Estas mujeres pertenecen a la estirpe de la extrañeza. De la infrecuencia. De esa voluntad profundamente delirante donde a la redondez del mundo le nacen esquinas. Ellas conocieron la nave nodriza del surrealismo y a sus tripulantes, capitaneados por André Breton, quien activó una revolución artística con lo onírico como bujía. Esa era la genealogía de estas atletas de lo imprevisto: artistas que no buscaban ninguna verdad, sino la imperfección de los sueños. En ese mascarón hembra de la modernidad tenían boleto las españolas Maruja Mallo, Ángeles Santos y Remedios Varo; ellas, las surrealistas, que llenaron sus lienzos con la mística del asombro.
Y lo hicieron frente a un coro macho. “Queda abierto el concurso de menstruación: Maruja Mallo tiene la palabra”, disparó Luis Buñuel al cederle la palabra en un coloquio sobre cine. Ignoraba quizás el cineasta que la pintora había ganado en 1926 una competición de blasfemias en el café San Millán de Madrid después de una reñida lucha con Rafael Alberti, con quien compartió el calambre del sexo. Otro de los que formaban parte de ese orfeón de tíos que querían armar ellos solos el mecano del arte de su tiempo fue Dalí. A él se le atribuye una cita sobre la maternidad en el Diccionario abreviado del surrealismo (1938) con descarga de provocación: “A veces escupo por placer en el retrato de mi madre”.
Exposición en el Museo Picasso Málaga
A ellas --a Maruja Mallo, a Ángeles Santos y a Remedios Varo-- se las recuerda ahora en una vuelta al surrealismo con nuevas lecturas, con renovado entusiasmo, con visiones complementarias, incluso con una senda inédita por más que se hayan dedicado al movimiento centenares de exposiciones. Ese nuevo carril es el que explora, por ejemplo, en el Museo Picasso Málaga el catedrático y crítico José Jiménez para la exposición Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo, un sugerente viaje --hasta el 28 de enero-- por una vanguardia encriptada de mujeres que hasta hace pocos años, por ejemplo, no encontró algo de sitio en la colección permanente del Reina Sofía de Madrid.
“Lo que intentamos plantear y analizar es en qué medida en el ‘aire’, en la atmósfera del surrealismo se produce algo distinto a la ya habitual exclusión de la mujer. No ya el reconocimiento, como caso excepcional, de una mujer ‘artista’, sino la autoafirmación de todo un grupo de mujeres que se ganaron, ellas mismas, esa consideración”, explica José Jiménez, quien estuvo al frente de la muestra El surrealismo y el sueño, celebrada en 2013 en el Museo Thyssen. De algún modo, ellas alcanzaron lo más que se podía adquirir en un mundo testicular: un nombre propio y autónomo en el epicentro de una vanguardia que entendía a la mujer como un simple complemento.
El óleo 'Tertulia' (1929), considerado una de las grandes obras de Ángeles Santos / MUSEO REINA SOFÍA
Al respecto, reivindicar a Maruja Mallo, a Ángeles Santos y a Remedios Varo --junto a otras 15 artistas internacionales-- no es una excentricidad, sino la dosis exacta de justicia poética que estas mujeres a contramano requieren. Se trata de pedir foco para estas creadoras apartadas, quizás también la puesta en limpio de algo de su obra y el mejor contorneo de sus leyendas, de sus intereses, de sus penumbras. Porque ellas pintaban haciendo palanca en una imaginación de escenas incalculables y persiguiendo sueños que fueron después la sustancia de sus lienzos. Luego está lo de sus vidas fuera de control: ese ramalazo de genialidad sin amarre, esa voladura de las convenciones.
Mallo, en el centro del arte de su época
Es lo que hizo, por ejemplo, Mallo cuando, allá en su juventud, se coló en una iglesia abarrotada de fieles que oían misa montada en bicicleta. Al parecer, enfiló el pasillo central, rodeó con garbo circular el altar mayor y abandonó el templo con tranquilidad mientras las beatas sumergían las cabezas en la pila de agua bendita. “¿Que si creo en Dios? Pero, ¿cómo voy a creer si con estas prisas mortíferas de hoy día no hay tiempo para nada? A mí el que me gusta es Moisés del Antiguo Testamento, que era un tío musculoso y revolucionario...”, decía a quien se paraba a escucharla a la vuelta del exilio cuando se convirtió en una de las imprescindibles de la Movida madrileña.
Pero, más allá del ajuar de anécdotas, Maruja Mallo (Viviero, Lugo, 1902- Madrid, 1995) transitó por el arte con la seguridad de los que viajan en dirección contraria. Ella, que hizo nido en la Generación del 27, estableció por cuenta propia un surrealismo plástico de espigas de trigo, caballitos, molinillos, soles inmensos, peces normales, formas humanas y geometrías. Era una mujer sofisticada que tenía su entusiasmo en lo popular. En 1931 marchó a París a desplegar aquello que sólo ella sabía. Expuso en la galería Pierre, adonde acudieron Picasso y Miró. Breton le compró una pieza. Ella estuvo en aquellos años en el centro de todas las cosas. De todas las cosas del arte.
El mundo onírico de Remedios Varo está presente en 'La faim (El hambre)', de 1938 / MUSEO REINA SOFÍA
Una forma de asombrarse
En estos aires también estuvo Ángeles Santos (Portbou, Gerona, 1911-Madrid, 2013), quien a finales de los años veinte realizó un puñado de cuadros en los que el surrealismo se abría en ella como un bocado nuevo. Y llamó la atención de los que conocieron entonces su trabajo: Juan Ramón Jiménez, Lorca, Guillén, Norah Borges... En realidad fue un solo cuadro, Un mundo, presentado en el IX Salón de Otoño de 1929, el que la situó como una de las figuras más interesantes de la época. Un surrealismo de patrones particulares se levantaba en esta obra, al igual que otro cuadro de la época, Tertulia --también conocido como El cabaret--, traía aires de la nueva objetividad alemana.
De Remedios Varo (Anglès, Gerona, 1908-Ciudad de México, 1963) se sabe que tenía uno de los hallazgos de Antoine de Saint-Exupéry como lema: "Lo esencial es invisible a los ojos”. Y allí es donde ella se sentaba a mirar. Más por descubrirnos otras versiones originales de la realidad, aquella donde caben gatos que proyectan constelaciones, amantes con cabeza de espejo de mano, hombres con cara de tijera, seres rabudos que deambulan, seres que navegan en barcas aturdidas, en orejas rodantes y abrazan tristes espantajos... “Lo único que pinto es una manera particular de sentir”, dijo en alguna ocasión. O lo que es igual: una forma de asombrarse.