De Dalí sabemos siempre poco. Pues algo siempre queda por saberse más allá de lo que se conoce. Algo mejor espera tras los pasos minutados de aquel ser que levantó aquel aullidos surrealista en El gran masturbador. Así ocurre al revisar sus años en Estados Unidos, donde se instaló en la década de los cuarenta en el centro mismo de un refinadísimo ecosistema alimentado con las risas blandas de millonarios. “¡Nueva piel, nueva tierra! ¡Y una tierra de libertad si es posible! Escogí la geología de un país que era nuevo para mí, y que era joven, virgen y sin drama, el de América”, anotó en su autobiografía, La vida secreta de Salvador Dalí, que vio la luz como un grito en 1942.  

Pero a aquel artista aupado a la gloria por el dinero le dejó la guerra atómica un gran susto por dentro. “La explosión del 6 de agosto de 1945 me estremeció sísmicamente. Desde entonces, el átomo fue mi tema preferido. Muchos de los paisajes pintados en ese periodo expresan el miedo que experimenté con la noticia de aquella explosión”, reconoció el pintor años después, cuando se hacía acompañar de un óleo de pequeñas dimensiones, Leda atómica, que calificó siempre como su “primera obra maestra”. Dicho lienzo ocupó ya desde su apertura, a mediados de los setenta, la sala del tesoro de su museo-teatro de Figueres, donde cuelga habitualmente entre grandes cortinajes rojos. 

Ahora, esta pieza única sirve de hilo a la exposición Dalí atómico, que permite hacerle la autopsia en el Caixaforum Sevilla a una etapa muy concreta del genio catalán, justo cuando éste empezaba a convertirse en una caja registradora del brazo de Gala. La muestra echa a andar a la llegada de la pareja a los Estados Unidos en el verano de 1940 y alcanza hasta su retorno jubiloso a la España franquista en 1948. En ese periodo, el pintor alterna residencia entre Nueva York, epicentro de su vida social y artística, y Monterrey, donde fija su taller por las semejanzas geográficas y climáticas de la ciudad costera californiana con el cabo de Creus y Cadaqués.

Dos visitantes observan de cerca los detalles del lienzo de Dalí ‘Leda atómica’. OBRA SOCIAL LA CAIXA

Dos visitantes observan de cerca los detalles del lienzo de Dalí ‘Leda atómica’. OBRA SOCIAL LA CAIXA

“América tan solo ha desarrollado, hasta el punto del paroxismo, uno de los secretos más característicos y monstruosos de mi personalidad: la capacidad de trabajo”, confiesa Dalí, quien se vuelca en su pintura, pero que también se interna en el teatro, el ballet y el cine, en la moda y la publicidad (perfumes, cosméticos, corbatas, medias…). A lomos de un genio desbocado entre los chispazos de la cultura de masas, el artista decide crear un periódico, el Dalí News, donde él es el director, el editor, el ilustrador y el informador que da cuenta de todas sus novedades. En los dos números publicados, en 1945 y 1947, incluye “todo lo que me gustaría leer sobre mí mismo”.  

Toda esa escenografía histriónica, con esa voluntad tan suya de circo ambulante, eclipsó a menudo su pintura, que viviría en estos años un vuelco fundamental. Y, ahí, Leda atómica alumbra un tiempo nuevo, de enorme voltaje creativo, alejado ya de ese paseo por el subconsciente que aún se bombeaba desde el surrealismo. “Se trata de una obra bisagra; representa el final de un proceso de cambio mediante el cual, sin abandonar los temas que lo estimulan, quiere emular a los clásicos. Abandona el método paranoico-crítico y dirige su mirada hacia el Renacimiento”, explica la comisaria Carme Ruiz, responsable de la Fundación Gala-Salvador Dalí.

Algunas de las piezas que ilustran los aspectos científicos contenidos en el lienzo de Dalí. OBRA SOCIAL LA CAIXA

Algunas de las piezas que ilustran los aspectos científicos contenidos en el lienzo de Dalí. OBRA SOCIAL LA CAIXA

Tal como se adivina a través del material preparatorio que arropa esta exhibición individual de Leda atómica, Dalí se obsesiona con el mundo clásico, al que añade cierta inclinación religiosa hacia el catolicismo más ortodoxo (“Antes fui ateo, sacrílego, místico, pero en España no hay medias tintas; se pasa de un extremo a otro”). De esa pócima sale el emblemático lienzo que recrea el mito de Leda y el cisne a través del uso de la perspectiva áurea, con el que pretende acercarse a la idea de perfección de los maestros renacentistas. Para aplicar con exactitud las indicaciones del tratado de Luca Pacioli La divina proporción, el pintor llega a consultar al matemático Matila Ghyka.          

En este punto, la obra también da cabida a la preocupación de Dalí por los asuntos de su tiempo, como los avances científicos y la guerra nuclear. En su opinión, la investigación en torno a la materia y, en particular, a todo lo concerniente a la física cuántica, era una tarea absolutamente artística. Por ejemplo, a él siempre le fascinó el hecho de que, a escala atómica, nada toca a nada, de ahí que, en su cuadro, Gala aparezca entronizada, divinizada, como un ser puro, suspendido en el aire, sin ningún contacto con los seres y los objetos que la rodean. Todos esos nuevos intereses creativos se vieron plasmados en el Manifiesto místico, publicado en 1951. 

Curiosamente, el pintor catalán expuso por primera vez el lienzo Leda atómica aún inacabado el 25 de noviembre de 1947 en la galería Bignou de Nueva York. Por una vez, no había en la iniciativa ningún afán provocador, pero sí una reivindicación de su genio artístico unida a una aspiración claramente comercial. El público podría conocer al fin cuál era su técnica de ejecución, la misma que iba a dar a conocer en su libro-manual para artistas, 50 secretos mágicos para pintar, que estaba a punto de salir a la venta. Salvador Dalí tenía que ser más vanguardista que la vanguardia. Posiblemente se convirtió al final en la mejor obra de sí mismo.