Traten de recobrar su primer recuerdo. ¿Ya lo tienen? Pues resulta que no es tal. “Creo que si recuerdo algo, por ejemplo, si hoy recuerdo algo de esta mañana, obtengo una imagen de lo que vi esta mañana. Pero si esta noche recuerdo algo de esta mañana lo que entonces recuerdo no es la primera imagen, sino la primera imagen de la memoria. Así que cada vez que recuerdo algo no lo estoy recordando realmente, sino que estoy recordando la última vez que lo recordé, estoy recordando mi último recuerdo”.
Algo así le decía Jorge Guillermo Borges a un joven Georgie, atónito y entristecido, sobre la realidad de nuestra memoria. Nuestros recuerdos no serían más que copias de copias, desdibujándose incesantes. Lo más profundo de nuestra identidad se basa –sólidamente– en algo parecido a la ficción. Parece corroborarlo también el neurólogo y escritor Oliver Sacks, cuando confiesa su sorpresa al descubrir, gracias a una conversación con su hermano mayor, que uno de sus primeros recuerdos –nada menos que el bombardeo nazi sobre su ciudad– es mentira. Él tenía la certidumbre de haber vividos dos bombardeos. Su hermano mayor le aclaró años más tarde que eso era imposible. Solo había vivido uno.
Desconocemos si
Se llama Alan Ingram Cope. Se caen bien. Guibert descubre que Alan, como muchos de los jóvenes norteamericanos, fue reclutado en el ejército para combatir a Hitler en la Segunda Guerra Mundial con apenas 18 años y pasó los mejores años de su juventud deambulando por una Europa en ruinas. Cuando inicia la conversación con él, lo que le llama la atención es que Cope destaca que nunca luchó en combate directo; que sus aventuras no son especialmente heroicas; ni él queda especialmente en buen lugar. Cope resulta entonces un donnadie excepcional, un fulanito de tal interesantísimo y memorioso que anuncia lo que Karl Ove Knausgard haría años después.
Entre el 2000 y el 2008 Guibert se dedica a pasar a formato viñeta los recuerdos de Cope. El resultado es La guerra de Alan, un tochito delicioso que ahora acaba de publicar Salamandra Graphic en versión integral. Años más tarde llegarán La infancia de Alan y Martha y Alan. Ambas expanden el universo de la vida de Cope hacia la juventud e infancia de nuestro protagonista en los Estados Unidos de los años 30. Los tres conforman un tríptico extraño y necesario. Se pueden leer por separado pero es mejor leerlos juntos. No tienen exactamente el mismo tratamiento gráfico, pero se complementan de fábula. No juegan con la lógica del cliffhanger pero uno se queda enganchado.
El resultado general es un documental difuso, un largometraje con contornos diluidos en agua. Un fresco superlativo sobre un tema que parecía minúsculo, una obra a medio camino entre la crónica y la biografía, que aúna lo poético, lo fáctico y lo imaginado. Donde el virtuosismo del autor nunca abruma sino que acompaña las aventuras infinitesimales de Alan, sus renuncias, reflexiones y vicisitudes. Una suerte, como bien dice el periodista Guillermo Altares, de Boyhood extendida. Se aprende más de la guerra de verdad viendo cómo Alan se aburre en un traslado que atendiendo a los maximalistas espectáculos del género bélico hollywoodiense. Alan explica las muertes por descuido, las trampas de los soldados, la humanidad de algunos nazis. Se ruboriza al explicar algunos de sus amores no correspondidos, su fe inquebrantable y perdida. Las veces que fue cobarde. En fin, la vida.
Alan no pudo ver publicada la obra de Guibert. Falleció ocho meses antes de su publicación. Ustedes harían bien en no perdérsela.