El arte expresa la paz, pero sus tenedores se hacen la guerra. Esta contradicción se agudiza ahora, en unos momentos en que la inversión en arte llama a la puerta de los potentados, a causa del pánico bursátil provocado por el Covid. La pelea larvada y permanente entre  Carmen (Tita) Cervera y su hijastra Francesca Thyssen --archiduquesa  por su matrimonio con un Habsburgo-- reabre viejas heridas por la gestión de la herencia en arte del barón fallecido en 2002. La superlativa colección fue adquirida por el Gobierno en 1993, --consta de 800 cuadros-- y fue alquilada a la misma Fundación Thyssen por periodos de varios años para ser expuesta en el Museo Nacional Thyssen Bornemisza y en otros centros de exposición. Aquella venta significó una dación desinteresada (el Estado pagó 44 millones de pesetas); el “gran negocio de España”, tituló  entonces el Financial Times, por un fondo que los expertos cifraban en 300.000 millones de ls antiguas pesetas.

 

 

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La pelea entre viuda e hijastra se prolonga a la segunda parte del legado Thyssen: la Colección privada Carmen Thyssen de 450 lienzos, propiedad exclusiva de la baronesa y valorada por expertos independientes en mil millones de euros. Este precio, que fue reducido a la mitad por el Gobierno (en la etapa de Mendez de Vigo en Cultura), sube ahora exponencialmente a criterio de medios conocedores. Pero estas últimas fuentes aparecen en pleno hundimiento de los mercados financieros y en un momento inflacionario en el segmento restringido del mercado del arte contemporáneo, en el que abundan los valores refugio. La Administración lleva meses estudiando la  prórroga del alquiler de la colección privada de Tita que se expone en Museo Nacional Thyssen. De este modo, el Museo Nacional, de titularidad pública mantendría en propiedad los 800 cuadros del barón que ya posee y en régimen de alquiler los 450 cuadros de su viuda.

El uso del fondo de arte de la familia

La guerra de estos parientes menores de los Habsburgo no es nueva. Las disputas patrimoniales de los núcleos familiares suelen alcanzar altas cotas de rencor; pasan por momentos de bonanza, pero siempre se renuevan, movidas por un oscuro derecho de sangre, como mostró Thomas Mann, en su genial novela Los Buddenbrook. Después de la muerte del barón Thyssen, sus hijos, liderados por Francesca Thyssen, se enfrentaron con Carmen Cervera a causa de una aparente minucia: un pastel ecuestre del impresionista Edgar Degás, que pese a haber permanecido en la galería nacional del Jeu de Paume o en el Museo de Orsay, nuca llegó a rozar los precios de Toulouse-Lautrec , Cézanne, Paul Gauguin o Van Gogh, en el mercado del arte contemporáneo. Para desquitarse de su intento frustrado, la baronesa vendió, por 27,89 millones de euros, el cuadro The lock de John Constable. Paro la operación abrió el apetito pleiteador de Francesca Thyssen, cuya pelea con Tita es un Guadiana que aparece y desaparece según las necesidades de liquidez de la baronesa.  

Los ingresos de la fundación familiar emanan del uso de su fondo de arte. No es lo mismo exponer a Picasso que ofrecer una muestra del gótico tardío. Mientras el arte sagrado duerme el sueño de los justos, hoy se valora, más que nunca, a los  vanguardistas que en el novecientos lucharon por imponer la hegemonía del color, con ejemplos rutilantes, como el movimiento Der Blaue Reiter, de Vasili Kandisky o la etapa Azul de Picasso, dos ejemplos que decoran las paredes del Thyssen Bornemisza.

El color es precisamente lo que deslumbró a la viuda de Thyssen para adquirir la obra El Abismo de Joaquim Mir, fruto directo del enfrentamiento salvaje del pintor con la naturaleza grandiosa y subyugante de la sierra de Tramontana, en Mallorca. Mir no marcó una época; pero inspiró el inconsciente de un espacio fulgurante de la vanguardia catalana, que va desde Casas hasta Joan Miró. Fue un pintor fauve, sin pertenecer a la escudería fauvista de los Matisse, Derain, Camoin, Manguin, o Puy (presentados en París, en el Salón de Otoño de 1905).

El destello de la genialidad

Su óleo sobre tela de saco es una vista en picado, desde una garganta profunda, que se abre al mar turquesa. La obra pertenece hoy a la Colección de Carmen Thyssen y duerme entre algodones junto  a pintores sobresalientes que van desde el gótico de los siglos XIV y XV (Duccio, Jan van Eyck) hasta el pop art y la pintura figurativa de los ochentas (Lucian Freud, Richard Estes). El banderín de enganche de las dos colecciones, la del Barón Thyssen y la de Tita Crevera, son la punta de un iceberg ordenado y homologado en el Palacio de Villahermosa, junto al Prado y al Reina Sofía, en el llamado Triángulo del Arte, de Madrid.

A su llegada a España, Hans Heinrich  Thyssen se marcó el objetivo de recuperar la colección de su padre guardada en una mansión frente al lago de Lugano. El segundo Thyssen reunificó la colección; en 1986-88 recuperó la Madonna de la humildad  de Fra Angelico (MNAC de Barcelona), La ninfa de la fuente de Lucas Cranach y El jardín del Edén de Jan Brueghel el Viejo. Otras piezas de la familia se dispersaron: la Madonna Haller de Durero terminó en la National Gallery de Washington, Tobías y Ana de Rembrandt ingresó en el Rijksmuseum de Ámsterdam en 1979, y en 1995 se subastaron más de 50 obras de la llamada Colección Bentinck-Thyssen. A las obras heredadas y recuperadas, el barón unió muchas otras, que van desde Petrus Christus, Antonello da Messina, Palma el Viejo y El Greco, hasta Van Gogh, Pablo Picasso, Jackson Pollock y Tom Wesselmann.

Frente a la inigualable colección amasada por Thyssen, las piezas de la baronesa atesoran un especial sentido de la estética y del figurativismo más reciente. ¿Quién la inclinó hacia la belleza de Mir, el mejor paisajista catalán del siglo XX?  Mir nunca mintió; “ningún paisajista de su tiempo puede compararse con su destello de genialidad”, escribe Francesc Miralles en su obra enciclopédica sobre el arte en Cataluña. Casi medio siglo después de su desaparición, la paleta del pintor nos habla todavía  de su desbocada emoción panteísta ante la naturaleza mediterránea. Joaquim Mir tuvo de mecenas a su tío, el industrial textil Avelí Trinxet i Mir, propietario de la Casa Trinxet de la calle Córcega de Barcelona, obra de Puig i Cadafalch, en línea con la Casa Terradas del Paseo de Grcia. El edificio, adornado con enormes murales de Mir, fue demolido en los setentas por el constructor Núñez i Navarro en la etapa funesta del alcalde Porcioles.