Puede que nunca llegara a intentarlo, pero aunque hubiese querido no podría ser inofensivo. Demasiado talento sin brida el de aquel Helios Gómez. Un nombre que hoy retumba como una psicofonía y que apenas se concreta en unos cuantos dibujos de trazos durísimos, negrura expresionista y figuras esquinadas que representan un paisaje de obreros, de lucha y de tiranos. Él, que puso brújula ideológica a todo su arte, está enterrado en el cementerio de Montjuïc, allí donde Pasolini escribió unos versos que le encajan perfectamente como epitafio: “Hay que venir a España / para ver el silencio / de un hombre que sólo es un hombre”.
Porque la biografía de Helios Gómez (Sevilla, 1905 - Barcelona, 1956) es una rápida secuencia delineada con poemas y dibujos, cárceles y exilios, viajes y guerra. Él, nacido en una familia gitana y proletaria, fue aprendiz en las alfarerías de Triana y pintor en la fábrica Pickman de la Cartuja, donde conoció al anarquista Felipe Alaiz. Frecuentó en esos años las piruetas ultraístas de la revista Grecia --ilustró, por ejemplo, el libro de Rafael Laffón El sol desaparecido-- y fue un habitual en los ambientes de Sevilla la Roja, esa geografía rebelde de los barrios de San Román, San Julián y San Gil donde el mismísimo Lenin había pronosticado que estallaría la segunda revolución bolchevique.
Detalle del dibujo titulado 'El confidente', incluido en la carpeta 'Días de Ira' (Barcelona, 1931) / ASOC. CULTURAL HELIOS GÓMEZ
Tanto es así que la primera noticia de Helios Gómez como grafista está en su detención por participar, con dieciséis años, en un intento de asalto a la cárcel del Pópulo, en el barrio sevillano del Arenal. Arrestado ya con anterioridad en una compraventa ilegal de pistolas, a este adolescente con alma de dinamita las autoridades le hallaron, tras un minucioso registro, un plano en acuarela de la prisión y calles aledañas, todo numerado; un papel con las correspondencias de dicha numeración, y otro más pequeño con muchos nombres y apuntes, según la información recogida en junio de 1921 por El Noticiero Sevillano.
De Sevilla a Barcelona
Ingresó en 1923 en la CNT, cuyas agrupaciones se reunían en los altos del café Kursaal, donde las consignas sindicales se mezclaban cada noche con una extraña bohemia de flamencos, cupletistas, poetas y noctámbulos. En el vestíbulo de aquel célebre café cantante de la sevillana calle Sierpes, donde Eugenio Noel recordaba haber visto actuar a la bailaora Juana La Macarrona acompañada por una orquesta de jazz, Helios Gómez colgó en 1925 por primera vez en público sus trabajos inspirados en el esquematismo en blanco y negro. Al año siguiente, abrió una exposición con acuarelas y dibujos a tinta china en la galería Dalmau, el centro de arte de vanguardia de Barcelona.
A partir de aquí, Helios Gómez fue de sitio en sitio, dando tumbos con escándalo. En París es detenido al final de la manifestación de apoyo a dos anarquistas ejecutados en EEUU. En Ámsterdam participa en una exposición colectiva de arte socialista en el Stedelijk Museum; la estancia en la URSS marca su dedicación a la propaganda desde las filas comunistas, y en Berlín bebe vientos de vanguardia y publica su primera carpeta ilustrada, Días de la Ira (1930), que reeditará en Barcelona un año más tarde con duras críticas contra el rey Alfonso XIII: “Ante el cretino coronado/ bailan los cuerpos/ colgados.../ y ríe la borbónica quijada/ con risa amarilla/ y colorada”, anota.
Fragmento de uno de los dibujos del ciclo 'Horrores de la guerra' (1939) / ASOC. CULTURAL HELIOS GÓMEZ
Pero su vida es escurridiza, clandestina, polémica, cuando no directamente contradictoria. En las fichas policiales aparece, por ejemplo, cometiendo el mismo día asaltos a la cárcel en Barcelona y Sevilla. Ya en el torbellino de las vanguardias artísticas de Berlín, interviene como figurante vestido de torero en una de tantas películas de tema costumbrista que se rodaban en Alemania en las primeras décadas del siglo XX. Finalmente, Rafael Cansinos-Assens lo retrata con dureza en La novela de un literato, donde lo presenta como un joven enaltecido en la discusión política que apaga sus gritos de “¡Muera el rey!” tan pronto como alguien le paga un café.
Guerra Civil y posguerra
A esta confusión contribuyó, sin duda, su itinerancia política: del anarquismo pasó al comunismo para regresar, otra vez al anarquismo en el transcurso de la Guerra Civil, donde participó activamente como artista al poco de fundar el Sindicato de Dibujantes Profesionales de Cataluña (SDP). Colaboró así en la sección catalana de la Asociación de Intelectuales Antifascistas, al tiempo que su estilo derivó hacia el realismo y la denuncia, coordenadas que marcaron su trabajo en la serie Horrores de la guerra o en el óleo Evacuación, seleccionado por Generalitat para su exhibición en el Pabellón de la República española de la Exposición Internacional de París de 1937.
Fotografía de la Capilla Gitana que Helios Gómez pintó en la Modelo de Barcelona
“En tiempos de guerra el artista se vuelca más con el combate militar que en la producción de obras”, señalan su hijo, Gabriel Gómez, y la historiadora Caroline Mignot en el catálogo de la exposición Helios Gómez. Dibujos en acción (Centro de Estudios Andaluces, 2010). Así, luchó en las barricadas de Barcelona contra los golpistas en julio de 1936, se embarcó en la expedición dirigida por el comandante Alberto Bayo para la conquista de Mallorca, peleó en los frentes de Madrid y Andújar e ingresó como miliciano de cultura en la columna Durruti, cuyo entierro se encargó de preparar. También se vio envuelto en un turbio asunto militar, en el que ejecutó personalmente a un compañero por problemas de disciplina.
En mitad de esa tundra, la mayoría de sus obras originales desaparecieron. En ocasiones, autodestruidas en las redacciones de prensa o en las sedes de los sindicatos. Otras veces, expoliadas tras los repetidos registros domiciliarios y detenciones y, finalmente, perdidas de forma definitiva en sus huidas precipitadas ante el ocaso policial y a lo largo de sus exilios. Al terminar la guerra, fue encarcelado en la Modelo, donde le retiraron como castigo los lápices y los pinceles. Con el tiempo, le dejaron pintar en su celda una extraña capilla llena de angelitos gitanos que el Ayuntamiento de Barcelona quiere ahora sacar a la luz tras décadas oculta bajo una capa de cal. Murió en 1956. Dos años después de salir de prisión. Para entonces, la enfermedad ya le había abierto un pasadizo en el hígado.