Algunas vidas no tienen término medio. O se afianzan en la grisalla o deslumbran por los excesos. Y Nazario (Castilleja del Campo, 1944) pertenece a la segunda de las opciones, para lo que hace falta una dosis de valentía y otra de disparate. Hecho del material hirviente de algunos tímidos, hay en todo lo suyo un centro gravitatorio de clandestinidad, de desconcierto, de incorrección. Ahora está en ese punto de ebullición que desaloja nostalgias para liarse a dentelladas a contar el mundo, su mundo, incrementando a escritor su pedrada de dibujante, pintor y fotógrafo. Tiene ya en el horno el segundo tomo de sus memorias, Sevilla: peinetas clandestinas (Anagrama), que saldrá avanzada la primavera.

-¿Cuándo comenzó a dibujar?

-Yo siempre me recuerdo dibujando. Había en mi casa del pueblo unos libros de la Primera Guerra Mundial con unas láminas a toda página que estaban en blanco por detrás. Como el papel era un bien escaso, las tenía todas dibujadas. Conservo una historieta sobre Juana de Arco que hice con doce o trece años. Luego, quise pintar e hice algunos cuadritos.

-Pero estudió Magisterio, no Bellas Artes.

-Quería estudiar Bellas Artes, pero mis padres veían mejor que hiciera otra carrera como Magisterio. Una vez que la sacara, ya podía ganarme la vida y hacer lo que me diera la gana.

-Y de camino hizo parada en un colegio de curas, ¿no?

-Sí, en Sevilla, en los Salesianos de la Trinidad. Allí me hice pronto amigo de Horacio, un chico muy guapo, muy afeminado, que tenía una soltura increíble en aquel centro. Él entraba y salía cuando le daba la gana, conocía a todos los sacerdotes... Pero, entonces, yo no sabía qué se hacía con un hombre, aunque me atraían, claro. Recuerdo, por ejemplo, a un yugoslavo que nos daba clase. Verle asomar los pelos del pecho por la camisa, las manos llenas de pelo... Me sentía atraído, pero no por follar o chuparle la polla, que era una cosa que ni imaginaba. Yo no sabía que se podían hacer esas cosas entre dos hombres. Cuatro o cinco años después de acabar Magisterio, me encontré a Horacio y me contó que aquel colegio no tenía nada que ver con el que yo había vivido. Que se había hinchado a follar con el yugoslavo aquel y con el cura tal, y con uno mayor que jugaba muy bien al fútbol. Vamos, que no paró de follar en el colegio todo el tiempo... Me hace mucha gracia cómo se puede vivir en el mismo sitio dos vidas tan diferentes.

-Luego le llegaron los primeros novios, uno guardia civil y otro noruego.

-Mi novio guardia civil estaba destinado en África. Una vez que vino de vacaciones, nos hicimos novios y tuvimos una serie de aventuras hasta que conocí al noruego en la universidad. Fue un flechazo: rubio, nórdico, de aquellos que dice la copla. Me sentí atraído. Él estudiaba Literatura Suramericana, en los años del boom, e hizo su tesis sobre Vargas Llosa. Estuvo en Lima durante un curso y, cuando venía, alquilábamos un apartamento en Torremolinos o en Sevilla hasta que me fui a Londres en 1971. Ahí acabó todo.

-¿Y lo de Clemente, el papa de la iglesia de El Palmar?

-Eso fue una aventura nocturna y alevosa. A este hombre lo conocíamos todos los maricones de los váteres públicos. Una noche me lo encontré en los Jardines de Murillo de Sevilla y yo, muy borracho, estuve follando con él. No supe más hasta que empezó la historia aquella de las visiones y se hizo papa de El Palmar. Yo llevo a gala haber mantenido relaciones con él. Creo que debo estar santificado [risas].

Nazario / LENA PRIETO

-Intentó tocar la guitarra flamenca con Diego del Gastor en Morón.

-Cuando toco la guitarra en Morón, intento inútilmente hacer algo que se pareciera a lo que tocaba Diego, cosa que ni Juanito del Gastor ni Paco el Bizco lograban. Imitar a Diego era sencillamente imposible. Los sonidos que le sacaba a la guitarra, el sentido musical y estético, empezaban con él y terminaban con él. No había escuela posible. Daba clases a los adultos por la tarde y por la noche en una campaña de alfabetización, por lo que tenía todo el día para tocar la guitarra y escuchar las grabaciones de las fiestas que Diego tenía con la Fernanda, con Juan Talega, con Manolito María...

-Algo tuvieron que ver en su dedicación al cómic aquellos ejemplares de la revista Mad que compró en un quiosco del Paseo de Colón de Sevilla.

-Fue un shock porque no conocía a los underground americanos. Aquello me parecía totalmente atractivo, algo que rompía todo lo que había sido el cómic hasta ese momento. Era un rollo divertido, que se burlaba de la realidad, que usaba los guiones de las películas para cachondearse, algo que después fue muy copiado por El Jueves, El Papus... Por entonces, hacía cómics pero no sabía qué onda darles. No entendía nada inglés, pero me gustaba mucho todo lo que veía en ellos.

-Pero llega el momento en el que siente la necesidad de irse a Barcelona.

-Barcelona era entonces la ciudad más moderna de España. Pensaba que allí podía encontrar gente que dibujara en mi onda y una industria editorial potente. Allí me topé, por ejemplo, con Mariscal y los hermanos Farriol, que quizás no habían pensado hacer cómic underground, pero que se pusieron a ello cuando me conocieron.

-¿Se siente cómodo entonces con la etiqueta de padre del cómic underground?

-Yo sólo sería el padre porque era el mayor de todos, aunque, por edad, casi la abuela [risas]. Ten en cuenta que Pepicheck tenía 18 años y yo, 30. Ellos no habían hecho ninguna historieta cuando yo guardaba ya cuarenta o cincuenta en una carpeta y las había paseado por Londres y París para publicarlas.

-Años libres, pero muy duros.

-Cuando no hay dinero, todos los años son duros. La vida era muy difícil, aunque, entonces, con poco se podía sobrevivir. En aquellos años era mucho más fácil tirar hacia delante porque los alquileres eran más baratos, comer era más barato y emborracharse era más barato. Recuerdo, por ejemplo, que Alejandro [su pareja, fallecido en 2014] y yo recogíamos los cascos de las litronas y los llevábamos a las tiendas para que nos dieran algunas botellas gratis. Si eso no es miseria, ya me dirás qué es.

-Pero hay un momento en que el cómic underground tiene un filón comercial.

-Ahí hubo todo un proceso hasta que llegó el editor Miguel Riera y se interesó por lo que hacíamos. Ya teníamos financiación, papel, ventas... Nada de underground, claro, pero es que el underground era la miseria más absoluta. Pasábamos hambre. Hacíamos eso y no otra cosa porque no teníamos dinero. Hay poca leyenda en todo eso. Éramos underground no porque quisiéramos serlo, sino porque no había más remedio. A partir de ahí, la revista Star ya te pagaba por unas páginas y sabías que podías comer unos días. Con El Víbora se institucionalizó el underground y podías colocar allí tu trabajo sin problemas. Cuando yo estaba muy desesperado, me iba a La Antilla, en Huelva, a la casa de unos amigos y me hinchaba a dibujar. Con ese dinero, yo era la reina del mambo por unos meses.

Nazario / LENA PRIETO

-Tan exigente ha sido con lo underground que dio por acabado el movimiento en 1977 y lo enterró simbólicamente en una exposición cuatro años después.

-Yo nunca me creí lo del underground. Lo usé, simplemente, como trampolín. Para ser considerada como tal una revista tenía que ser dibujada en total libertad y contar con una edición y una distribución propias. Ocurrió en La Piraña Divina, donde hice lo que me dio la gana sin pensar si se podía publicar o no. Pero trabajar a fondo perdido es difícil. Todo se terminó como si no hubiera existido. En mi primera exposición, a modo de risa, desguacé unas páginas de Anarcoma, las repartí por ahí y vendí cuatro o cinco cosas. Al final, cogimos un ataúd que tenía Ocaña --nadie supo cómo lo consiguió-- y tapé todos los cuadros con unos paños como hace la Iglesia en Semana Santa. Lo llamé La muerte del underground y me quedé tan tranquilo.

-Y de ahí a la pintura y, posteriormente, a la fotografía.

-En el cómic llegué a un momento de tal virtuosismo dentro de mi estilo que me cansé. Después de Turandot y Ali-babá y los cuarenta maricones no podía ir más allá. Después me metí en la pintura, algo de lo que siempre había renegado, pero se vendieron bien. En aquellos años, viví muy suelto de dinero, pero con la crisis, en 2008, cerraron las galerías para las que trabajaba en Madrid y Barcelona. Más tarde, empecé a escribir y a hacer fotos, que me gusta ahora mucho. Me interesa captar el instante, perseguir un personaje hasta pillarlo cuando se tira a bañarse en la fuente o le tira del bolso a la señora. Lo hago desde mi ventana en la Plaza Real.

-¿Cómo vive el procés y el auge del nacionalismo?

-Lo vivo como algo muy incómodo, muy espeso, muy desagradable. Me vine a vivir a Barcelona, no a Cataluña. A mí da igual que sea de Francia o de Andorra. No tengo ningún interés en que sea independiente o siga perteneciendo a España. Todo el mundo tiene derecho a tener una opinión y ser tenido en cuenta. Me parece bien que tú seas independentista, pero somos muchos los catalanes que no lo somos. Todos tenemos que vivir en el mismo espacio. También pasa con España. No todos los españoles somos del PP y lo tenemos que aguantar un año y otro año.

-¿Sigues siendo fan, que no devoto, de la Macarena?

-A mí me parece que todo lo de la Macarena es algo para dejarte KO. Es la perfección, el barroco llevado al límite. No hay más en Vírgenes. Claro que es una pena que ahora todas intenten imitarla porque acaba con la variedad. Todas quieren ser la Macarena.