Es mentira que los viajes de turismo solidario no sirvan para nada. Para empezar, si el proyecto está mal diseñado –es decir: si tiene más que ver con los deseos del donante que con la demanda del receptor–  sirve para aumentar el ego de los cooperantes; permite la recolecta de likes en el zoco del postureo instagramático. Los proyectos que están bien diseñados proporcionan muchas otras cosas: la mejora objetiva las condiciones de vida de las comunidades receptoras, la diversión de los nativos ante las manías primermundistas, y, last but not least, sirven para que los privilegiados –no se engañen, si disponen de tiempo y dinero para dedicarse a estas labores, forman parte de ellos– dispongamos de un nuevo punto de vista sobre el asunto. 

Viajar y tener la suerte de escuchar, por ejemplo, aquel viejo dicho africano que dice que cuando se muere un anciano es como si ardiera una biblioteca entera. Aquí –medio guaseando– podríamos decir que sucede lo mismo cuando fallece un voluntario oenegero. El viaje y el contacto con la nueva realidad, tan diversa y multiforme; tan diferente a como nos las muestran en los media, tan rica en matices y sombras, lleva al viajante a  querer explicarlo, a estar poseído, como los yayos masai, por el don de la narración. Uno de esos viajes oenegeros –ese subgénero de la literatura de viajes–, realizado por su autora, es el que narra el hermoso cómic Dos monedas (La Cúpula), Dues monedes (Andana Editorial) con el que Núria Tamarit (Vila-Real,1993), emergente, fanzinera de luxe, ha conseguido el Premio Valencia de Novela Gráfica 2018. 

Núria Tamarit / FERRAN CORNELLÀ

Núria Tamarit / FERRAN CORNELLÀ.

La autora confiesa que el germen de su proyecto se encuentra en los cuadernos de dibujos que realizó mientras ella misma participaba en un proyecto solidario. Y algo de esa mirada limpia y abrumada, de esa fascinación primigenia, de esa honestidad temblequeante, se cuela entre las viñetas del cómic, presuntamente autoficcional –pero qué obra no lo es–  que narra la peripecia de una hija adolescente, Mar, casi adulta, que viaja junto a su madre a un pueblillo a Senegal para acompañarla en la construcción de un edificio para una biblioteca. 

Una de las páginas de Portada de 'Dos monedas' de Núria Tamarit / EDICIONES LA CÚPULA

Los trazos de Tamarit consiguen meternos de lleno en la realidad que describe. Dibuja las austeras condiciones higiénicas –para nuestros estándares– con las que deben lidiar las cooperantes, la tragedia de falta de wifi para la adolescente, la vida en una aparente aburridísima cámara lenta que sin embargo permite la serena contemplación de sus detalles. Pero a la vez dibuja mangos, naranjas y bananas llenos de sensualidad. Jóvenes sin más Netflix que contemplar como un atardecer  explota lentamente en morados. La maravilla geométrica de los kangas con los que visten la mujeres. La tragedia y la esperanza de la emigración a Europa. En definitiva, atrapa estupendamente el contraste entre la hipotética pobreza en lo material y la exuberancia en lo vital. En la dicotomía entre lo que espera encontrar la adolescente y lo que halla en realidad, la novela gráfica descubre su valioso discurso. 

El cómic también nos recalca que África no es un país, sino un continente enorme, una realidad variada y difícilmente reducible a cuatro tópicos. Poco tienen que ver los paisajes de Namibia con el entorno urbano de Sudáfrica. El slum de Kibera en Nairobi con el barrio de lujo donde Karen Blixen tuvo una granja que luego inmortalizaría la película Memorias de África, dirigida por Sydney Pollack y protagonizada por Robert Redford y Meryl Streep.

El resultado es una lectura altamente recomendable para institutos y colegios. Bueno, en realidad para cualquiera que quiera escuchar, que tenga ojos y orejas y tacto. Apto para la reflexión y el deleite. Para el debate y la empatía. En su debe tal vez podríamos detectar una cierta ligereza, los dilemas éticos se enuncian rápido y no se profundiza en ellos. Hay un momento en el cómic donde una de las nuevas amigas que hace la protagonista explica que para el desarrollo integral del continente tal vez lo mejor sería dejarse de injerencias y ayudas solidarias, dejarlos en paz de una vez.

Una de las páginas de 'Dos monedas' de Núria Tamarit / EDICIONES LA CÚPULA

Un tanzano avispado, me confesó una tarde de cervezas calientes sobre el lago Victoria, que el argumento tendría sentido, funcionaría, si todas las empresas y explotadores en connivencia con los gobiernos de turno se aplicaran el mismo cuento de la no injerencia. Mientras tanto, debe seguir la cooperación. “El negro es mejor que tú” cantaba entre palmas el polemista vocacional Albert Pla en el disco No solo de rumba vive el hombre (1992), donde nos relataba la historia de un cornudo que pensaba que la razón del desencanto de su pareja eran los atributos de su nuevo amante y no su propia ineptitud como pareja, siguiendo los estereotipos de raza.

La canción me recuerda al caso del joven muchacho subsahariano que el año pasado salvó la vida de un bebé trepando valerosamente por un edificio en Francia. Macron le concedió la ciudadanía al instante. Hay algo perverso en ambos postulados. Se colige que el otro, el diferente, el emigrante, debe ser especialmente bueno o valeroso para ganarse los derechos de ciudadanía. Que el negro debe ser mejor que nosotros. La verdadera igualdad, y algo de eso hay en Dos monedas, llegará en el día en que el negro no tenga que ser mejor que nadie. Que la igualdad nos marque la bondad o la maldad de cada uno