Entregada desde hace décadas a la investigación de la obra de Joaquín Sorolla y apasionada absoluta de su trabajo, Blanca Pons-Sorolla (Madrid, 1948), bisnieta del pintor español más influyente a nivel internacional a principios del siglo XX, habla con frenesí del artista valenciano. En los jardines del museo Sorolla –antigua casa del pintor– que alberga 1.300 cuadros, 5.000 dibujos y más de 6.000 fotografías, además de numerosos epistolarios, nos narra con detalle cómo fue la ajetreada vida del pintor, de qué forma se volcó en la pintura –hasta el punto de costarle la vida (“le hacía disfrutar y sufrir tanto…”)– y cómo Clotilde, su mujer, se convirtió en su musa y principal consejera.
En 1992, la descendiente del naturalista y principal conocedora de su obra fue condecorada por Carlos Gustavo XVI de Suecia por su actividad sobre el artista, y en 2009 recibió la Medalla Sorolla de la Hispanic Society of America (Nueva York). Es autora, entre otras publicaciones, de la biografía más completa editada sobre el pintor, Joaquín Sorolla. Vida y obra (2001), de Joaquín Sorolla (1863-1923) (2005) y Sorolla. Obras maestras (2012).
–¿En qué momento decidió implicarse en mantener el legado de su bisabuelo?
–Mi padre fue director del museo a la muerte de su tío Joaquín, el hermano de su madre, en el año 1948, justo cuando nací. Era arquitecto, restaurador de monumentos, pero en su tiempo libre –y no libre– se dedicaba todo lo que podía al museo Sorolla. Entonces no era algo remunerado. Nací en casa de mis abuelos y mi abuela María siempre me ha hablado de su abuelo y hemos vivido entre sus cuadros. Es algo que te viene de toda la vida. Sí que es verdad que desde siempre tuve ese afán de conocer, pero mis caminos se iniciaron en el mundo de la arquitectura y, de hecho, como arquitecta de interiores trabajé con grandes arquitectos como Javier Feduchi y Rafael Moneo, y en Vitoria, recién casada, con Antón Yeregui, entre otros.
Empecé así pero siempre muy pendiente de leer todo lo que caía en mis manos que fuera de Sorolla. Cuando era pequeña, mi padre tuvo unas fiebres raras y estuvo durante casi un mes en cama, algo anormal en él. Entonces, se dedicó a leer toda la correspondencia de sus abuelos y me llamó muchísimo la atención. Era algo que nunca había visto. Incluso ya en ese momento mi padre me leía cartas cuando era niña. Pero la verdad es que luego la vida fue más complicada de lo que uno espera. Tuve una niña sorda de nacimiento, abandoné el mundo de la arquitectura para dedicarme a ella, hice logoterapia –en la primera promoción de logoterapeutas en España– y me dediqué de forma voluntaria al mundo del sordo.
Cuando mi hija tenía unos diez años y ya estaba encarrilada, decidí dedicarme a ella ya solo como mamá y no como terapeuta, y entonces es cuando tomé la decisión de tampoco volver a la arquitectura y dedicarme a Sorolla. Siempre ha sido de forma particular, y en el año 1992, cuando se reorganizó el patronato, ya estando mi padre enfermo de Alzheimer, me metí a fondo en esa reestructuración con un tío mío y la colaboración de la familia, se crearon los nuevos estatutos de la fundación y, a partir de ese momento, me impliqué absolutamente en ello. Es como una labor independiente de mi parte más profesional, que es la elaboración del catálogo razonado de Sorolla, el expertizar la obra…
–En alguna ocasión ha comentado que Sorolla le enamoró cuando leyó las cartas que se habían escrito su mujer, Clotilde, y él. ¿Cómo fue?
–Cuando empezamos a organizar la fundación, en los últimos años de mi padre antes de caer enfermo, es decir, cuando se jubiló como arquitecto en el Ministerio de Vivienda a los 67 años –entonces la jubilación era a los 70–, nos dedicamos a venir al museo porque yo quería leer esas cartas que había visto desde niña. Aquí, en el despacho de mi padre, empecé a leer las cartas. Y me enamoré perdidamente de mi bisabuelo. Ahí es donde decidí dedicar toda mi vida a él. Y la verdad es que estoy encantada: no es un trabajo sino mucho más, algo que te gusta, con lo que disfrutas y a lo que dedicas mañana, tarde y noche. Y se te hace corto.
–Las cartas que se enviaban mutuamente demuestran un amor apasionado…
–Es un amor que está en las cartas desde el primer día hasta el último. Es una cosa realmente sorprendente porque el paso de los años no amainó el amor que se tenían, la pasión… Al revés, su implicación era aún mayor. Clotilde tiene muy claro que, antes que esposo y padre, él era pintor y que, por lo tanto, debía amar la pintura por encima de todo. Pero esto no era verdad, porque lo cierto es que Sorolla amaba la pintura y a su familia y nunca sabía bien a qué dedicarle más su amor, si a lo uno o a lo otro y, de hecho, todos sus conflictos nacían precisamente de esa dificultad que tenía muchas veces de poder atender a la familia cuando estaba lejos de casa.
Supongo que con un móvil y con whapsapp habría sido absolutamente feliz viajando [risas]. Pero en sus viajes, cuando no le acompañaban su mujer y sus hijos, siempre estaba ese miedo de no enterarse de qué les pasaba y, en segundo lugar, esa necesidad de tenerles al lado. Aunque lo hacía a través de esas cartas que se escribían diariamente y en las que estaban al tanto de todo y que tan útiles han sido también en lo profesional: en ellas cuenta lo que está pintando, lo que siente al hacerlo, qué le emociona, cómo sufre y rabia cuando hace mal tiempo y no puede pintar...
–Además, se enviaban flores…
–Sorolla fue absolutamente detallista con su mujer. Yo creo que nunca ha habido mujer más halagada que ella. Cuando estaba fuera, en España, le mandaba flores diariamente y se preocupaba de que llegaran a la estación antes de que saliera el tren y avisaba de que las fueran a recoger para que llegasen frescas. En los sobres de las cartas siempre había azahar o violetas. Los restos y las marcas están ahí, en las misivas. Además de eso, se preocupaba de ver la moda, qué era lo que se llevaba y qué le gustaba, y cuando veía a una mujer bien vestida no paraba hasta que se enteraba de quién había sido el sastre que lo había hecho y le pedía a Clotilde que le enviara un body para hacerle un traje con el que, además, pensaba pintarle.
–¿Sólo hizo desnudos de su mujer?
–En realidad, utilizó en una ocasión segura y probablemente en dos el cuerpo de Clotilde para hacer un desnudo de mujer. Él hizo desnudos cuando era estudiante y luego dentro de una serie de obras más bien orientalistas. Desnudos importantes sólo hay dos, pero ninguno de ellos es propiedad de la fundación ni del Estado sino un préstamo de particulares: uno es Muy temprano, un desnudo maravillo después del baño romano. Pienso que es Clotilde, con una cintura menos marcada porque está embaraza de su segundo hijo, Joaquín. Y luego está el cuadro para el que sabemos fehacientemente que posó y del que siempre habló mi abuela María, que es el desnudo de mujer que está tumbada sobre ese raso rosa y en el que enseña ese anillo que la distingue del otro modelo.
–Clotilde era hija del fotógrafo Antonio García. De algún modo, ¿influyó este hecho en Sorolla y en el desarrollo de sus cuadros?
–Lo cierto es que Sorolla no utiliza la fotografía para desarrollar sus obras, pero lo que sí tiene es un enfoque fotográfico. Su obra tiene esa composición fotográfica de forma natural. Por otro lado, es algo que también ocurre con otros pintores modernos cuyo enfoque no tenía ese desarrollo en España pero sí fuera. No quiere decir que no utilice una foto para hacerse una idea de algo, pero él no compone a base de fotografía. No hay más que ver las fotografías de una escena que Sorolla está pintando, como Los tiros, pero él está detrás con su caballete pintándoles.
Sorolla es pintor del natural. Incluso cuando Archer M. Huntington [coleccionista y mecenas] le encarga la decoración de la biblioteca de la Hispanic Society of America, al principio viaja por toda España pintando y pensando luego en recrear esos paneles en su estudio, aunque luego decide que no, porque estaría haciéndose una copia de sí mismo y, si esto no le parecía bien, mal le iba a parecer una copia de una fotografía de otro. Sí que es verdad que a veces le pide a su hijo que haga una fotografía de algo, pero como las máquinas entonces no eran instantáneas, él era mucho más rápido cogiendo un lápiz y haciendo los dibujos de un determinado movimiento o parado del mundo.
–¿Cree que el talento de Sorolla fue gracia infundida?
–Él nace en una familia humilde en la que no había nadie que pintara. Sus maestros contaban cómo de niño le gustaba sobre todo dibujar; era menos dado a escribir o a hacer otra serie de trabajos, hasta el punto de que el director de la escuela habló con sus tíos y les dijo que realmente era un niño que tenía dotes para ello y creía que sería muy interesante que le llevaran a la escuela de artesanos por las tardes, a las clases que impartía Cayetano Capuz. Efectivamente, lo que hicieron fue llevarle y, desde ese momento, Sorolla se encaminó en el mundo del arte. Terminó su colegio, ingresó con quince años en la Escuela de Bellas Artes de Valencia y ahí es donde conoció a Antonio García a través de un condiscípulo suyo hermano de Clotilde.
–Pero también había muchas horas de trabajo detrás…
–Efectivamente, a Sorolla le viene de siempre esa habilidad, no sabemos de qué forma o si Dios se la da, pero fue un trabajador siempre. Además, tuvo la suerte de que su suegro se lo inculcó, lo que se ve mucho en las cartas cuando está en Italia, ese “trabajar, hay que trabajar”. Tiene una facilidad enorme para pintar, pero detrás de cada obra lo que hay es infinidad de trabajo, de apuntes, de notas…
–¿Le acabó costando la vida tanto esfuerzo?
Yo creo que hay sin duda un exceso de trabajo y sobre todo la emoción enorme que le producía el pintar: se implicaba de tal modo en ello, le hacía disfrutar y sufrir tanto, esas largas separaciones de los suyos, ese vivir como se vivían entonces los viajes, en unas condiciones que no tienen nada que ver con las de hoy, que yo creo que todo ello le acabó costando la vida. Pero supongo que también él era consciente de ese exceso de dedicación. De hecho, cuando pinta en Burgos esa catedral nevada lo está diciendo: la pinta al aire libre y le escribe a su mujer que le parece que está “chiflado”, que ese no es modo de trabajar. Sin embargo, no puede dejar de hacerlo, es algo superior a él por más que en ocasiones se proponga tener una vida más de acuerdo con los años que va teniendo, recogerse más en casa y pintar más en su estudio. Pero la naturaleza, el aire libre, la luz están por encima de todo.
–Se le llegó a comparar en el mercado internacional –e incluso por parte de los artistas del momento y de quienes adquirieron sus obras–con Dalí, Picasso o con el que se considera su maestro, Velázquez… ¿en qué sentido?
–Históricamente a Sorolla se le comparó por los historiadores del comienzo de la vida moderna con Velázquez, Goya… Y con Picasso o Dalí por el éxito, sin ninguna duda. Es de los pintores mejor recibidos, tanto por visitantes en sus exposiciones como en sus ventas. Pero Picasso económicamente está por encima de Sorolla. Y esto depende de algo que no tiene nada que ver con la calidad de los artistas sino de quiénes son los que desean ese tipo de obras y dónde se pueden adquirir. Dalí también es un pintor profundamente querido por el público: no hay más que ver que sus exposiciones acogen mucha más gente que las de Picasso, y también las de Sorolla acogen aquí a más gente. Pero en el mercado del arte todo depende de los momentos, del interés que en un momento dado hay por un artista, las posibilidades que hay de comprar su obra y cuáles son los intereses. Eso va cambiando. Hoy en día la pintura contemporánea y ese abstracto rabioso tiene precios por encima de todo.
–¿Cómo se valora la obra de Sorolla en la actualidad?
–Yo creo que como artista está perfectamente valorado y se le puede valorar más. Todas las exposiciones que se han llevado a cabo aquí en los últimos años, con una calidad tremendamente cuidada y que explican diferentes facetas de la pintura de Sorolla, y esas grandes exposiciones internacionales como Sorolla y América, Jardines de luz o como Sorolla en París, están mostrando fuera al gran artista. Y espero que la próxima exposición prevista en la National Gallery de Londres, la próxima primavera, volvamos a tener ese hito más ganado.
No hay más que ver el número cada vez mayor de visitantes extranjeros que hay en el museo, el éxito de público que estas exposiciones están teniendo. Por ejemplo, en Munich fue la exposición más visitada de la historia de la Kunsthalle y Sorolla era un desconocido. Lo fue en 1908 cuando expuso allí pero luego pasaron años en los que eso se fue diluyendo. Creo que Sorolla está siendo bien valorado y debemos seguir en ello, y para eso lo que hay que hacer es lo que se está haciendo: que todas las muestras, las publicaciones que se realizan sean de calidad, que nos den ese gran artista que es y que se hagan las cosas con sentido y con mucho cuidado. El resto lo pone él.
–En el documental Los viajes de la luz se detalla cómo Sorolla adquirió un lenguaje propio a través de la luz y de la mezcla de colores. ¿Cómo lo percibe visto desde el momento actual?
Sorolla es un naturalista, sin la menor duda, está dentro de ese movimiento del arte moderno que entre siglos se empieza a presentar en París y en los grandes salones de Europa y del resto del mundo. Es un pintor que está a la altura de Sargent y de los grandes pintores naturalistas más importantes. Pero luego es muy sui generis, a ese naturalismo le está imprimiendo todo lo que aprende mirando también lo que otros están haciendo. Por ejemplo, utiliza de los impresionistas esas vistas en picado que le parecen maravillosas y que además son muy fotográficas, también emplea el modo de usar el color para producir luz y, como él dice, quizá el descubrimiento más importante en la pintura moderna fuese el violeta para las sombras en los impresionistas, lo que hace que deje de haber oscuridad en la pintura.
–Para su bisabuelo, ¿el fracaso fue una oportunidad?
–Totalmente. De entrada, tenemos la carta que le envió Francisco Pradilla tras no ser galardonado en Italia con El entierro de Cristo, una misiva hermosísima que contenía una gran enseñanza de vida. Sorolla tenía aspiraciones, él quería ganar, abrirse camino y sabía que el modo de hacerlo era ganando esos grandes premios en las exposiciones nacionales y en los salones del mundo. Se presentó en Madrid muy joven con Dos de mayo, con el que le dieron una segunda medalla. La obra fue comprada por el Estado y para él esto fue un acicate muy fuerte.
Después se fue a Italia con un enorme cuadro, El entierro de Cristo. Entonces las obras tenían que ser religiosas o históricas, o abundar en temas sociales, y en ese momento escogió el hacer una obra religiosa que no le premiaron. Eso para él fue un golpe fuerte ya que, además, galardonaron a otros artistas dentro del grupo en el que se encontraba.
Supongo que con el lienzo tan grande que había llevado debió de haber sus risas por parte de algunos. Fue cuando Sorolla escribió a Pradilla diciéndole que suponía que sabía de su fracaso, y éste le respondió que debía sentirse un gran afortunado porque muchas veces, cuando uno obtiene un premio antes de tiempo, se cree que ya lo sabe todo y no se sigue esforzando en la vida. Pradilla le insistió en que ese fracaso era un éxito, que su cuadro era mucho mejor que los que habían sido premiados y que lo que tenía que hacer era trabajar, trabajar y trabajar. Y Sorolla lo aplicó al pie de la letra.
–¿Cómo era la conciencia social de Sorolla?
–Creo que la tiene porque además procede de clases más o menos humildes y su interés social está siempre ahí, el tema del trabajo es algo que siempre le ha llamado la atención y es algo que vemos en esos pescadores a los que continuamente pinta con obras como Aún dicen que el pescado es caro, que ya denota el esfuerzo que aquellos debían hacer. Con este título, Sorolla emplazaba a no decir, encima, que todavía sigue siendo caro el pescado cuando los hombres se dejan la vida en el mar. Él tenía una clara conciencia social, sobre todo del trabajo y de lo que hay que hacer. Piensa que hay otros modos de presentar tu país y es enseñando todas las cosas buenas de él.
Para Sorolla, es verdad que, por ejemplo, existía la trata de blancas como sigue existiendo y no sé si peor hoy en día, a veces muy tapada con otras cosas, pero al mismo tiempo veía cómo su playa era hermosísima, unos juegos de luz maravillosos, cómo los niños disfrutan del mar y pensaba en ese Mediterráneo como una bendición para cualquiera aunque el trabajo de los pescadores fuese duro. Y le pasa igual cuando va a Jávea y a Denia y ve esas fábricas en las que trabajan mujeres. Le interesa muchísimo el mundo del trabajo de la mujer y el trabajo que no sea simplemente ayudando en las viviendas, cosiendo metidas en casa, sino trabajando fuera con otras mujeres. Y lo pinta no como denuncia sino todo lo contrario, como pensando: “qué belleza”. Incluso en las cartas a Clotilde le dice: “no sabes qué cosas más bonitas hay”. Y luego están los cuadros de mujeres que cantan, que llevan flores puestas…
–¿Cómo fue la influencia de las mujeres en su vida?
–Su mujer fue el primer ejemplo absoluto. Hay que tener en cuenta que Clotilde se dedicaba a quitarle cualquier problema, la que llevaba la casa, la que se ocupaba de ordenar su correspondencia, de hacerle las traducciones del francés, de llevar las cuentas… Ella era la que llevaba toda la organización para que Sorolla tuviera tiempo de pintar y luego, cuando había exposiciones, era la que se ocupaba de los listados, de que las cosas se embalasen en condiciones… Hay que pensar que, por ejemplo, en la exposición de París hubo casi 500 obras --485--, mientras que a Londres llevó otras tantas… y eso supone un trabajo realmente importante.
–Gracias a ella tenemos el museo, ¿no?
Efectivamente, fue maravillosa. Acompañó a su marido siempre que pudo y le entristecía mucho no poder acompañarle todo el tiempo que deseaba. Ella siempre pensó, y lo pensaron ambos, que cuando fueran mayores y sus hijos hubieran crecido y se hubieran casado, podrían viajar juntos, pintar siempre juntos, volver a estar como habían estado en su primera etapa... Y esto se truncó con esa muerte prematura de Sorolla después de un derrame cerebral, con 60 años.
Entonces, desde ese momento ella debió de arrepentirse de no haberle acompañado más por el tiempo que le habían arrebatado sus hijos y es cuando decidió hacer algo que ayudase a su marido a tener mayor gloria: hacer testamento para donar todos sus bienes al Estado: la casa, los muebles, los cuadros… con tal generosidad que olvidó que en la ley española los hijos tienen derecho a la legítima. Pero los hijos no sólo renunciaron a ella sino que además aumentaron ese legado de su madre donando todas las obras de familia, los retratos familiares conjuntos… También Joaquín, a su muerte, tomó todas sus obras y las donó a la fundación museo Sorolla.
–¿Es cierto que la llamaba cariñosamente “mi flaca, mi fea”?
–Sí [risas]. En las cartas es continuo y es muy curioso porque nosotros en España usamos el “mi fea, mi gorda, mi flaca” cariñosamente, pero cuando lo traduces es un problema tremendo porque decir en inglés “my ugly” [“mi feo”] suena espantoso. Pero sí, lo dice continuamente en sus cartas como apelativo cariñoso.
–¿Qué diferencias aprecia entre la cultura de la época de Sorolla y la actual?
–La de entonces desgraciadamente no la conocí, lo que pasa es que cuando uno estudia a un artista y todo su entorno, y en este caso el entorno de Sorolla, se percibe que en España había grandes profesionales: magníficos literatos, magníficos abogados, magníficos médicos. No quiero decir con esto que hoy no los haya. Los sigue habiendo, lo que pasa es que sí que es verdad que nos educaron en mi generación de una manera muy diferente. He conocido la cultura del pelotazo, de las cosas que se consiguen de forma rápida, sobre todo el dinero.
La cultura no debe recibirse de forma rápida. Dentro de ese mundo del pelotazo no hay tiempo ni sosiego muchas veces para adquirir la profundidad de la cultura que se necesita para ser un gran abogado, un gran historiador o un gran artista. Incluso los artistas, por muy abstractos que quieran ser, necesitan tener unos conocimientos de todo que muchas veces se pierden por ese afán de tener éxito pronto, y hoy en día complica que la gente se forme y se vuelva de verdad culta. Hay gente estupenda, pero ojalá entre los jóvenes la siga habiendo. Mi hijo, que es abogado y socio de un despacho, no ha hecho una carrera sprint ni mucho menos (tiene 45 años), pero echa en falta los conocimientos por esa necesidad de estar al día en todo. Hay medios que te ayudan a enterarte muy rápidamente de cosas pero no en profundidad.
–¿Cómo afectan a Sorolla las falsificaciones?
–Es algo tremendo en cualquier artista y en Sorolla, probablemente aún más. Sorolla ha sido falsificado incluso en vida. No me dedico a denunciar falsificaciones ni mucho menos, lo que sucede es que, como consecuencia de las consultas que me llegan, me aparecen: tengo documentadas más de dos mil. Es una barbaridad. Tengo consultas diariamente al respecto. Independientemente de todo lo que hago tengo que atender diariamente los correos e incluso cuando veo que es algo falsísimo y se lo digo de entrada a quienes me preguntan, siempre ofrezco la oportunidad de que me enseñen la obra directamente si así se van a quedar más tranquilos.
–Sorolla no descansaba, pero usted tampoco…
–La verdad es que no y tampoco mi padre. Recorrió toda España, era arquitecto reconstructor de monumentos y, aparte de eso, dedicó tiempo a Sorolla. Tiene un curriculum de obras por España que uno no entiende cómo le dio tiempo a tanto. Yo creo que eso nos lo han infundido en la familia y hay que decir que me eduqué en el colegio Estudio como institución libre de enseñanza, que es en la que se educaron mis abuelos y mi padre, la de la vida sana y el trabajo.
–¡Qué apasionante cuando a uno le gusta lo que hace!
–Así es. De hecho, cuando mis nietos me dicen: “abu, ¿sabes lo que voy a ser”, yo les contesto: “lo que sea, pero que te guste”. Se lo digo a todos. Entiendo que hay veces en las que uno no se puede dedicar de verdad a lo que le gusta porque no puede económicamente, pero siempre digo: “dentro de lo más que puedas, haz algo que te guste”. Sería terrible trabajar en algo que no te llena…
–¿Alguna vez ha intentado pintar?
–No, ni se me ha ocurrido nunca. Todos hemos dibujado de niños, más o menos bien, y en casa tenía obras de mi bisabuela, mientras que mi abuela era pintora y mi abuelo también (un pintor magnífico), Pons Arnau, aunque no tenía nada que ver con Sorolla. No era un genio pero poseía un modo de pintar maravilloso. La comparación es evidente y en el momento en que tienes un poquito de edad, o tienes alma de artista o te viene ese interés de serlo, o si no, ni se te ocurre. Sí me gustaría escribir bien para poder escribir sobre Sorolla y ni siquiera eso lo hago bien, aunque intento hacerlo lo mejor posible [risas].
–¿Qué experimenta cuando se encuentra en el museo?
–La verdad es que cuando estoy aquí Sorolla siempre me cuida. Para mí es como cuando voy a Valencia, esa luz… es entrar en casa. Nunca lo hemos considerado como casa porque yo lo conocí ya como museo. Aunque haya venido desde niña, lo veíamos con el respeto del museo. Pero es la casa de tus bisabuelos, de tus abuelos…hay tantos recuerdos de tantas cosas que te han contado, tantas vivencias tuyas a lo largo de todos estos años que realmente me siento absolutamente a gusto… Incluso si estoy enferma y tengo que venir por un compromiso, en el momento que traspaso la puerta me siento sensacional. Por ejemplo, antes me has dicho que no se me notaba que he pasado una mala noche y eso que he dormido fatal… Fotografío mucho los jardines cuando vengo en momentos de tranquilidad, me gusta ver día a día cómo están, cuando tienen mucha flor o cuando tienen menos como ahora en verano, pero a lo cual siguen estando muy bonitos.
–¿Sus hijos mantendrán este legado?
Mis hijos no se van a dedicar a esto. Como comentaba, mi hijo es abogado y a mi hija le gusta la educación, se dedica a niños sordos y vive en Estados Unidos, en San Diego. Les encanta Sorolla. Pero, por ejemplo, mi hijo trabaja aquí al lado y a pesar de ello no puede hacer todas las escapadas que le gustarían aunque sea a hablar por teléfono y a respirar un poquito del ambiente familiar. Yo creo que, hoy en día, para dedicarte a un artista lo tienes que hacer profesionalmente y esto no da de comer. Si te dedicas como yo al catálogo razonado, que es una gran responsabilidad, no puedes entrar nunca en los temas comerciales, que están absolutamente reñidos con la investigación. Sí que los conozco porque me consultan: el que va a comprar, el que va a vender y todas las casas que se dedican a ello. Estás al tanto porque lo estás viendo, pero nunca medio en ninguna gestión.
Si quieres ganar dinero tienes que vender, y para vender no puedes dedicarte a esto a no ser que seas un profesional que ha hecho una oposición, que trabaja desde la universidad o en el museo. Pero para trabajar en ello de forma independiente… yo creo que casos como el mío hay pocos precisamente por eso. Y el tema familiar me ha ayudado muchísimo, pero no creo que sea la base. En mi caso ha sido algo también probablemente infundido, porque de hecho he ido abandonando cosas que me han encantado para acabar, en mis orígenes, en lo que llevo realmente toda mi vida profesional. A lo demás le he dedicado muchos menos años, pero es que esto me llena tanto… Estoy intentando ahora formar el catálogo razonado con el primer volumen que vamos a dedicar a las 1.300 obras que hay en el museo y que vamos a sacar en paralelo a la exposición de Londres para que la fundación esté presente en todos lados. Además, donaré todo mi archivo al museo porque creo que es aquí donde tiene que estar.