafe, debe ser pintarrajeado para que salga bien llamativo en una foto de instagram. Los matices deben ser destruidos. Toda delicadeza y todo lo que apele a las zonas más sensibles del espíritu humano será echado abajo en nombre de la empatía y del buen rollo.