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La arquitectura está sometida, como todas las actividades artísticas, a los vaivenes de la moda; en este caso la que intenta minimizar el impacto de la obra del hombre sobre el medio ambiente. Una presión que se agudiza cuando se trabaja por encargo y para un uso tan específico como es una bodega.
Por eso no es raro que el proyecto de los Suqué, que han preferido contratar a un estudio del país conocido precisamente por su simbiosis con el territorio, haya despertado polémica.