Josep Toutain Vila (Barcelona, 1932 – 1997) se puso a dibujar tebeos a finales de los años 40, pero no tardó mucho en darse cuenta de que no lo había llamado Dios por el camino de la ilustración, así que se recicló en agente de artistas y, posteriormente, en editor de comics, oficios en los que destacó notablemente gracias a un carácter emprendedor y a un conocimiento de la lengua inglesa nada comunes en su época, cuando en España no sobraba precisamente la ambición a la hora de exportar el talento propio a otros países. A medias con Antonio Ayné (1914 – 1974), copropietario de la editorial Toray, fundó en su ciudad natal, en 1953 (hay quien retrasa la fecha hasta 1956) la agencia Selecciones Ilustradas, que se encargaba de proveer al extranjero (al principio, mayormente a Inglaterra y más adelante a Estados Unidos) de dibujantes españoles más baratos que los locales, pero que tampoco podían quejarse de sus emolumentos: aunque Toutain arrastraba cierta fama de exagerado, bombástico y quimérico, nunca la tuvo de roñica: los dibujantes de Selecciones Ilustradas (citemos, por ejemplo, a Josep Maria Beà, Carlos Giménez, Alfonso Font, Manfred Sommer, Adolfo Usero, Pepe González o Miguel Fuster) se ganaban muy bien la vida con lo suyo, aunque lo que hacían no fuese exactamente lo suyo, dado que su misión no era dar rienda suelta a su creatividad, sino ilustrar los guiones que llegaban en inglés y que solían pertenecer a tres únicos géneros, el western, el comic bélico o las historias románticas (dibujantes de agencia, equivalente gráfico de los session men del pop británico, que servían para un barrido y para un fregado).
Quien quiera hacerse una idea de cómo funcionaban las cosas en Selecciones Ilustradas, hará bien en leerse la obra de Carlos Giménez Los profesionales, que recoge a la perfección ese ambiente mezcla de patio de colegio y servicio militar que, al parecer, imperaba en la agencia, donde gastar bromas pesadas era una especialidad de la casa. Personalmente, recomiendo una alternativa a lo de Giménez, que es la que yo he practicado hasta ahora y que consiste en darle conversación a Josep María Beà, fascinante narrador oral con el que te mueres de risa cuando te explica cómo estaba el patio en Selecciones Ilustradas durante los años 60 y 70 (de hecho, varias historias de Los profesionales surgen de los recuerdos de Beà y no de la experiencia personal de Giménez, al que sí cabe reconocerle el hallazgo de haber sacado a Toutain en el comic rebautizado como Filstrup, nombre con el que siempre nos referíamos a él los muchachos del underground).
Filstrup era un hombre ambicioso al que Gran Bretaña no tardó en hacérsele pequeña. Ni corto ni perezoso, se desplazó a Nueva York, conoció al editor norteamericano Jim Warren (responsable de revistas de terror como Creepy o Eerie, dignas herederas de los tebeos de los años 50 del mismo género) y se tiró años abasteciéndole de dibujantes de su agencia (que Antonio Ayné había abandonado en 1963). Su exportación más notable a nivel popular fue la de Pepe González, quien dio forma definitiva al personaje entre siniestro y sicalíptico de Vampirella.
En 1973, el agente Filstrup se convirtió en el editor Filstrup, lanzando posteriormente revistas como 1984, Zona 84, Totem o Comix Internacional y llegando incluso a echarle una mano a su vecino de La Floresta José María Berenguer cuando éste andaba buscando ayuda financiera para fabricar un mensual de comic alternativo que acabaría llamándose El Víbora.
Mentiría si dijese que Toutain me distinguió con su amistad, pero siempre que me lo crucé me pareció un tipo tan peculiar como simpático que, a su manera, había resultado fundamental para la evolución de los tebeos en España, alimentando (y organizando, como luego hizo Berenguer con la desordenada tropa de El Víbora) a una serie de dibujantes que, entre la precariedad del sector y sus propias limitaciones para lo crematístico, lo hubieran pasado mucho peor sin él. Selecciones Ilustradas fue, de hecho, una especie de escuela para quienes luego pudieron hacer lo que quisieron y destacar en el terreno elegido, como fue el caso de Giménez y Beà, por citar a los dos alumnos de Filstrup que me parecen más sólidos, o la extraña peripecia artística y vital de Miguel Fuster, sobre los que me extenderé a continuación (los realmente interesados en profundizar en la vida y milagros del gran Toutain deberían hacerse con el libro que le dedicó Aitor Marcet, Toutain. Un editor adelantado a su tiempo, publicado en el 2018 por Trilita Ediciones).
Josep Toutain recibió el prestigioso premio italiano Yellow Kid en el Salón del Comic de Lucca de 1981. Doce años después, en 1993, tuvo que chapar su editorial porque los tiempos estaban cambiando de nuevo (para mal) y la edad dorada de las revistas de comics en España, que se limita, prácticamente, a la década de los 80, había pasado a mejor vida. Filstrup nos dejó en 1997 a causa de un cáncer de pulmón, convertido ya en un personaje mítico de la historieta española. Yo siempre lo recuerdo como un señor muy alto y muy delgado, de perfil aguileño y cierta pinta de enterrador dibujado por Morris, que parecía tener una colección interminable de fulares, pues no me consta haberlo visto jamás sin uno pegado al cuello. Los del underground, aunque lo apreciábamos, solíamos hacer bromas a su costa basándonos en su tendencia a la hipérbole, que le llevaba a marcarse unos editoriales en sus revistas que giraban siempre en torno al mismo tema: la voluntad de superación, pues Filstrup se empeñaba en decirnos que lo que teníamos en las manos era un proyecto que aún no había alcanzado el deseado nivel de excelencia (Joan Navarro puso su granito de arena rebautizando como La Bodeguilla un supuesto sótano de la casa de Toutain en La Floresta donde éste se reuniría con algunos privilegiados para conspirar en vistas a fabricar el mejor tebeo del mundo).
En cualquier caso, Toutain siempre fue un hábil estratega al que le tocó bailar con la más fea (los denostados tebeos) y conseguir que llegase a parecer guapa. Selecciones Ilustradas pagaba decentemente a una gente que, dependiendo de cada caso, o no daba para más que el romance o las hazañas bélicas o poseía un mundo propio que la España de la época no permitía desarrollar. Mis favoritos de este segundo sector ocuparán los siguientes capítulos de esta historia.