Los auténticos devotos de los súper héroes del cómic no quieren saber nada de Plastic Man. Son incapaces de tomárselo en serio, y no es de extrañar si tenemos en cuenta que su creador, Jack Cole (New Castle, Pensilvania, 1914 – Woodstock, Nueva York, 1958), nunca albergó esa intención: lo suyo fue una declaración de principios absolutamente friki que siempre ha sido mirada un poco por encima del hombro por los aficionados al género de los hombres con mallas, dado su carácter caricaturesco, tanto en lo relativo al dibujo como al guion: Plastic Man es, probablemente, el personaje más absurdo y delirante de la galaxia súper heroica; de ahí su gracia para los que nunca hemos formado parte de ella (y para algunos excéntricos del mundillo).
Eso sí, como todos los súper héroes, Plastic Man tiene un origen y una historia (y se parecen un poco, todo hay que decirlo, a los del Joker de las aventuras de Batman). Se llama Eel O´Brian y, al principio de todo, es un delincuente conocido como The Eel (La Anguila) a causa de su natural escurridizo. Durante un robo en una imprecisa factoría y tras la aparición imprevista de la policía, a nuestro hombre, con las prisas para salir por patas, se le cae encima un barril de ácido que, ¡lo adivinaron!, viene con sus consecuencias, que, en este caso, consisten en que el cuerpo del señor O´Brian adquiere la consistencia del plástico y sus brazos y piernas se estiran y se encogen a voluntad. ¿Explicaciones para tan extraño fenómeno? Ni están ni se las espera ni maldita la falta que hacen. Lo importante es que ha nacido el súper héroe más demencial de la Historia (lo del barril ha sido una epifanía que lo ha llevado a abandonar el mundo del crimen) y que sus aventuras constituyen una mezcla de versión alternativa y burla cruel de las andanzas de sus congéneres.
Si Bob Kane, creador de Batman, daba a su dibujo un tono levemente caricaturesco, Jack Cole hizo lo mismo, pero a lo bestia, exagerando ese estilo entre serio y cómico que había distinguido a su maestro, el gran Will Eisner, con el que había colaborado en las aventuras de otro extraño súper héroe del que hablaremos en el próximo capítulo, The Spirit. Aunque no se entiende muy bien cómo, el señor Cole consiguió que la empresa para la que trabajaba, Quality Cómics, le permitiera tirar adelante con su hombre de plástico, cuya primera aventura se publicó en agosto de 1941 en el número uno de la revista Police Comics. Adelantándose a la visión que Lorenzo Semple Jr. tuvo de Batman en la serie televisiva de los años 60, Jack Cole optó por abordar el género de los súper tipos con un descarado tono humorístico y paródico que, curiosamente, permitía seguir con cierta seriedad las aventuras de su justiciero elástico. Para que no le faltara de nada, hasta le adjudicó, en noviembre de 1942, el inevitable sidekick o compañero de aventuras, aunque tuvo que hacerlo a su delirante manera: Woozy Winks (literalmente, Mareado Guiños) no era un efebo resultón como Robin, sino un pusilánime gordinflón que llevaba una catastrófica existencia como delincuente hasta que Plastic Man lo devolvió al buen camino (donde, todo hay que decirlo, tampoco se mataba a la hora de echar una mano). Juntos resolvieron crímenes y lucharon contra el delito, cruzándose por el camino con alguna que otra femme fatale a lo Jessica Rabbit, hasta noviembre de 1956, cuando Cole ya los había dejado en manos de otros dibujantes y guionistas (entre éstos, el autor de novela negra Mickey Spillane, el papá del rudo Mike Hammer). Curiosamente, Plastic Man había tenido su éxito y sus fans, algo que nunca dejará de sorprenderme porque siempre lo he considerado un producto para excéntricos y majaretas.
Tras dejar la historieta a mediados de los años 50, Jack Cole hizo amistad con Hugh Hefner y se puso a trabajar como ilustrador en su revista, Playboy. Curiosamente, cuando se voló la cabeza con un rifle el 13 de agosto de 1958, dejó una nota para su mujer y otra para su editor: “Querido Hef, cuando leas esto, estaré muerto. No puedo seguir viviendo conmigo mismo y haciendo daño a mis seres queridos. Lo que hago no tiene nada que ver contigo”. Preguntada al respecto, su esposa, que no tardaría mucho en casarse con otro, diría que no tenía ni idea de los motivos que habían llevado al dibujante a quitarse de en medio, más allá de que acababan de tener una discusión. Así pues, nunca se ha sabido con exactitud por qué se suicidó nuestro hombre, aunque tal vez puedan intuirse algunas claves en las aventuras de Plastic Man: yo creo que no se podía estar del todo bien de la chaveta con semejante héroe y semejante visión del mundo de los justicieros enmascarados en particular y del mundo en general. Si Plastic Man hubiese fracasado, podríamos interpretar el suicidio de su creador como la actitud de quien, desesperado, tira la toalla de manera definitiva. Pero Plastic Man, incomprensiblemente, gozó de unos cuantos años de gloria, y su autor estaba, aparentemente, tan feliz trabajando para Hefner cuando se auto eliminó de forma tan expeditiva.
En cualquier caso, estamos ante una de las experiencias más chifladas dentro del mundo de los súper héroes y ante uno de los comics más peculiares de todos los tiempos, reivindicado incluso por el premio Pulitzer Art Spiegelman. Y yo aún conservo el libro con el que lo descubrí en 1984 gracias a una edición francesa de Les Humanoides Associés, la casa madre de la revista Metal Hurlant, a cuya relectura he procedido antes de redactar este texto tras quitarle el polvo acumulado, que era bastante. Y me lo he vuelto a pasar pipa.