Barcelona, ciudad cosmopolita, baluarte de la libertad durante la dictadura franquista, capital de una Cataluña que se siente española, mediterránea, europea y sobre todo abierta al mundo, es hoy, una ciudad asediada por el nacionalismo secesionista, castigada por la crisis del Covid-19 y su negativo impacto sobre su economía.
Una ciudad cuyas calles respiran libertad desde que en 1860 el genio urbanístico de Cerdá planificó una estructura urbana en cuadrícula, abierta e igualitaria, que se oponía al proyecto de ciudad de una clase dominante barcelonesa que apostaba por un urbanismo que favorecía la segregación social. En los 40 del pasado siglo la ciudad es ocupada por una dictadura siniestra que la empobrece y la hace sombría, posteriormente otro tipo de nacionalismo intenta adueñarse de sus calles para ponerlas al servicio de sus objetivos secesionistas.
Durante las aciagas jornadas de octubre del 2019 las calles de Barcelona fueron ocupadas con violencia febril por agitadores de los CDR-CUP como protesta por las sentencias del TS a los líderes del secesionismo. Al grito de “els carrers seren sempre nostres”, los radicales secesionistas construyeron barricadas, encendieron hogueras, quemaron mobiliario urbano, contenedores, vehículos…y trataron de imponer su cultura de la intolerancia. Muchos de los “incendiarios” de aquellos días son los nietos y bisnietos de la clase dominante que provocó a principios del siglo pasado la respuesta incendiaria de una clase social despojada de derechos y condenada a la miseria.
Aprovechando el confinamiento de los barceloneses, con nocturnidad y alevosía y al grito de, “confinem els cotxes”, aparece el sectarismo de una ideología populista que entiende que puede aplicar soluciones sencillas a problemas complejos. Un ejemplo de lo apuntado, sería el cierre al tráfico de vehículos en siete grandes zonas de la ciudad durante todos los fines de semana, medida insostenible que la propia alcaldesa no ha tenido más remedio que revertir. Es indudable que el alto nivel de contaminación de la ciudad y sus repercusiones negativas sobre la salud de los barceloneses, obliga a imponer restricciones al tráfico rodado. Pero esta estrategia para la organización de una “nueva movilidad”, no puede hacerse desde la imposición y la frivolidad de un “ecologismo de salón”. Las actuaciones que potencien la movilidad sostenible exigen la participación de los ciudadanos y el consenso de todos las instituciones y organizaciones sociales involucradas.
El transporte público es sin duda el principal vector de la movilidad sostenible. En estos momentos de caída significativa de los pasajeros transportados, como consecuencia del impacto psicológico ante un posible contagio, las administraciones deberán no solo promocionarlo, sino garantizar su financiación. La escasez de recursos nos llevará a priorizar las inversiones que realmente se necesiten, al mismo tiempo sería importante la inclusión del transporte público en el fondo de rescate del Covid-19. Para suplir la pérdida de capacidad de ese transporte, hay que ofrecer un abanico amplio de alternativas y soluciones multimodales que deben integrar la movilidad a pie, la micro movilidad en bicicleta y patinete eléctrico, el transporte público, el privado y el compartido.
La apuesta por el transporte público es perfectamente compatible con la necesidad de tener en cuenta la importancia de la industria de la automoción, para ello se deberá mejorar la eficiencia del vehículo privado potenciando las tecnologías de bajas emisiones (híbridos, eléctricos…) y los vehículos autónomos y conectados. Para responder al incremento de la movilidad logística sería útil potenciar los aparcamientos como "hubs" de servicios para los ciudadanos. Sin duda sería indispensable la colaboración entre las administraciones (gestión del tráfico, diferenciando el tráfico esencial y el no obligado) y las empresas que deberán repensar la movilidad laboral (teletrabajo).
La “nueva movilidad” deberá ser más inteligente, la gestión del tráfico aconseja la conveniencia de disponer de una plataforma digital que integre todos los modos de transporte y permita al ciudadano conocer y planificar de la forma más optima sus desplazamientos. Urge reforzar la gobernanza metropolitana para abordar la solución a los problemas de la movilidad en todo el territorio metropolitano.
La Barcelona cosmopolita necesita que las distintas administraciones involucradas colaboren conjuntamente para combatir la “turismofobia”. Ésta es una de las manifestaciones aldeanas de un populismo simplificador incapaz de entender lo que el turismo representa para la ciudad y el impacto negativo sobre el empleo de la caída de la actividad comercial vinculada a la industria turística. Nuestras calles deben recuperar cuanto antes un turismo de calidad vinculado fundamentalmente a la oferta cultural y a las actividades de ocio sostenible.
Un día la ciudad se despertará de este mal sueño, sus calles seguirán disfrutando de la libertad que los secesionistas quisieron arrebatarle. La movilidad sostenible apostará por un transporte público que convivirá con un vehículo privado energéticamente más eficiente y los turistas volverán a pasear por las calles de la ciudad hospitalaria y cosmopolita. “Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder”.