Charles Forsman está intentado acostumbrarse a la fama. Charles era un dibujante indie hasta hace no demasiado. De hecho, lo que le ha convertido en un tipo de lo más famoso empezó siendo una especie de fanzine, algo que hizo porque de repente le pareció buena idea lo que había hecho Max de Radiguès con Moose, historietas de ocho o diez paginas que vendía por un dólar, y que eran casi actos reflejos dibujados, y decidió hacer lo mismo. Fue así cómo apareció James, el adolescente psicópata que coprotagoniza The End of the Fucking World, la fabulosa y exitosa serie que primero fue cómic, un cómic que llegará finalmente a España, gracias a la imprescindible Sapristi, en primavera.
Explica Forsman en una entrevista a The Vulture que lo primero que hizo fue dibujar a James en su monopatín, y que a continuación se preguntó quién era aquel chaval. "Por entonces estaba viendo Dexter", confiesa. Dexter, la serie sobre el psicópata bueno, el psicópata adoctrinado por su padre policía para matar a los malos, que protagoniza Michael C. Hall y que era, en realidad, según la guionista Melissa Rosenberg, la historia de "un extraterrestre que aprende a ser humano". Sí, como Dexter, James no sabe ser humano. No siente nada. Sólo sabe que desea con todas sus fuerzas darle un puñetazo a su padre, y matar a un animal más grande, porque está harto de matar animalitos.
Un 'weirdo' peligroso
James es un weirdo, y uno francamente peligroso. James aborrece su vida, pero está a punto de dejar de hacerlo, porque está a punto de fugarse con la neurótica y tirana, la malhablada, la cáusticamente divertida y poderosamente libre y triste Alyssa, una compañera de instituto sin demasiados amigos --podría decirse que James y ella son un par de islas, un par de cascotes a la deriva-- que sólo quiere estar lejos, lejos de su madre y de sus nuevos hermanos, una pareja de rollizos bebés, y de su baboso padrastro.
En ella, James ve una oportunidad de ver cumplido su deseo: matar a un animal más grande. Y en él, Alyssa ve alguien a quien poder ordenar cosas, alguien con quien, dice, "sentirse segura", y hacer cómplice, en el más absoluto silencio, de su explosiva vida. No, no es la suya una historia de amor, es una historia de compañía. James y Alyssa se comprenden, aunque no lo saben, y ni siquiera les importa. Se sienten extrañamente bien el uno con el otro, y tienen un coche. Pueden huir. ¿De qué? ¿A dónde? ¿Qué más da?
Un universo por explorar
Además de dejar claro que nadie, por más raro que sea, está condenado a estar solo en el mundo, y hacerlo de una manera endiabladamente brillante, la serie, adaptada por Charlie Covell, que además de guionista es actriz (y con música de Graham Cox, exbajista de Blur), demuestra que en el cómic indie hay todo un universo por explorar por el mundo audiovisual, aparentemente sólo interesado en historietas de tipos con mallas y capas que transformar en cada vez más vergonzosos artefactos bélicos. La sensación es la de que quien sea que haya ahí arriba, tomando decisiones sobre lo que debe o no producirse, descubrió hace no demasiado que existía el mundo del cómic, y está iniciándose como nos iniciamos todos, con lo que más brilla que es también, claro, lo que más vende (los superhéroes).
Lo que está por ver es si algún día, como nos ocurre sólo a algunos, irá más allá y descubrirá todo lo demás. La adaptación, en plan masterpiece, de The End of the Fucking World y su merecidísimo éxito, quizá acabe con un ejemplar del cómic en cuestión en la mesa de quien sea que haya ahí arriba, y un desvío de la apuesta hacia aquello que verdaderamente lo merece. Porque de Ghost World, el hasta ahora clásico top de las adaptaciones de cómic indie que acaban convertidas en fenómenos mainstream, hace una eternidad. Y no queremos otra eternidad. Queremos más weirdos y famosos como Forsman.