Dalí sacó mucho de De Chirico (lo he visto en la retrospectiva de Caixaforum que luego irá a Madrid y a Zaragoza y Palma). Esas sombras alargadas que le eran tan queridas y que dan la sensación nostálgica de última hora de la tarde… Las perspectivas profundas que también dan una idea melancólica o metafísica, porque esas distancias que se proyectan sugieren el tiempo, y el paso del tiempo… Las siluetas de un rostro en sombra… Las angustiosas muletas sobre las que se sostienen tantas veces los personajes de Dalí seguramente derivan de los cartabones, las escuadras y reglas con los que se sostienen los maniquíes de De Chirico. Maniquíes que, por cierto, también tomó prestados durante un tiempo.
En el fondo, esto no es extraño, De Chirico fue un protosurrealista del que bebieron todos. Así describía su obra:
“Vida, vida, gran sueño misterioso… Todos los enigmas que muestras; alegrías y resplandores... Pórticos al sol. Estatuas dormidas. Chimeneas rojas; nostalgia de horizontes desconocidos… Y el enigma de la escuela, y la prisión, y el cuartel; y la locomotora que silba por la noche bajo la bóveda helada y las estrellas. Siempre lo desconocido; el despertar y el sueño que has tenido, oscuro presagio, oráculo misterioso…”.
Todos, en un momento u otro, hemos estado en uno de sus paisajes metafísicos, allí donde las cosas y los accidentes presagian otras cosas ocultas detrás. Yo mismo el pasado domingo por la tarde me encontré inadvertidamente en uno de esos paisajes urbanos desiertos, que parecía un símbolo de algo.
Traición
Tanguy decidió ser pintor al ver un cuadro suyo expuesto en una galería de París. El mismo Breton le dedica en Los pasos perdidos (1924) un ditirambo al encargarle esta tarea titánica: “Estimo que se encuentra en formación una verdadera mitología moderna. Es tarea de Giorgio de Chirico fijar su recuerdo de forma imperecedera.” Nada menos.
Luego, el entusiasmo del Pope y de todos los suyos se enfrió mucho. Le dedicaron una exposición titulada cruelmente (no tenían manías a la hora de atacar) “Aquí yace Giorgio de Chirico”.
Pero es que él también había traicionado su propio talento, o quizá éste se consumió, cuando por amor a los clásicos cayó en un kitsch académico y patético a base de caballos y gladiadores. Esta exposición es estupenda: está representado todo el breve esplendor de su gloria y también su tragedia, los tres actos enteros.