Dicen que cuando Van Gogh murió, sin haber vendido ningún cuadro en su vida, su nombre estaba empezando a sonar en París, la crema de la intelectualidad se empezaba a interesar por su propuesta artística y el éxito era cuestión de tiempo. Pero no lo sabía y se rindió prematuramente, poniendo fin a su vida; y ahora es el pintor más valorado de la historia, los jeques del Golfo se pelean por sus cuadros en las subastas. Ya te puedes imaginar la ilusión que le haría...
Pensaba en ello el otro día visitando la exposición en El Prado dedicada a Lorenzo Lotto (1480-1556). Pintor del Renacimiento veneciano, hombre con mala suerte, que empezó su carrera como una grandísima promesa de su tiempo --"pictor celeberrimus", según le definieron a los 25 años; y durante siglos algunas de sus pinturas se atribuían a la mano de Leonardo, de la que ciertamente no desmerecen--, pero vivió atribulado por lo que hoy se diagnosticaría como un estado depresivo y por un éxito esquivo y progresivamente menguante que le llevó a ir de ciudad en ciudad --Venecia, Recanati, Roma, etcétera-- mendigando pagos, trabajando sin encargos, pidiendo una ayudita a los amigos, hasta tener que buscar refugio para sus últimos años en un convento. La máxima humillación fue que el Papa le encargase varios frescos para el Vaticano, que al poco de ser pintados se borraron para que Rafael pintara en su lugar los suyos. De nada le vale a Lotto que el gran museo de Madrid le haya dedicado esta exposición, Retratos, impresionante, pero mejor aún que eso: interesante, y que nosotros hayamos tenido el privilegio de contemplar sus formidables y desasosegantes retratos.
Antes de visitarla, ya me había llamado la atención los anuncios de su publicidad, que reproducían un retrato inquietante, titulado a falta de más información sobre el modelo como Retrato de un joven, un joven extremadamente pálido y grave, y hasta diría que casi tétrico, inclinado sobre un gran libro, un libro de cuentas, que a su vez descansa sobre una mesa donde se ven algunos objetos de índole obviamente alegórica. "Uno de los retratos más ambiciosos y fascinantes de Lotto", según los comisarios, Enrico Maria dal Pozzolo y Miguel Falomir (director del museo). La interpretación del lienzo por sus analistas dice que los objetos sobre la mesa y colgados de la pared detrás, pétalos de flores, instrumentos musicales, un pequeño lagarto verdoso, aluden a los placeres de la vida, a las que el anónimo joven está renunciando, quizá obligado por la muerte del progenitor, para dedicarse en adelante a los negocios familiares y a proveer a la subsistencia de los suyos. Desde luego no lo hace de buen grado, tiene la mente en las fiestas de ayer, y de ahí su aspecto circunspecto y vagamente ausente y melancólico. ¿Pero qué comitente querría verse retratado así, en una pose y en una circunstancia más bien melancólica?
Lo característico de Lotto es que ni este joven ni apenas ninguno de los demás retratados resulta demasiado simpático. Parece que la presencia del pintor les moleste y hasta sientan recelos. El muchacho del Retrato de joven con libro, que si no me equivoco es el otro retrato de Lotto más conocido, nos mira de escorzo como si tuviera más prisa y más interés por leer el libro que sostiene con la mano aún enguantada que por posar con paciencia ante el retratista que supuestamente va a inmortalizarle. Planea sobre los modelos de Lotto una sombra de tristeza, todos son observados como quien dice desde lejos y sin una empatía especialmente cálida.
Explica Pozzolo que la característica más acusada de Lotto era que volcaba en los retratos de sus clientes "la inestabilidad de sus propios estados de ánimo" y que su mayor característica era "su tendencia cada vez más acusada al ensimismamiento". Esa tendencia se observa de una forma extrema en los últimos retratos, de tonos dominantemente parduzcos, negros, poco adecuados para la exaltación del modelo. Sentado esto no es muy extraño que se sintiera "solo, sin fiel gobierno y muy inquieto de mente" y que su suerte financiera fuera de mal en peor. También su fama, hasta que el movimiento romántico, que gustaba de las rarezas sicológicas, lo rescató.
A nosotros, como herederos del romanticismo, la dicha ajena nos hace bostezar, sentimos simpatía y atracción por casos de infelicidad, como el de este pintor. Quienes hayan tenido ocasión de visitar detenidamente su exposición pueden considerarse afortunados por la ocasión que brinda para la meditación. Quienes no hayan podido, saben que en su próxima visita a Madrid, pueden ver algo de Lotto: en El Prado, el doble retrato Micer Marsilio Cassotti y su esposa Faustina; en la Thyssen un retrato de hombre; y en el Lázaro Galdiano una pequeña escultura de Hércules con la clava, que francamente no es muy interesante pero puede constituir una buena excusa para visitar ese estupendo museo de la calle Serrano.