Las primeras representaciones pintadas sobre las paredes rupestres ya eran periodismo ilustrado. La crónica de la caza de un bisonte; la representación de la colectividad de la tribu en una colección de manos policromas; la domesticación de un lobo que ya quiere ser perro. En el origen de los tiempos el dibujo y la crónica de la realidad iban unidas.
No hace falta más que atender a los manuscritos miniados de la Edad Media y su antología de torturas; o a las anotaciones de Heródoto que muchas veces acaban con dos puntos. Esos dos puntos auguran el dibujo, los esbozos o el esquema. Lo explica Jorge Carrión en el fabuloso ensayo ilustrado con el que abre Viajes dibujados la antología sobre cultura viajera y crónica periodística que acaban de editar en colaboración Altaïr Magazine junto a Norma Editorial.
La irrupción de la fotografía cambió las tornas de la representación. Poco se podían imaginar Niépce, Daguerre o Talbot , cuando por fin consiguieron atrapar la luz sobre placas empapadas en nitrato de plata, que su extraño invento iba a revolucionar la manera de reflejar la realidad. Con el tiempo, aquella herramienta entre artística y científica, ha trastocado tanto la manera de contar –y de contarnos– que pareciera que habría hecho olvidar el dibujo como herramienta útil para narrar.
En efecto, en los medios de comunicación de masas la dictadura de la imagen fotográfica nos ha ganado definitivamente la mano. La ilustración parece haber quedado orillada hasta los márgenes de lo noticiable. Solo aceptada en la risa cotidiana de la tira cómica o la acidez del comentario político. Como mera comparsa del artículo o la noticia de turno, como las orquestas subalternas de los shows de latenight.
Notas al pie de Gaza, de Joe Sacco.
Por su parte, la historia del cómic optó desde sus inicios por explorar la pura ficción: historias para entretener a niños o adolescentes. Épicas mágicas. Monigotes haciendo chistes. Pero resulta que ahora andamos empachados de fotografías. Nos asaltan a la retina a la mínima que abrimos los ojos en una catarata de píxeles y sucesos.
Las fotografías pierden su poder de iconicidad debido a la sobreutilización. Ejércitos de fotos de pies y playas en Instagram –aquí sufriendo– toneladas de selfies olvidables delante de obras de arte. Fotos de desastres desfilando por nuestro timeline con su canción de angustia y barbarie. Si la meta es el olvido, ellas han llegado antes. Y solo algunas, las que apelan a nuestros sentimientos más primarios –como la instantánea del niño Aylan ahogado a la orilla de nuestras playas–, logran hacerse un lugar en la memoria.
Se dieron cuenta pronto tanto Art Spiegelman en Maus como Joe Sacco con Palestina. Obras seminales. Madres del actual periodismo dibujado. Desde entonces no han dejado de aparecer tebeos importantes que deciden apostar por el género. Desde el costumbrismo de Paco Roca en Arrugas o Los surcos del azar hasta el magnífico El fotógrafo de Guibert, Lefèvre y Lemercier. Desde el imprescindible tebeo de Guy Deslile sobre Corea del Norte: Pyongyan el hasta el último libro de los hermanos Juan y Javier Gallego, Como si nunca hubieran sido, que reflexiona con nosotros sobre las muertes de refugiados en el Mediterráneo.
Viajes dibujados / ALTAÏR
Parece cada vez más claro que el cómic está dispuesto a tomar el relevo del gran periodismo. Lo saben las grandes cabeceras internacionales. Entre las páginas de The Guardian, The New Yorker, Der Spiegel o The Independent, que cada vez más incluyen crónicas ilustradas. Siguiendo el dictado de escribir lento para leer profundo. De dibujar con minuciosidad para atender a los detalles. Contraviniendo a la salmón el famoso mantra del periodismo de escribir escribir rápido para el olvido.
Lo sabe también Pere Ortín, director de la fabulosa Altaïr Magazine, que se pregunta en el prólogo –mitad situacionista mitad duchamp, collage y clarividente– ¿qué pasaría si explicáramos el viaje de otra manera? Al fin y al cabo, la escritura –y la lectura– son máquinas de condensar tiempo. Por eso nos pasamos de parada del Metro cuando andamos enfrascados en la lectura de un libro interesante, por eso salimos del océano profundo de la buena escritura como de una operación con anestesia: ¿pero ya es de noche?, ¿cuántas horas habrán pasado? Así en la lectura, como en la vida. Así en la escritura, como en el viaje.
Desde la más tierna infancia sabemos que no hay mejor viaje que el viaje en el tiempo. Si quieren leer el futuro déjense de Nostradamus, posos en el café o quiromancia torpe. Para leer la literatura que se va a llevar en un rato largo lo ideal es pillarse el nuevo volumen (bien gordo, tapas duras dibujadas por Gallardo, también lo amamos por el físico) con una docena de crónicas ilustradas de viajes de no ficción. Una apuesta por la escritura que vendrá y a la vez siempre ha sido. Original viene de origen y este volumen misceláneo no puede ser más fiel a su etimología.
Ilustración de la Tierra del Fuego, de Aude Picault.
Un trayecto guiado por Jorge Carrión, quien nos hace de cicerone, de Virgilio erudito sobre cada uno de los círculos concéntricos del viaje que el volumen nos propone. Un paseo en toda regla desde los albores del dibujo hasta la vanguardia. Lo que sigue son doce reportajes impresionantes. Trabajos inéditos de grandes ilustradores y escritores, como el de Olivier Kugler y su crónica sobre el campo de refugiados de Domiz en el Kurdistán iraní, o las acuarelas de Tyto Alba sobre el relato de Gabi Martínez en las Antípodas.
La reflexión de Sarah Glidden sobre los límites del turismo a propósito de su estancia en Florencia; la crónica de Ramón Esono y Pere Ortín sobre la experiencia del primero en una cárcel en Guinea Ecuatorial. Si quieren viajar de otra manera déjense de cruceros de lujo, trackings imposibles y demás turistadas. “El único viaje interesante es el viaje mental, sea moviéndose o no”, decía mi amigo Jose Luis Capón hace veinte años mientras se encerraba en su cuchitril con las obras completas de Carpentier, mientras nosotros viajábamos por el globo con afán completista. Tenía razón.
El hartazgo frente a la imagen fotográfica y el deslumbramiento ante al dibujo lo narra bien Joe Sacco, cuando declara que durante un reportaje en Sarajevo los entrevistados se alejaban de los periodistas con cámaras de foto y sin embargo se acercaban aliviados a él cuando descubrían que era creador de cómics.
Algo parecido le sucede al lector de estas historias reales. Acabemos con una imagen narrada rescatada entre todas las que propone el álbum. En la entrada del campo de refugiados de Domiz, Olivier Kugler se encuentra con un puestito de vendedor de cigarrillos, té y dulces regentados por Muhammed. Kugler se fija que el refugiado, que se echa a llorar cuando habla de la difícil adaptación hacia las nuevas circunstancias de su mujer, debe ponerse sobre dos piezas rotas de granito para no hundirse en el barro que inunda todo el campo. El cómic ilustrado, en ocasiones, son esos ladrillos de hormigón.