Nunca antes había yo visto semejante paridad entre un hecho y su metáfora (o sea entre la voluntad y su representación) como ayer en Lisboa, con motivo de la inauguración del Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología, el MAAT.
Primero, el hecho:
Lisboa, capital de un Estado fallido, se subasta. Y ya que ahora El Cairo, Estambul y Túnez están intransitables debido a un exceso de bombas y de locos, Europa --la Europa rica-- ha decidido por fin darse cuenta de lo bonita que es, sacar la chequera y comprarla.
Los nobles y vetustos caserones, los palacios seculares, que se caían a pedazos, son vaciados de sus muebles y de sus inquilinos. Los viejos ciudadanos inoperantes se retiran, encogidos, de regreso al pueblo del tatarabuelo, o mejor aún se mueren, y los jóvenes emigran hacia el norte o hacia el oeste.
Vaciada de sus perdedores y salpimentada de locales modernos y agradables, Lisboa ya puede ser convertida en otra Venecia, en otra Praga, en otra Barcelona, ciudades de alma muerta con gran éxito turístico
Vaciada de sus perdedores y salpimentada de locales modernos y agradables, Lisboa ya puede ser convertida en otra Venecia, en otra Praga, en otra Barcelona, ciudades de alma muerta con gran éxito turístico.
En fin, comprendo que cualquiera podría preguntarme qué es eso de "alma". A qué me refiero. Y yo asentiría: vale; es verdad, tienes razón, no tengo derecho a hablar de "alma"; retiro la palabra igual que ya he previamente retirado todo prurito nostálgico y todo reproche. Y me limito a preguntar con curiosidad desinteresada: ¿cuánto tiempo va a tardar Lisboa en ser convertida, como las otras ciudades mencionadas en el párrafo anterior, en sucursal de Disneylandia?
"Barcelona 92" tardó 20 años; "Praga 89", diez años; y como hoy día los procesos se aceleran a esta velocidad supersónica, yo supongo que dentro de cinco, de siete años como máximo, Lisboa habrá fallecido del todo; eso sí, el sepulcro será resplandeciente.
Ahora la metáfora:
La obra que inaugura el MAAT, de Dominique Gonzalez-Foerster, nombre que le sonará a algunos lectores por su exposición en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid, y a otros les sonará porque es la protagonista o la destinataria de Marienbad eléctrico, magnífico relato de Enrique Vila-Matas, publicado hace pocos meses. Y que, como su anterior novela, Kassel no invita a la lógica, es un modelo de cómo explicar y celebrar el arte contemporáneo de manera que lo aprecie cualquiera, incluso los más reacios a las sugestiones del arte contemporáneo. Me emocionó pasear por las páginas de Marienbad el año que viene.
Pero no era de la novela del libro de Vila-Matas de lo que quería ahora hablar. Ni de la destrucción de las ciudades que nos hicieron soñar. Sino de la obra de Dominique Gonzalez-Foertser.
Los visitantes nos hemos visto de repente como animalillos circulando en la jaula, magníficamente diseñada, de un zoo humano del que nosotros mismos éramos observadores
Concebida expresamente para este espacio singular, para este heraldo arquitectónico de la modernidad en la orilla del Tajo, para este Guggenheim atlántico, la obra se titula Park. Gracias a la disposición espacial ultramoderna y a los trucos de la maliciosa señora G-F, los visitantes nos hemos visto de repente como animalillos circulando en la jaula, magníficamente diseñada, de un zoo humano del que nosotros mismos éramos observadores, y donde podíamos entrar y salir, o no, aleatoriamente, sin control sobre las puertas metálicas que se abrían y cerraban con cadencia caprichosa e impredecible.
Es una experiencia a la vez festiva y autoritaria por la que voy y vengo, pensando en Lisboa, pensando en lo que acabo de decir sobre Lisboa y Praga y Barcelona, y pensando también en todo lo demás.
Todo lo demás que no me deja ni respirar. Pero tú no tienes nada que ver, querida, tranquila.
Sólo quería decirte que el gran robo tiene que ir siempre acompañado de la gran cultura. ¿Sabes? El soñador va del brazo del verdugo.
Si es que no son la misma persona.