"La Guerra Civil Española fue la época más feliz de nuestras vidas", escribía Hemingway en 1940, “porque cuando moría gente parecía que su muerte estaba justificada”. Nada puede argumentar la parca, pero el autor de Por quién doblan las campanas era de esa clase de escritores que necesitaban pólvora para mover la pluma. Estuvo en las dos grandes y, entre medias, en la de España. No obstante, sí es verdad que existió cierto optimismo en los primeros meses del conflicto.

La Guerra de España, como así la conocían fuera, supuso una oportunidad para luchar contra tiranos e imitadores de Hitler, todo un reclamo para intelectuales libertarios e ideólogos internacionalistas. El "más se perdió en la guerra y la gente venía cantado", que decían los viejos, cobró su fuerza en Barcelona, donde fracasó el golpe. En 1959 el escritor alemán Gustav Regler ponía por escrito los recuerdos del levantamiento anarquista contra Franco: "Había en la gente un espíritu de embriaguez, un contagioso anhelo de sacrificio, una ardiente fe en la libertad. A juzgar por su aspecto, podría haber sido la Revolución Francesa lo que había hecho salir a los milicianos a las calles".

En los primeros días de la guerra, el comandante militar de Barcelona, Francisco Llano de la Encomienda, se mostró a favor de la República, lo cual no evitó que parte de la guarnición se sublevara. Igualmente la policía, la guardia de asalto y varias unidades de la benemérita se mantuvieron fieles a la legalidad. De esta guisa, las fuerzas del orden y las milicias confederales repelieron para el 19 de julio del 36 todo intento de levantamiento. Los barceloneses se echaron a la calle celebrando la revolución social española, caracterizada por su racionalismo, su horizontalidad administrativa y el colectivismo autogestionario. A ese ambiente, buscando captar la emoción del triunfo popular, llegaron dos corresponsales desde Francia. Se trataban de Gerda Taro y Robert Capa.

Barcelona, una fiesta

En los primeros días de agosto, en pleno verano de la anarquía, Bob y Taro encontraron en París la manera de subirse a un avión con destino a España. Tras un aterrizaje forzoso llegan a la Ciudad Condal, un 5 de agosto a hora avanzada. La urbe se muestra enardecida. Las banderas rojinegras enarbolan balcones, plazas e hitos. Los milicianos están eufóricos por la cesión de edificios e instituciones a las masas libertarias. Capa captura a varias parejas con el mono azul, disfrutando de lo que durante mucho tiempo se le negó, el descanso. También repara en un niño que mira a la cámara con ojos de vaca. Lleva un mosquetón de juguete y va uniformado con la consigna UHP (Uníos Hermanos Proletarios). A Gerda le llama la atención una miliciana en una terraza ojeando una revista de alta costura. Al fondo de la imagen, alguien luce en el brazo el distintivo de la UGT.

La causa anarquista embriaga a Capa, como a todo joven apátrida que rechazaba las normas burguesas. Así lo recuerda el secretario general de Esquerra, Jaume Miravitlles, de quien obtiene los permisos para fotografiar las defensas. Gerda consigue varias fotos del destacamento femenino del Partit Socialista Unificat y Capa asiste a la salida del convoy con destino al frente de Aragón. En un vagón, bajo unas ventanillas atestadas de puños en alto, una pintada en castellano reza así: "UHP / Jurad sobre estas letras hermano / antes morir que consentir tirano". Las sonrisas de los milicianos aún no habían sido borradas de las fotos, todavía no había habido demasiados tiros. La pareja decide buscarlos en Aragón, aunque es pronto. Bajan más al sur, hasta llegar al frente de Córdoba, donde captan los verdaderos horrores de la guerra.

De vuelta

Para octubre del 38, Capa vuelve a Barcelona. "La ciudad ya no es lo que era", que diría algún nostálgico. Fotografía la despedida de los brigadistas y los balcones engalanados con la tricolor de la República española. Y de los anarquistas ni rastro. Si quedó alguno, iría en la columna internacional que en ese momento despiden las autoridades, tras pactar su salida con Stalin. Capa, el fotógrafo de origen húngaro y judío (Friedmann era su verdadero apellido que tan poco le importó), paria como tantos otros en España, en el tiempo que estuvo fotografiando los tiros de Franco contra los de su misma condición, se perdió en Barcelona cómo entre los del mismo bando se llenaban la frente de plomo. Quizás podría haber hecho de manera más veraz la foto Muerte de un miliciano en la Barcelona roja, pero para testimoniarlo ya estaba Orwell.